Opinión /

Las izquierdas ante el espejo de Hidra


Lunes, 30 de noviembre de 2009
Víctor Flores

Los acertijos del Presidente Mauricio Funes en El Salvador me hacen recordar mis coberturas periodísticas en los territorios de las transiciones y los cambios de manos al poder en América Latina durante la última década. Su talante moderado pone al primer gobierno de polifónicas izquierdas ante el espejo de Hidra de Lerma, la bestia acuática de múltiples cabezas de la mitología griega.

He pensado entonces en las lecciones presenciadas en mis viajes por México, Uruguay, Argentina, Venezuela, Brasil o Chile en sus episodios de transformación, y hasta los desapercibidos cambios de gobierno en República Dominicana, Guyana y Trinidad y Tobago, donde cubrí reñidos procesos electorales. Todos diferentes, todos con matices contemporáneos, todos universales.

Un día del año 2000 llegó a su fin la “dictadura perfecta” de 71 años en México, a manos de un candidato ecléctico, Vicente Fox, que en una escala de 0 a 10, se proclamaba parado “un 4,5 a la izquierda del centro”. Para ser candidato se impuso al aparato de Acción Nacional, el partido opositor más antiguo de la historia mexicana, de corte demócrata-cristiano y con acento empresarial, en el centro-derecha de las antiguas coordenadas cartesianas.

Entre los episodios que lo retratan recuerdo cuando lo seguí montado en su autobús desde su rancho San Cristóbal cerca de los rincones coloniales de su natal Guanajuato, donde lo vimos montar su caballo favorito, un alazán tostado que luego bautizó “2 de Julio”, día de su consagración como Presidente, su entrada en la residencia de Los Pinos con crucifijo en mano y luego los tropiezos de su gobierno sin apoyo legislativo y abandonado por su propio partido a la inveterada cultura autoritaria mexicana que pervive.

Pienso también en la ocurrencia que tuvo para elegir gabinete, un dilema similar en los meses posteriores al triunfo de Mauricio: para legitimar sus decisiones contrató a empresas buscadoras de talentos, las agencias ‘headhunters’, y elegir así entre la montaña de currículum que su partido y los Amigos de Fox acumularon en sus oficinas de un hotel de la avenida Reforma una vez logrado el inédito triunfo sobre el anciano partido de Estado, el PRI.

La izquierda moderada tuvo dos puestos clave en manos de conocidos intelectuales, ambos muy activos en la Centroamérica de los 80s: la cancillería para Jorge G. Castañeda, y el gabinete de Seguridad para Adolfo Aguilar Zinser, quien levantó la mano contra la guerra de Estados Unidos en Iraq en el Consejo de Seguridad de la ONU. Pero las expectativas fueron muy superiores a los resultados. 

Otro escenario de moderación de la izquierda lo presencié en 2002, cuando cubrí en Buenos Aires el levantamiento social con aliento ciudadano, alentado por los ecos del neopopulismo peronista que provocó la huída de Fernando De La Rúa en un helicóptero, quien pidió una foto postrera en el despacho presidencial antes de partir desde los techos de la presidencial Casa Rosada, frente a la Plaza de Mayo.

En las noches de aquellos días, una de mis mayores lecciones sobre resistencia ciudadana la recibí en el Café Tortoni, el refugio tanguero del escritor Jorge Luis Borges, donde un brillante y culto conductor de radio congregaba cada medianoche a cientos de jóvenes que no se podían pagar ni una copa de vino. Acudían en una fila interminable a escuchar en vivo al sorprendente Alejandro Dolina que les acercaba el mundo en sus palabras matizadas con erudición y su piano, en plena crisis del “corralito” financiero que acabó con los ahorros de las capas medias.

Al final de los sonoros cacerolazos que acompasaron la espontánea consigna “que se vayan todos”, todos los políticos volvieron. Entre ellos los amigos de los Kirchner, quienes ganaron su primera Presidencia con sólo 22 por ciento de votos. Desembarcaron en los pasillos cortesanos porteños desde su remoto terruño patagónico de Santa Cruz, bien al sur, apodados “los pingüinos”, adonde Néstor y Cristina huyeron de la dictadura y tejieron su fortuna en negocios de bienes raíces, luego de su fugaz militancia en la clandestina juventud montonera de los años 70.

Un dato quedó en mi mente: los Kirchner no han tenido un trato democrático con la prensa, con el abuso de la factura gubernamental, con el acceso cerrado a la voz presidencial, con sus silencios. No es un modelo de moderación: son neo-peronistas y por esa ruta neo-populistas.

En cambio, recordé mis recorridos por el Brasil del presidente Lula. El día de su llegada al poder con 60 por ciento de votos escribí un análisis que titulé: “El triunfo de la moderación”. Todas las ideas apuntaban a indicar que si la tercera fue la vencida para Lula, que peleó tres veces por la Presidencia, fue porque logró aterrizar su discurso de dirigente obrero minero metalúrgico y transfigurarse en sinónimo de confianza como jefe de Estado hasta vestir los elegantes trajes cortados a medida y de corbata rojo carmesí.

De la mano de José Dirceu, su ex guerrillero consejero político y jefe de gabinete, que luego caería en desgracia entre escándalos de corrupción, Lula, sin mayoría en el poder Legislativo, como Mauricio, puso orden en las filas del Partido de los Trabajadores para que entendieran que su rimbombante plan Hambre Cero también necesitaba de la confianza de los mercados financieros.

El estilo de Lula, que fue la principal estrella de los países emergentes en la reciente cumbre de Londres del G20, ganó a pulso la batalla por el liderazgo regional al propio venezolano Hugo Chávez, que con el estilo personalista aprendido en las barracas militares hace girar un eterno carrusel de ministros subordinados a su uniformada voz de mando cuartelera.

Voy a saltarme mis 30 meses en Caracas porque no es una historia de moderación, todo lo contrario; pero solo para seguir hablando de ex guerrilleros izquierdistas transfigurados por el poder, mencionaré a Don Alí Rodríguez, a quien Chávez le ha puesto a voluntad tantos trajes como ha querido: presidente de la petrolera PDVSA, ministro de Energía, Canciller, embajador en Cuba, líder del Partido Socialista Unido de Venezuela y ahora ministro de Finanzas, de los que recuerdo. Ninguno como sucesor. Ese traje aún no existe.

No puedo dejar de mencionar el Chile de la presidenta Michelle Bachelet, que ganó con 46 por ciento ante una derecha partida en dos. Recuerdo que cuando llegué a las antiguas oficinas de la agencia AFP para la cual trabajaba, frente al Palacio de la Moneda, el ventanal marcado por el mítico agujero de un disparo hecho durante el golpe de 1972 había sido removido, era pasado. Tampoco Bachelet ha gobernado obsesionada por la revancha.

La historia de alternancia política que encierra más claves para El Salvador no está en Caracas sino quizá en otro pequeño país de la lista de los gobernados por la izquierda moderada que sueña con ser una economía de servicios, un enclave financiero y turístico, con menos de cuatro millones de habitantes en la desembocadura del Río de La Plata.

Cuando vi por CNN la proclama de triunfo de Funes, el 15 de marzo, recordé cuando acompañé a cientos de miles de personas que se volcaron en noviembre de 2004 a las calles de Montevideo, donde viví cinco años amarrado a la mesa de la redacción de aquella agencia mundial de noticias frente a su plaza principal, entrecruzando la cobertura del Continente.

Aquél día también festejaban la inédita victoria de un candidato izquierdista moderado, Tabaré Vázquez, en las elecciones presidenciales de Uruguay. La dictadura había terminado al despuntar los 80s, pero la presidencia nunca había estado en manos de la izquierda, que debió hacer una larga travesía de moderación en las interminables discusiones de la variopinta coalición denominada Frente Amplio.

'¡Festejen uruguayos, festejen, esta es su victoria!', exclamó Vázquez desde el balcón de un hotel al proclamar él mismo su victoria ante la multitud, cuando con casi la mitad del país en contra, había logrado el 50,45 por ciento de los votos. Fue recibido con un alarido de sus seguidores que rompieron con estallidos de petardos  la calma de aquella ciudad recostada sobre el Río de La Plata con 1,4 millones de habitantes, casi como San Salvador.

Entonces presencié cuando la plana mayor de la coalición, encabezada por los ancianos líderes históricos de la antigua guerrilla tupamara, José Mujica y Eleuterio Fernández Huidobro, asomaron exultantes al balcón de un viejo hotel.

Agitando las manos levantadas con la 'V' de la victoria y los puños en alto, la aparición de los dirigentes desató cánticos triunfales de la multitud. Curioso: '¡Uruguay, Uruguay!' fue el nacionalista grito abrumador que atronó mientras la gente comenzaba a abrazarse y besarse llorando de emoción

Los tambores acompañaban a los más jóvenes, que danzaban samba y candombe arropados con banderas y con los rostros pintados de sus colores. Tabaré provocó otra explosión de emoción contenida cuando dedicó la victoria: 'A los gigantes que nos precedieron, en particular a nuestro inolvidable general Liber Seregni'. Hablaba del hombre que había fundado el Frente Amplio hacía 34 años, quien había fallecido cuatro meses antes de la victoria. Tanto nadar para morir en la orilla.

Con pasos vacilantes, 'la Lili', la anciana viuda de Seregni, era abrazada como la gran abuela de la victoria. Me pude acercar a ella cuando buscaba la salida trasera del hotel, al otro lado de la algarabía. Me dijo: 'Esta noche Seregni la soñó así como la estamos viviendo, elegida con libertad por el bien del país, por el futuro, qué será también el sentimiento de los que hoy nos adversan'.

Le pedí recordar la frase favorita de Seregni para animarla en los aciagos años de la cárcel: 'Recuerdo que me decía, al final del camino hay una luz puntual que nos espera'. Y lloró sonriente.

Los himnos anacrónicos no son una potestad de los salvadoreños. Aún se entonan en muchas de nuestras capitales latinoamericanas. A mí me traen malos recuerdos. Lo mismo sentí cuando una cerrada ovación acogió al senador y ex rebelde tupamaro Mujica, que fue recibido por los manifestantes con la clásica consigna de la izquierda latinoamericana: '¡El pueblo unido jamás será vencido!', aquel grito parido en las calles de Santiago de Chile.

Poco después, en un rincón del salón de los abrazos, me acerqué furtivo al extremo de la mesa donde se apiñaba la dirigencia del Frente Amplio para escuchar el discurso de la victoria de Vázquez. Sentado en un rincón, Mujica, que ese día había sido electo líder del Senado, musitaba mirando a sus zapatos gastados un tango melancólico.

'Que ganas de llorar en esta tarde gris... remordimiento, que por mi culpa, nunca, vida, nunca te veré... en esta soledad no puede más el alma mía', cantaba ensimismado, mientras sus compañeros se confundían en un solo abrazo.

'¿A qué sabe la victoria? -repitió Mujica mi pregunta con la mirada perdida- A sudor, es mucho laburar la victoria. La victoria existe sólo para la vanidad humana', me dijo aquel hombre que estuvo 13 años preso en un aljibe de la dictadura que terminó en 1985 y hoy ha sido encumbrado a la Presidencia del Uruguay.

'Los uruguayos somos nostálgicos, somos un pueblo de inmigrantes que siempre añora algo que le falta para siempre', añadió aquella noche Mujica como excusándose, mientras discreto enjugaba una lágrima.

Los desafíos de Vázquez, quien entregará la banda presidencial al desaliñado Mujica, fueron gobernar al frente de una izquierda atomizada y dar soluciones concretas a las urgencias de la población en un periodo de gracia que no superaría los seis meses y con las arcas estatales vacías.

Su primer problema fue establecer un gobierno cohesionado. “Considerando la infinita lista de fracciones chicas de la izquierda uruguaya, el Frente Amplio no es un partido compacto como las formaciones europeas socialdemócratas contemporáneas', me dijo aquella noche festiva Jan Woischnik, directivo la fundación alemana Konrad Adenauer destacado en Sudamérica.

'Las dudas surgirán después de los primeros seis meses de fiesta, que pueden abrir paso a una gran decepción por las elevadas expectativas ante el primer gobierno de izquierda en la historia de Uruguay”.  Releo ahora la advertencia del especialista democristiano y habilidoso pianista, que bien podría dedicarse a Mauricio Funes.

La paradoja era que, ante una victoria fulminante que desbordó hasta el delirio a cientos de miles, no podía haber una gran solución inmediata de los problemas de la sociedad uruguaya, era su consejo.

Moderar las expectativas a la hora del triunfo para atemperar las inexorables decepciones por venir es también una lección de los casos de México y Brasil.

Fue Tabaré quien ya con la banda presidencial cruzada trató de poner paños fríos a las ilusiones ilimitadas. Prometió que su prioridad sería la pobreza e indigencia en que vivía casi un tercio de la población uruguaya. Casi ha terminado su mandato y no ha logrado que esa realidad se extinga, como no lo lograron ni Fox ni Lula ni Chávez a pesar de los enormes paliativos.

Pero fue mejor su siguiente frase: “Gobernaré con los ojos en la utopía pero con los pies en la realidad (...), es obvio que no todas las expectativas existentes se podrán satisfacer de inmediato', anticipó a sus  64 años el oncólogo, militante socialista desde 1971, nunca guerrillero.

El politólogo Gerrado Caetano me ofreció otra lección sobre el proceso de toma de decisiones en el confuso arcoíris policromo del Frente Amplio: esa fuerza operaba mediante 'un laberinto de una estructura partidaria de decenas de grupos que anticipa cinco años de una presidencia complicada'. Así han sido.

Director del Instituto de Ciencia Política de la Universidad de la República de Uruguay, Caetano sugirió entonces a Vázquez encarar la paradójica tensión de una fuerza política cuyo nombre anunciaba su complejidad: El Frente Amplio-Espacio Progresista-Nueva Mayoría. 'Ese trabalenguas refleja la tensión entre partido y coalición'.

Caetano me definió el electorado de la nueva fuerza gobernante que llegaba: “Un conglomerado de ciudadanos y no de militantes, pero en el que la militancia tiene un poder absolutamente desmesurado'.  Todo parecido con El Salvador es pura coincidencia.

Como el triunfo de Funes, la transición llegó a Uruguay 20 años después de una trayectoria gradualista, sin rupturas desde el fin de la dictadura (1984-2004), pasada por un alambique largo y fino de cambios en la configuración del liderazgo. Igual que en El Salvador, otro de los primeros conflictos del nuevo gobierno de izquierda fue con los trabajadores públicos. El 70% del movimiento sindical en Uruguay eran –y son- empleados públicos: “Es la única oficina pública con rango de país”, me dijo un día el escritor Mario Benedetti. Y el 30% de trabajadores privados planteó como primera reivindicación el retorno de la negociación colectiva de contratos.

Otra colega de Caetano, la atractiva politóloga del pelo ensortijado Constanza Moreira, convertida en estrella de todos los shows de analistas, me advirtió: “En Uruguay ocurrió una alternancia real que no había existido y que superó un déficit en relación con los avances de otras democracias en Sudamérica”. Otro reto de Vázquez –me dijo- era encarar los problemas de derechos humanos y la relación de la democracia uruguaya con ese tema no es algo de lo que podía presumir. Otro flashback.

De rehén tupamaro a líder del Senado a Prersidente

Entonces me fui a ver al “Pepe” Mujica a su despacho del Senado. En ese enorme monumento frío de mármol rosa y  blanco en una colina de Montevideo, me dijo a sus 70 años que la victoria de la coalición de izquierda integrada por los ex guerrilleros Tupamaros, premiaba la 'coherencia de vida' de sus dirigentes, pero con la condición de que debía conducir a 'crear cosas nuevas' en política, alejándose de 'modelos históricos fracasados'; incluido el de Cuba.

El triunfo histórico del Frente Amplio encumbró a aquel fundador de la guerrilla 'tupamara' como potencial segundo en la sucesión presidencial, al convertir a su fuerza política en la más votada dentro de la policroma coalición de izquierda.

Hoy me asusta que la droga del poder lo haya llevado a buscar la presidencia a sus 75 años, para gobernar hasta rebasar sus 80. Era distinto aquella hora: 'Esta victoria es hija de un largo proceso. Tengo 55 años de militancia, el Frente Amplio tiene 34 años, alguna cosita se aprende, por burro que uno sea', me dijo con el desenfado que lo volvió el político más popular de aquel país remoto, donde el mayor tema literario ha sido la lejanía.

Pero siempre fue modesto: tocó el cielo en 2004 y ahora la posteridad en 2009, pero sabía algo: “Ese reconocimiento no nos convierte en patrones, ni en dueños ni vanguardia de la izquierda, de esta tradición de vertientes distintas que llamamos Frente Amplio', integrado por unos 40 grupos.

En aquella entrevista de más de una hora, en la que consumió ocho cigarrillos y casi medio litro de su personal infusión caliente de yerba mate, reflexionó sobre esos años de derrota: 'Si no hubiera estado 14 años en 'cana' (cárcel) no sería lo que soy”. Y luego me dijo con pausa y voz baja, poniéndose el índice en la sien. “Pasé aislado siete años sin leer un libro… pensando”.

Le comenté de las críticas por su lenguaje soez con propios y extraños, calificado por sus detractores como un 'gurú del lumpen'. Me respondió: 'Lo que no se puede traducir al lenguaje común y corriente del hombre de la calle no tiene ninguna importancia'.

'La gente nos acompaña no por haber sido guerrilleros sino por lo que hacemos hoy. La sociedad no vive del recuerdo, sólo ha premiado la coherencia de vida, respeta a los tipos que en el acierto o en el error pusieron la personal', exclamo aquella vez golpeándose el pecho con el índice, reforzando la modestia que lo hizo popular por asistir al parlamento en vehículos destartalados, despeinado y vistiendo vaqueros rotos.

Inevitable pensar en El Salvador o en Nicaragua: 'El respeto a la herencia está a leguas del discurso tremendista y apocalíptico, se trata de trazar puentes con el centro de la sociedad como apuesta histórica. La derecha franca y abierta está desprestigiada, igual que la izquierda pura que puede quedar aislada'.

Y más duro: 'Deben repensarse los costos de modelos históricos fracasados, como los intentos del socialismo real, dentro del cual también incluyo a Cuba. La izquierda tiene una disyuntiva entre sostener afirmaciones fanáticas en un mundo que ha cambiado y recrear nuevas cosas que son su tarea pendiente'. Esa fue su reflexión a la hora de la victoria.

Para ilustrar su idea de 'democratizar la democracia' me dio otra frase: 'Mi discrepancia con el liberalismo no es con sus valores sino con el poco liberalismo que contiene la democracia liberal, en un sentido auténtico no realizado'.

Siempre se descartó como un vendedor de ilusiones: 'La utopía es un fetiche, debemos pelear por ofrecer respuestas urgentes, como hacer funcionar bien la economía; de lo contrario todo queda en buenas intenciones. Somos un país capitalista dependiente, sin recursos para sustituir el papel que corresponde a la burguesía en este tramo de la historia. Si la asustamos y la corremos desatamos un cataclismo, sería un sabotaje contra la economía, una bomba de desintegración. ¡Pum!'. Ojos y brazos abiertos, es plástico Mujica.

La dimensión del desafío era inmensa en aquella hora del cambio, era tan grande como la deuda de 13.000 millones de dólares que Uruguay heredaba: “No podemos hablar de liberación nacional con una burra ajena, necesitamos una burra propia. La naturaleza del FMI no la vamos a cambiar. Si hay que pedir prestado que sea para producir, no para pagar 700 millones de intereses al año'.

Tampoco podía ignorar los temas pendientes en derechos humanos: 'Investigar toda la verdad no equivale matemáticamente a castigar, para este país el castigo equivale a que se conozca la verdad'. Parecía hablar de El Salvador, pienso ahora.

Después fui con Mario Benedetti –fallecido este 2009-, consagrado entonces como el más reconocido escritor uruguayo vivo, quien entonces tenía 84 años, y ya estaba muy enfermo. Me dijo: “La izquierda uruguaya cosechó el premio a su moderación y Tabaré es un heredero de una tradición democrática y moderada', a la que contribuyó decisivamente el general Líber Seregni.

Benedetti aceptó concederme la entrevista a pesar de que había decidido no dar más citas por sus problemas de su salud, minada por ocho operaciones, dos de corazón, dos de cataratas y la fractura de un hombro. Su esposa decaía.

Para explicar el significado del inédito cambio, el autor de 'Montevideanos', piedra de toque de su narrativa, me dijo que en su país 'se perdió la solidaridad entre uruguayos y hacia los que pasan hambre, incluso ahora que ha vuelto la democracia. La dictadura deja huellas en cualquier sociedad'.

“El cambio que espero es por lo menos una democracia sin corrupción', me dijo sin más. Ahora sabemos que no se cumplieron plenamente sus deseos.

Benedetti no parecía entusiasmado con Hugo Chávez: 'Y él viene de las Fuerzas Armadas, de un estilo que no se parece al estilo (de izquierda) que se practica en el Río de la Plata, pero que ha aprendido en su trayectoria ante los ataques por su relación con Cuba'

El autor de 'Gracias por el Fuego' me señaló entonces la transformación democrática de los viejos rebeldes de la mítica guerrilla tupamara al final de una ruta de cuatro décadas: 'Los Tupamaros aprendieron que no era posible cambiar la sociedad por las armas y lo aprendieron bien, son ahora una influencia importante, puesto que son quienes aparecen con más simpatías en la sociedad', lograron uno de cada tres votantes de una compleja izquierda formada por más de 40 grupos diferentes.

De viejo a viejo, Benedetti leyó el nuevo protagonismo del 'Pepe' Mujica: 'La popularidad de Mujica debe interpretarse como un premio de la sociedad a que los tupamaros hayan dejado la violencia, un premio a su incorporación democrática y a su moderación. Están actuando dentro del Parlamento con mucha sobriedad y con mucho juicio'. Otra lección para El Salvador.

Los Tupamaros emprendieron su leyenda en la remota ciudad de Bella Unión, fronteriza con Brasil. Hice el viaje de siete horas al norte de Montevideo para conocer la tierra del “Cara de bebé”, Raúl Sendic.

'Nuestra derrota fue militar, no política', me dijo a sus 64 años en plena campaña por un asiento en el Congreso Víctor Bachini, un sobreviviente de la rebelión de los cañeros de los años 60, germen de la guerrilla Tupamara, quien entonces lograría una mayoría dentro de la alianza de izquierda.

Aislado en el rincón fronterizo con Brasil y Argentina que forman los ríos Uruguay y Cuareim, el pueblo de Bella Unión envió en los años 60 y 70 a miles de cañeros a cuatro marchas de 630 km a Montevideo, organizados por el fallecido conspirador Raúl Sendic, fundador en 1965 del Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros, una de las primeras guerrillas del Cono Sur.

Allí volvió hace casi 20 años, Bachini, cuando terminó 13 años de prisión con el retorno de la democracia a Uruguay, tras haber participado en sonoras acciones armadas tupamaras. Juró entonces junto con su mujer Mariella Wins, quien lo aguardó en libertad condicional desde sus 17 años: 'La lucha persiste y no existe la resignación'.

Pero Bracchini cambio balas por votos. Hace cuatro años, junto con cristianos, humanistas, progresistas y socialistas, ese hijo de inmigrantes europeos, como es casi el 90% de los uruguayos, logró una banca de diputado para la coalición que postula a la presidencia a Tabaré Vázquez.

'Estos años hemos venido realizando todo lo que discutimos en la cárcel. Los tiempos cambiaron, la Guerra Fría terminó, se derrumbó el socialismo real y la liberación nacional, comenzó la construcción de una democracia real', me dijo aquel hombre de baja estatura, calvo y enormes anteojos que me miraba de reojo, con recelo.

Su mujer lo interrumpió aquella noche: 'No queremos otra Cuba ni siquiera el socialismo como dice la derecha para asustar, sería suicida', recuerdo que me dijo en la sala de su humilde vivienda, bajo una fotografía en blanco y negó, amarillenta, donde ella misma aparecía con Fidel Castro, en La Habana.

'Sólo queremos una democracia con bienestar social, que reabran las fábricas, que vuelva a producir la tierra', suplicó desde aquella remota zona donde había 30% de desocupación, contra una media nacional de 13,6%. Cuatro años después poco ha cambiado.

Lo mismo ocurría en los viejos barrios encaramados en un cerro frente al Puerto de Montevideo, donde vive Mujica, entre ruinas de fábricas cerradas de la capital uruguaya, masivos dormitorios precarios que sólo esperaban en sus  esperanzas de cambio dos palabras: 'Trabajo y comida'.

Los populares barrios El Cerro y La Teja que vivieron hace ya varias décadas su esplendor cuando miles de cabezas de ganado eran sacrificadas en los gigantescos frigoríficos de carne, estaban en decadencia y llegaron a los más altos índices de inseguridad, desempleo y desnutrición infantil.

Con sus 120.000 habitantes en una ciudad de 1,4 millones de personas, el barrio El Cerro se volvió un crucial enclave, tras el dramático incremento del desempleo que en 2002 llegó a un 43%, más del doble de la media nacional de casi 20% en esa época.

‘El Chino' José Zapata, un viejo luchador de 65 años en 2004, que pasó preso durante la dictadura militar (1973-85), fue el candidato a diputado por la coalición de izquierdas Frente Amplio (FA). 'Con un paquete de arroz de desecho, una botella de vino barato o una lámina, los partidos tradicionales compraron votos de los necesitados', me dijo Zapata, protagonista de una fuga masiva de 111 rebeldes Tupamaros el 16 de setiembre de 1971, recapturado en abril de 1972, y preso hasta su liberación en mayo de 1985, dos meses después del final de la dictadura.

'Esta gente, parte de las 100.000 personas que viven en emergencia social en las zonas marginales de la capital serán la prioridad de un nuevo gobierno del Frente', me dijo entonces el veterano 'compañero de José 'Pepe' Mujica'.

La victoria no se les había subido: 'Hoy vivimos un minuto de gloria, mañana vamos a vivir horas de reclamos, así tiene que ser porque esto es un contrato. Soy de los que se abrazan a una culebra para que la gente coma porque he pasado hambre'. Otra lección más.

Y así, encanecidos y calvos, los líderes históricos Tupamaros, que hace cuatro décadas emprendieron la lucha armada en Uruguay, conocieron la cárcel, fugas masivas y el exilio, se integraron luego a la democracia parlamentaria y llegaron a ser gobierno, primero con Tabaré, ahora con Mujica.

Recuerdo las frases del senador Eleuterio “El Ñato” Fernández Huidobro, a sus 62 años –ahora 67-, fundador del Movimiento de Liberación Nacional, que en memoria de los gauchos rebeldes de la pampa uruguaya, él mismo bautizó en 1965 como Tupamaros, o simplemente 'Tupas', mito y leyenda de la guerrilla urbana latinoamericana.

'Convivimos con 40 grupos en la coalición de izquierda, un fuerza pluriclasista y multipartidaria, construida desde hace 30 años, en la clandestinidad bajo la dictadura y en la legalidad bajo la democracia', fue el comienzo de sus recuerdos.

Me ofreció su resumen del cambio en una nube interminable de cigarrillos: 'No robar, un principio de la civilización judeocristiana', sin apelar a ninguna consigna radical, y propuso incluso un 'capitalismo con vocación nacional'.

Fernández Huidobro se reía hasta ocultar sus ojos pequeños entre las arrugas de su rostro, denotando una característica de aquellos veteranos, que parecían no tomarse en serio a sí mismos. Recitaba la divisa de los primeros gauchos: 'Nadie es más que nadie. Y nadie sabe qué demonios vamos a encontrar cuando seamos gobierno. Los únicos incendios que van a producirse son las quemas de archivos', me dijo con picardía, giñando un ojo.

Para no volverse loco por el aislamiento carcelario, Fernández Huidobro se comunicaba con otro líder tupamaro de la primera hora, Mauricio Rosencof, con golpes codificados de sus nudillos en los muros del penal de Punta Carretas, hoy convertido en un elegante 'Shopping Center'.

Novelista, dramaturgo, columnista, negociador con los militares que conoció el infierno de la prisión desde 1973 a 1985, Rosencof me dijo a sus 71 años en una modesta casa, a sólo 50 metros de los remodelados muros que lo encerraron, donde vive escribiendo sus ficciones, basadas en aquellas experiencias: 'En aquellos tempranos años 70, nos preparamos para tomar el poder, no para saber qué hacer con el poder”.

“Ganar una elección para tener el gobierno, no es todo el poder, el cambio en Uruguay será una transición suave que ya fluye con naturalidad, no un golpe de palacio”. Otra lección más.

Y en esa transición, la figura fue Danilo Astori, el economista y ministro de Finanzas que comenzaba su reinado, quien me dijo detrás de sus gruesos anteojos: 'Nosotros no vamos a ir haciendo propuestas sorpresivas sobre los más diversos temas, día a día. Debemos tener una conducta ordenada, sin inventar un tema todos los días y  sin lanzarlo al debate público sin medir las consecuencias. Nuestra clave es generar la confianza'.

Astori y Mujica, convergentes en la moderación desde de caminos divergentes, se perfilaron como sucesores de Tabaré, herederos del legado de la moderación. Ganó Mujica, se declara lulista como Mauricio. Las lecciones latinoamericanas están allí para El Salvador.

El “Pepe” Mujica no esperó más que unos minutos de victoria para proclamar que el presidente brasileño Luiz Inacio Lula da Silva, será el ejemplo  seguir. 'Vamos a ser un gobierno que siempre va a buscar negociar y negociar hasta el capítulo final, y cuando decimos negociar significa tratar de acordar, por eso he tomado un símbolo, el de Lula, un gigantesco negociador'.

Igual que Funes dedicó el triunfo a Lula, ahora Mujica lo hacía con poco más del 51% de los votos contra un 44% para el ex presidente liberal Luis Alberto Lacalle, del Partido Nacional (PN centroderecha), según las principales encuestadoras.

“Lula no ha hecho ninguna revolución, pero sacó a 50 millones de personas que estaban sumidos en la indigencia y les dio dignidad y esperanza', había dicho el “Pepe”, quien dio un discurso conciliador ante los simpatizantes de su partido, Mujica

Tendió la mano: sueña con alcanzar los más altos niveles de acuerdo con el opositor PN y dijo que de no ser posible 'la misma actitud de acuerdo se repetirá a lo largo de los años porque aprendí que no debemos creernos más que nadie por tener un puñado más de votos'.

El ‘pepe’ Mujica también hizo su crítica sin pelos en la lengua a la lengua del comandante de Caracas: “Chávez habla mucho, debería hablar menos”. Y la definición de la democracia de este agricultor de flores y hortalizas, que les dice a los periodistas “no hagan preguntas de  nabos (bobos)” es plástica: “El órgano de la democracia no es la lengua, es la oreja”.

Es un rostro más de la moderación para las caras de la Hidra izquierdista latinoamericana.

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