Opinión /

Un año para la reflexión


Lunes, 11 de enero de 2010
Álvaro Rivera Larios

Acaba de irse un año crucial para la historia salvadoreña: el año en que la izquierda ganó unas elecciones presidenciales sin que le robasen la victoria; el año en que la derecha aceptó por primera vez una derrota electoral de gran envergadura. No sabemos cuáles serán a largo plazo los efectos de lo que ha sucedido.

De momento, han salido a la superficie las aguas turbias que corrían por las cañerías del poder conservador. Los efectos de su derrota en las urnas han desembocado en la división. Arena ya se mostró dividida cuando tuvo que elegir a su último candidato presidencial, ahora sus fracturas asoman de forma obscena ante la mirada de la opinión pública salvadoreña.

Sea cual sea el diagnóstico que hagamos, por primera vez en nuestra historia la derecha se desacredita de forma expresa a sí misma. Las mutuas denuncias de los sectores que se disputan el liderazgo del poder conservador nos remiten a una forma de hacer política crudamente condicionada por intereses sectoriales.

La desnudez de estos comportamientos nos revela hasta qué punto la imagen de la democracia y de la nación que han defendido los conservadores no se corresponde con la práctica de algunos de sus líderes. Hablar de proyectos políticos enfrentados en el interior de las clases dominantes, no sé hasta qué punto dignifica ciertas formas bajas de hacer política.

Porque hay formas y formas de hacer política, incluso si se milita en un partido conservador. Lo que ha estallado ahora lleva años gestándose y no se explica sólo por los abusos de un dirigente popular y carismático. Si damos crédito a las acusaciones que se hacen contra Tony Saca, hay que razonar que nadie acumula tanto poder y lo usa de una forma problemática sino es con la ayuda, la tolerancia y el silencio de muchos miembros de su organización.

Una vez abierta la caja de Pandora, la sospecha se extiende a los veinte años de gobierno arenero. Ahora sabemos lo que sabemos gracias a que adentro de la derecha se rompió un pacto de silencio. En situaciones así, uno hecha en falta un poder judicial verdaderamente autónomo y una prensa que de verdad promueva  el auténtico periodismo de investigación.

Si considerásemos esto sólo como el problema aislado de un partido, nos equivocaríamos. El descrédito de Arena con mucha facilidad podría convertirse, ante los ciudadanos, en el descrédito de las instituciones democráticas. Con veinte años de democracia a nuestras espaldas, muchos ciudadanos, con independencia de que la derecha esté en crisis, tienen serias dificultades para ver los efectos positivos del actual sistema político. Quienes vivimos la guerra valoramos la mera convivencia, aunque la paz por sí sola no haya sabido construir mecanismos de integración social. Pero hay mucha gente a la que ya no le satisface una paz sin desarrollo económico y sin justicia distributiva. Esa gente, ante el paisaje de la corrupción política, ya ve la libertad como un mero ejercicio formal, publicitario y sin efectos tangibles. Ya no es posible separar el destino de la institucionalidad democrática de los problemas que atañen al desarrollo económico y a la distribución de la riqueza. Tendríamos que dejar zanjado este largo período de retórica nacionalista y de proyectos políticos que en realidad han carecido de un concepto socioeconómico de nación.

Por eso sorprende que los militantes encargados de levantar y preservar los valores y las instituciones que emergieron de una guerra, no hayan asumido sus tareas públicas con una fuerte voluntad de asociar la ética y la política. Al contrario, parece que emprendieron el ejercicio del gobierno aquejados por una miopía doctrinaria y un profundo vacío moral. No se trata de fallos que puedan asumirse y superarse por la cómoda vía de atribuirlos a un líder al que se quemará en la plaza de la opinión pública, fallos de este tipo son fallos colectivos y de concepto y eso es preocupante.

La derecha puede hacer el balance de un año infausto, pero este año posiblemente sea el producto de veinte años de errores, miopías y dejaciones. Una forma cómoda de interpretar su fracaso y su crisis actual es la de atribuirlos a una persona y sus allegados.

Estos serían concebidos como una especie de quiste en un cuerpo sano. Bastaría con extirparlo para solucionar el problema. Cabe la posibilidad de que ese quiste sea el efecto de las prácticas y  valores de un cuerpo mal estructurado que debería refundarse.

II

¿Qué decir de la izquierda? Ha sido un año de éxitos, pero de éxitos también se muere. La crisis del adversario histórico ha terminado dándole un poder que hace unos meses no era previsible. Cómo cambia todo en cuestión de días. Pero ese nuevo poder supone la posibilidad de dar un paso más allá en el plan de los cambios previstos. En torno al ritmo, la naturaleza y la profundidad de tales cambios sospecho que hay desacuerdos en la base y en la cúspide del FMLN.

La historia de las pugnas en el interior de la izquierda ya es vieja. En nuestro país ya ha dejado capítulos trágicos (los asesinatos de Roque Dalton y Mélida Anaya Montes) y lo que sorprende es que tales experiencias no hayan dejado un pozo de conocimiento y, a partir de ahí, una cultura cívica que permitan gestionar con mayor lucidez los desacuerdos.

La izquierda tiene dos adversarios: la derecha y ella misma que con tanta facilidad podría autodestruirse, si no razona, negocia y calcula bien sus pasos en este momento.

III 

Los principios y las doctrinas que nos sirven para explicar el mundo y organizar nuestra conducta, a menudo tienen una dignidad que no se corresponde con la forma en que han cuajado históricamente nuestras prácticas y costumbres. Esa estatura, la de las grandes ideas, a menudo enmascara lo limitada que es nuestra capacidad para aplicar creativamente esta o aquella doctrina. Necesitamos elaborar una imagen objetiva de cómo factores como el compradazgo, el nepotismo y el caudillismo representan, en nuestro país, obstáculos para el establecimiento de formas modernas de hacer política.

Incluso el marxismo, ese rostro radical de la modernización, puede caer bajo la influencia de valores y estructuras de comportamiento político de clara raigambre precapitalista. El economicismo de la izquierda la lleva a localizar los problemas del país en las estructuras económicas y en lo que respecta a los factores “superestructurales” que se oponen al cambio se contenta con explicarlos de una forma abstracta. Además de una descripción del funcionamiento del modo de producción capitalista en El Salvador, hace falta una descripción precisa y descarnada del funcionamiento de nuestras instituciones y del tejido antropológico de nuestra cultura política, para saber cómo se presentan también (en ciertos casos) como un obstáculo ante cualquier intento de modernización.

Los grandes conceptos y su épica transformadora (sean liberales o marxistas) siempre terminan más acá, en nuestra chata realidad, disminuidos por nuestras verdaderas formas de hacer política.

Los grandes conceptos y la brecha que los separa de nuestra verdadera conducta se transforman en una forma de retórica que sirve para justificar esas prácticas cotidianas que todo el mundo conoce pero que casi nadie lleva con claridad al terreno de la teoría. Es por eso que cuando nuestros políticos conservadores hablan de libertades individuales, uno sabe que lo que defienden no es tanto al individuo como a ciertos sectores económicos que tradicionalmente en nuestro país son los que más han despreciado las libertades individuales de la mayoría de los ciudadanos.

Ciertos sectores de la izquierda tampoco se salvan. Cuando hablan de libertad, uno se pregunta cuál es el verdadero contenido que dan a ese concepto, dado que todavía no han hecho una reflexión profunda sobre el fracaso de las herramientas políticas con que la izquierda radical intentó realizar la libertad a lo largo del siglo XX. Ambas ideologías, el liberalismo y el marxismo, fueron en su origen manifestaciones de una razón crítica. Pero curiosamente han sido asimiladas, en nuestro país, como formas cerradas y doctrinarias. Ni la izquierda ni la derecha salvadoreñas tienen  capacidad de reflexión para evaluarse a sí mismas desde la perspectiva de sus trayectorias históricas concretas y ese déficit que comparten las vuelve proclives a la repetición de sus viejos y crónicos errores. Ojalá que este circulo vicioso se rompa.    

 

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