Opinión /

Matar a don Octavio


Domingo, 6 de diciembre de 2009
Álvaro Rivera Larios

En diversas situaciones del mundo actual, los seres humanos se ven obligados a matar simbólicamente al padre. Por el “padre”me refiero metafóricamente a “las influencias”. Todos las tenemos y todos en algún momento nos planteamos cómo deshacernos de ellas.

En el caso de los artistas, el problema es amplio y complejo, porque los artistas suelen tener muchos padres. A veces, para matar a uno eligen otro (habrá quien se deshaga de García Márquez, adoptando como padre a don Antonio Azorín); a veces, si nada lo remedia, un artista vive con sus progenitores estéticos toda la vida.

¿Por qué los padres dominantes suponen un problema para el artista moderno? Quizás sea porque cada escultor, cada músico y cada poeta sueñan con tener su propio rostro, su propia casa y, si lo quieren, hasta sus propios hijos.

¿Para qué perder el sueño por tener una cara propia? Buena pregunta a la que no siempre damos una buena respuesta.

Perdónenme la vanidad de intentar responderla por medio de una anécdota personal. Hace poco, Tomás Andréu, no sé si como elogio o como reproche, me dijo que ciertos poemas míos le recordaban a los versos de Octavio Paz. A don Octavio, de estar vivo, le habría incomodado tal asociación: ese no es hijo mío, le habría dicho a Tomás. Yo, aunque admiro al poeta mexicano, tengo una edad que me obliga a marcharme de su casa.

Vanidades aparte, creo que una influencia como la de Octavio paz es benéfica...solo hasta cierto punto. Ahora les digo por qué: El lenguaje de los grandes artistas abre nuevos territorios, nuevas posibilidades de expresión, pero su punto de vista excluye otras visiones y otras maneras de tratar la forma. Aunque sean genios, sus perspectivas no lo agotan todo, de ahí que sus rutas, si son seguidas de forma ciega, puedan convertirse en un obstáculo. Todo artista ejemplar sería al mismo tiempo un límite y una posibilidad. Ahí donde nos sujete, si lo hace mal, habrá que romperlo.

Hay otra razón, no menos importante, para alejarse del poeta mexicano. Es uno de esos creadores que, a fuerza de tener un estilo tan marcado, resultan inimitables. Salvo que uno desee ser una mala réplica del modelo original, lo mejor es distanciarse lúcidamente de aquellos aspectos de su creación susceptibles de convertirse en un tópico.  

Los materiales y la sensibilidad de cada artista lo obligan a establecer una relación personal con el lenguaje. Don Octavio encontró la suya, pero su fórmula quizás sea una camisa demasiado grande o demasiado estrecha para mi voz y para mi mundo. Tengo que hacerme una camisa (no importa que sea más humilde). Esto no es fácil, puede ser más azaroso que parir un solo pensamiento propio.

Si con algo sueña un poeta es con dejar (en sus ritmos, en su sintaxis y en la elección de sus palabras) el testimonio de la construcción de un mundo en el mundo. Ese anhelo y su cumplimiento, como búsqueda personal, son una empresa intransferible que puede obligarnos a matar en nosotros a un poeta tan grande como don Octavio.

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