Opinión /

Salomón, Obama y Lobo


Domingo, 20 de diciembre de 2009
Alberto Valiente Thoresen

El Libro I Reyes del Antiguo Testamento incluye una historia popular conocida como ”El Juicio de Salomón”. De acuerdo a la Biblia, Salomón fue el último rey de Israel y el hombre más sabio de todos los tiempos. “El juicio salomónico” fue una ilustración de esta sabiduría. El rey la empleó para averiguar quién era la verdadera madre de un bebé, salvar al bebé de una impostora y devolverlo a su familia biológica. La historia cuenta que dos mujeres dieron a luz en el lapso de tres días. Desafortunadamente uno de los bebés murió. Entonces, la madre del bebé difunto intercambió de escondidas el cuerpo de su hijo sin vida con el del otro bebé. Al percatarse del secuestro, la madre biológica del niño secuestrado acudió al sabio Rey Salomón para pedir justicia. La orden justa y lógica del Rey Salomón fue clara: “Partan al bebé a la mitad, de manera que el cuerpo pueda distribuirse equitativamente entre las mujeres”. La madre que había secuestrado al bebé aceptó la orden, pero la madre biológica decidió no tomar su parte, para no sacrificar la vida del bebé. Al ver esto, el sabio Rey Salomón ordenó dar el bebé a su verdadera madre biológica. La identificó gracias a su sabiduría y la preocupación de la madre por el bienestar de su bebé.

Es menos común que los jefes estatales de nuestros días sean reyes. Si lo son, suelen al menos aparentemente jugar un papel secundario, relegado a la diplomacia, las fiestas de galas, y apelaciones a la unidad de los ciudadanos de un Estado.  Los políticos con poder efectivo como líderes de Estado son hoy día los presidentes o los primeros ministros. Se espera que ellos también tengan gran sabiduría, para resolver conflictos y hacer justicia, como el Rey Salomón.  

Por ejemplo, es de suponer que el presidente Barack Obama y el político hondureño Porfirio Lobo Sosa aspiran a ser jefes de Estado sabios, como el Rey Salomón. Aunque es necesario hacer una aclaración: El presidente Barack Obama es un jefe de Estado legítimo, electo por los ciudadanos estadounidenses, de acuerdo a las leyes de los Estados Unidos de América. Por su parte, Porfirio Lobo Sosa no ha sido electo legalmente por los hondureños y no es un jefe de Estado legítimo. Sin embargo, ambos políticos desean ser jefes de Estado de sus países, de manera legítima o ilegítima, democrática o dictatorial.  Cada uno ha sido presentado con un dilema en las últimas semanas. Estos dilemas resultan de conflictos no muy distintos al de las madres que dieron lugar al “juicio salomónico”.

 El primer caso se trata del presidente de los Estados Unidos de América, Barack Obama. Recientemente recibió en Oslo el Premio Nobel de la Paz. Este es un reconocimiento mundialmente famoso, establecido por Alfred Nobel en 1901. Este premio debe otorgarse a la persona “que durante el año anterior(...) haya hecho la mayor cantidad o mejor calidad de trabajo a favor de la fraternidad entre naciones, la abolición o reducción de los ejércitos y la celebración y promoción de congresos de paz”.  A diferencia de otros premios Nobel, el comité que otorga este premio no debe estar compuesto por académicos, como científicos sociales con especialidad en paz y resolución de conflictos. De hecho, el Parlamento noruego elige a cinco personas, quienes por lo general son políticos en funciones o políticos retirados, para que discutan una lista de nominados y de ahí elijan al ganador del premio. Las nominaciones provienen de individuos y organizaciones de todo el mundo. Por ello, candidatos tan poco probables como George Bush, Benito Mussolini y Joseph Stalin han sido nominados para recibir el premio. A veces el premio ha sido muy controversial. Por ejemplo, cuando le fue otorgado a Henry Kissinger en 1973, o al trío de Yasser Arafat, Shimon Peres y Yitzhak Rabin, en 1994.  No obstante, lo que un grupo pequeño de noruegos decide cada año sigue cautivando a gran parte de la humanidad. Esta decisión y las ceremonias pomposas que le siguen, representan muchas veces protección y proyección de la causa de los laureados por el premio. Además proporciona recursos financieros equivalentes a 10 millones de coronas suecas (más de 1 millón de dólares estadounidenses).  De manera que el premio puede hacer una diferencia muy grande para activistas de paz desconocidos y amenazados por las fuerzas de la violencia y la guerra en el mundo.

El padre del premio fue Alfred Nobel, quien se casó con la idea de la paz y fecundó este proyecto con ella. Por más de un siglo, este premio ha contribuido al debate sobre cómo mejorar la fraternidad entre naciones y abolir los ejércitos. A pesar de tener más de un siglo de existencia, este proyecto de paz es todavía un bebé, si lo ubicamos en el contexto de la historia de la humanidad, caracterizada por miles de años de guerras y violencia, como una estrategia común de resolución de conflictos.

Como el Rey Salomón, el señor Obama fue presentado con el bebé del premio Nobel de la Paz.  Dado el contexto actual de la presidencia del señor Obama, se puede decir que había dos madres desesperadas que reclamaban la responsabilidad de este niño y que jugaron un rol importante en la campaña de Barack Obama: la organización social para la paz y la organización social para la guerra. Ambas querían que se les atribuyera este niño por las mismas razones. Quien lo recibiera, irrevocablemente obtendría también los beneficios que lo acompañan.

El presidente Obama tuvo la oportunidad de ser igual de sabio que el Rey Salomón, para encontrar a la madre verdadera de este premio de paz. Pero en vez de ello, se embarcó en un discurso de aceptación apologético. Este discurso demostró humildad, porque Obama reconoció lo poco que merece un premio de paz, como presidente de la superpotencia militar del mundo que está en guerra en tierras extranjeras. Sin embargo, el discurso se quedó corto de reconocer que además de esto, Obama es el presidente del país que tiene el mayor poder militar del mundo, sostiene tropas militares en tierras extranjeras, expande las bases militares en América del Sur, al mismo tiempo que proporciona legitimidad a un régimen golpista en Honduras. Estas son actividades que Obama ha apoyado de una u otra forma, en el transcurso del año anterior. Además, no se quedan en el nivel de esfuerzos o intenciones. Son acciones que efectivamente han rendido siempre resultados como más conflicto entre naciones, mayor militarización, más guerra y más muertos.  El carácter guerrero y violento de estos resultados debería ser suficiente para no tomar en cuenta los esfuerzos de Obama a favor de las instituciones internacionales y la reducción de los arsenales de armas nucleares. De hecho, muchos califican estos esfuerzos como política de interés nacional, más que un verdadero interés por la paz mundial.

Además, el discurso del presdiente Obama fue más allá que esta omisión. Obama tuvo la inquietante osadía de justificar la guerra desde el podio del laureado de paz. La ironía es que los argumentos empleados para esta justificación de la guerra, ni siquiera aplican a las guerras que el presidente Obama comanda hoy día: la ocupación ilegítima de Iraq y la guerra desproporcionada, contraproducente y geográficamente mal concebida en Afgánistan y Pakistán. De manera que el presidente Obama no merece un premio de paz, ni siquiera de acuerdo a sus argumentos circulares y en ocasiones falaces.

Su discurso fue un intento por dividir al premio Nobel de la Paz equitativamente entre la organización social para la guerra y la organización social para la paz. De igual forma que las órdenes del Rey Salomón, la lógica del presidente Obama fue balanceada, pero fatal. Se trató de un buen esfuerzo intelectual para ser equitativo con las madres contrincantes. Al final, sus argumentos se quedaron cortos de un juicio salomónico. Al presidente Obama le hizo falta sabiduría justa. No comprendió que sacrificó la vida del premio, al partir al bebé del premio Nobel de la Paz equitativamente entre las madres de la guerra y de la paz. Esto es ya suficiente tragedia, pero además de eso, el presidente Obama causó dificultades para los que trabajan por la paz y merecen el premio más que él. Esta doble pérdida fue más que todo el resultado de la avaricia de un comité de políticos noruegos en busca de relaciones públicas para Noruega, y la ambición de un jefe Estado.

La verdadera sabiduría salomónica hubiera reconocido la imposibilidad de dividir el premio equitativamente entre pacifistas y guerreros, sin necesariamente matar su esencia. Una razón pacifista hubiera necesariamente renunciado al premio, para atribuirlo a una organización social para la paz, que es la madre verdadera de un premio de paz. La falta fue primero del Comité Nobel por otorgarle el premio a Obama, y luego del presidente Obama por aceptarlo.

El segundo caso trata sobre Porfirio Lobo Sosa, quien ha sido presentado con la posibilidad de convertirse en jefe de Estado de facto de Honduras, en condiciones de ilegitimidad e ilegalidad. El sistema político hondureño actual también es un bebé en términos históricos. De igual forma, hay dos madres que reclaman a este sistema político como suyo: la fachada democrática representativa y la democracia participativa. Estas madres están representadas por el aparato de poder golpista y por la resistencia contra el golpe de Estado, respectivamente. Ante esta situación, el señor Porfirio Lobo tiene la posibilidad de mostrar su sabiduría y de ejercer un juicio salomónico. Por un lado, puede optar por dividir al sistema político de Honduras, en una polarización fatal entre fachada democrática golpista y resistencia a la fachada democrática. Por otro lado, puede ceder el sistema político hondureño a las peticiones reivindicadoras de la resistencia. Porque la resistencia nunca ha querido y nunca le ha interesado participar de esta división asesina, excluyente y polarizante, que terminaría por sacrificar al recién nacido sistema político hondureño. La resistencia aboga al contrario por una revitalización total de la democracia hondureña con participación para todos, sin divisiones innecesarias. Por ello demandan “la restitución del presidente legítimo Manuel Zelaya Rosales, el respeto al derecho soberano de instalar una Asamblea Nacional Constituyente con la que se refunde la patria y el castigo para los violadores de derechos humanos”.  ¿Comprenderá entonces el señor Lobo en las manos de quién debe estar el futuro del infante sistema político? Difícilmente, porque seguramente se siente amenazado por estas reivindicaciones. Mientras tanto es muy probable que como la madre del juicio salomónico, la verdadera madre de la recién nacida democracia hondureña se sacrifique y continúe resistiendo con vida, en contra de la división, la violencia y la muerte.

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