Opinión /

Enrique Álvarez Córdova


Domingo, 6 de diciembre de 2009
Mauricio Silva

Enrique (Quique) Álvarez es uno de nuestros héroes nacionales en reconocimiento a quien el Centro Nacional de Tecnología Agropecuaria y Forestal (CENTA) lleva, desde la semana anterior, su nombre. Quique fue miembro de una de las familias más acaudaladas del país, amante de la agricultura, solidario con los pobres, ministro de agricultura en tres ocasiones, presidente del Frente Democrático Revolucionario (FDR) y mártir nacional. Quique fue también mi amigo y colega en la lucha por un país más justo.

Quique es uno de nuestros héroes por sus obras y virtudes, algunas de las cuales cuento aquí para trasmitir su espíritu y mantener vivo ese pedazo de historia que me tocó vivir con él, y también para que parte de ella no se repita jamás, para que esa discriminación, represión y falta de visión de largo plazo que vivimos, queden atrás. Quique es también un héroe por sus acciones, parte ahora de nuestra historia nacional; acciones heroicas no solo de él, sino de muchos de los que compartieron su lucha. Quique, y los que murieron con él, son nuestros mártires por que murieron por sus creencias y nuestra causa, la causa de un país más justo y solidario.

Conocí a Quique cuando se estaba formando el gabinete de la Junta de Gobierno del 15 de octubre de 1979. El gabinete estaba decidido, solo faltaba el ministro de agricultura, puesto que se le había propuesto a Quique; él dudaba pues no estaba seguro, por sus experiencias anteriores, de la viabilidad del proceso que iniciaba. Quique no quería ser parte de algo que no fuera a entregar lo prometido, especialmente las reformas económicas y sociales.

El supuesto de ese gobierno, que iniciaba cuando la guerra civil estaba por estallar, fue que se iban a realizar las reformas políticas, económicas y sociales que por mucho tiempo se habían prometido, para tratar de evitar la guerra. Quique ya había sido ministro de agricultura anteriormente, puesto desde el cual modernizó y acercó el Ministerio y su tecnología a los agricultores, pero él estaba convencido de que lo que en ese campo el país necesitaba era la reforma agraria, y ello fue su condición para formar parte del equipo de gobierno. El recibió esa garantía de los miembros de la Junta, y después de consultar con líderes de varias de las organizaciones del ahora FMLN decidió unirse al equipo de gobierno. Se prepararon las reformas a proponer.

En dichas propuestas, incluyendo la reforma agraria, se concretaban las medidas necesarias a realizar para poder empezar el cambio prometido. El cambio propuesto tenía como su principal objetivo el romper la concentración de poder económico, social y político que hasta entonces existía en el país. Todo el aparato del estado, los medios de comunicación y el ejército, estaban al servicio del poder económico, el cual estaba concentrado en muy pocas familias. Ello trajo pobreza al país, pobreza en los campos políticos, culturales, pero sobre todo, pobreza física que privó de las necesidades básicas a la mayoría de la población. Ello causaba mucha preocupación y dolor en muchos, incluyendo a Quique. Pero el que se opusiera  a ello se enfrentaba a una represión temible que para varios significó la muerte y que a muchos nos marcó de por vida. Quique, así como los que lo acompañamos en esa lucha, estábamos convencidos de que ese modelo de desarrollo no era bueno para nuestro país, que había que cambiarlo. El 15 de octubre fue un intento más de cambiarlo desde dentro del sistema.

Ese intento fracasó. El poder de aquel entonces, a través de la voz de los militares, nos convocó menos de tres meses después, el 30 de diciembre de 1979, para decirnos que “ellos habían manejado el país por 53 años y que podían seguir haciéndolo sin nosotros”; el mensaje era claro, el costo a pagar, reflejado en parte en las reformas propuestas, era muy alto. Los que en algún momento pensaron en apoyar algún cambio se echaron para atrás, los que nunca quisieron ningún cambio aprovecharon la ocasión para consolidar su posición. La guerra estaba a las puertas, el fracaso de ese intento de cambio radicalizó posiciones, los grupos que ya habían optado por la vía armada vieron reforzada su posición, y los que no querían cambio creyeron que podían controlar y ganar la guerra. Los estadounidenses apoyaron este último grupo, después del triunfo de los sandinistas en Nicaragua el riesgo era muy alto para seguir con experimentos. Pusieron a la Democracia Cristiana en el poder para cambiar un poco para que no cambie nada, pero principalmente para profundizar y manejar la guerra. Esa falta de voluntad política por los cambios solo consolidó el fracaso de las reformas, incluyendo la reforma agraria planteada por Quique, que en aquel entonces se iniciaron impuestas por los americanos. El país se metió y sufrió los próximos trece años en una cruda y muy cara guerra civil, cuyo mayor costo son nuestros 75 mil muertos.

De los que nos radicalizamos con esos acontecimientos fuimos Quique y yo. Ambos dimos nuestro apoyo a la oposición que ya incluía los grupos armados, éramos en aquel entonces de los pocos en mantener esa posición abiertamente, nuestras historias y ubicación social nos lo permitieron, por un corto tiempo más. En ese breve periodo, a principios de 1980, creamos el Movimiento Independiente de Profesionales y Técnicos de El Salvador (MIPTES) del cual Quique fue el primer presidente. MIPTES, desde un principio, formó parte del Frente Democrático Revolucionario (FDR). El FDR, que luego hizo alianza con el FMLN, permitió a la oposición una cara diferente, especialmente al nivel internacional. 

Durante ese breve periodo de oposición abierta a Quique lo arrestaron en la carretera, sin motivo alguno. Como una cosa rara le permitieron una llamada y la hizo a mi persona. En ella solo me comunicó que estaba preso. En ese entonces era muy importante divulgar la noticia de inmediato, que se supiera y reconociera que alguien estaba preso antes de que lo fueran a torturar, pues si lo torturaban era más difícil que saliera con vida, pues ello era una prueba más de esas prácticas por parte del aparato del estado. Difundimos la noticia pero también solicité la intervención de Monseñor Urioste, quien me llamó al poco tiempo para comunicarme que ya había hablado con Morales Erlich, miembro de la Segunda Junta de Gobierno que en ese entonces gobernaba, o sea el Presidente de La República, quien había logrado que me entregaran a Quique quien se encontraba en el cuartel del policía Nacional en Santa Tecla. Fui allá, debo confesar con bastante miedo, y no me dejaron ni llegar a la puerta de entrada, me dijeron que me regresara rápido antes de que me metieran preso a mí también. Seguimos las negociaciones por otro lado y Quique salió libre esa misma tarde, pero el incidente dejó claro cuán poco poder real tenía la Junta, y cuánto poder los militares.

Todos estos incidentes confirmaron las dudas iniciales de Quique de participar en el movimiento del 15 de octubre. Sin embargo, creo que ni él ni yo nos arrepentimos de haberlo hecho, debíamos hacer todo lo posible para viabilizar la salida democrática al conflicto. Ello no fue posible; pudimos haberlo hecho diferente, haberlo hecho mejor, pero esos esfuerzos del 15 de octubre, y en parte estas historias, comprueban que el problema no era uno de no saber cómo hacer para empezar el cambio, el problema era claramente uno de oposición al cambio por parte de aquellos que por mucho habían tenido un poder ilimitado en el país y que hicieron todo para evitarlo.

Después de esa y otras experiencias, que nos dejaron claro que no podíamos ser oposición abierta en el país, seguimos caminos diferentes con Quique: él se quedó en el país en la clandestinidad, pero siempre de director del FDR. En una de las reuniones de ese directorio en el Externado de San José, agentes uniformados se llevaron a él y al resto de sus compañeros de directiva. Todos ellos aparecieron muertos al día siguiente. Nunca se investigó los crímenes, nunca se dio explicación alguna. Quique estaba muy consciente del riesgo que corría, de allí que es un mártir, pues murió por su causa, por nuestro país.

Quique heredó su hacienda a los miembros de la cooperativa que él había ayudado a crear en su propiedad, demostrando con el ejemplo su solidaridad con los más pobres. El país ahora ha comenzado el cambio de una manera diferente gracias, en parte, al sacrificio de muchos como Quique. De allí la justicia del acto de cambio de nombre al CENTA. Ojalá los que heredamos la responsabilidad de seguir construyendo una patria más justa, solidaria y sin pobreza, aprendamos del ejemplo de Quique. Ojalá los que se opusieron en aquel entonces al cambio, llegando a los extremos aquí ejemplificados, hayan aprendido de la historia, que nunca permitan repetir esos extremos, que obedezcan las leyes de la democracia que incluyen entre otras responsabilidades el pagar impuestos justos, el compartir el poder y el permitir opiniones diferentes.

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