Opinión /

Nueve meses después


Lunes, 11 de enero de 2010
Carlos Gregorio López Bernal

Hemos dejado atrás el año 2009; año marcado por las dinámicas de la economía y la política. Inició en medio de la campaña electoral, y el apasionamiento político dejó en segundo plano la crisis económica que para entonces ya estaba sobre el país, pero que el gobierno de Antonio Saca se esforzaba por disimular y postergar.

Doce meses después es pertinente volver la vista atrás. A pesar de las interesadas visiones apocalípticas que rodearon el proceso electoral, y de todos los fantasmas que los ideólogos trasnochados de la derecha intentaron levantar para impedir el triunfo de la izquierda, este se dio. Es más, al igual que sucedió con los Acuerdo de Paz, el proceso de transición no produjo ningún altercado de consideración. Un día después de las elecciones del 15 de marzo, los salvadoreños volvieron a sus labores diarias en completa normalidad. No hubo celebraciones fuera de tono, ni hubo fuga masiva de capitales. Los cierres de fuentes de trabajo y los despidos, no han sido producto del cambio de gobierno, sino de los problemas de la economía.

Es decir, en el plano de lo político, los salvadoreños debemos darnos por satisfechos. Hemos logrado conjurar los demonios del pasado, y podemos decir con orgullo que hemos avanzado un paso más en el camino de la democratización. Considerando los abismos de los cuales hemos salido, este es un triunfo de la razón. Ya luego habrá tiempo para valorar el desempeño del nuevo gobierno. Los juicios que hoy puedan hacerse, no están exentos de las expectativas que cada quien pudo haber tenido desde los día de la campaña electoral. Seguramente que algunos resienten los cambios, dado que ya estaban acostumbrados a la manera de actuar de ARENA en sus veinte años en el poder; otros por el contrario, dirán que no ha cambiado nada, pues aún confunden gobierno con revolución.

Por lo tanto, es mejor esperar más tiempo para saber qué tanto puede cambiar el país a consecuencia del cambio de gobierno. Es más fácil y quizá pertinente considerar cómo los principales partidos políticos han reaccionado ante los resultados electorales de marzo. Mucho de lo que estos puedan ser y hacer en el futuro dependerá de la manera cómo procesen y asuman lo acontecido en marzo pasado, y sobre todo de la madurez y responsabilidad con que sus dirigentes trabajen.

Obviamente fue el FMLN quien salió ganancioso. No solo resolvió adecuadamente la selección de su candidato, independientemente de cuán democrático haya sido el proceso interno, sino que ganó la presidencia. Sin embargo, es claro que las relaciones entre el presidente Funes y el partido, no han estado ni estarán exentas de dificultades. En una democracia más madura y mejor establecida, la existencia de diferencias e incluso los conflictos entre presidente y partido de gobierno no alarmarían a nadie.

Sin embargo, los veinte años de gobierno de ARENA nos acostumbraron a ver una absoluta convergencia entre ejecutivo y partido, y sobre todo entre ejecutivo y fracción legislativa, al grado que hoy, algunos interesadamente destacan los desencuentros entre Funes y el FMLN. Tales diferencias no debieran inquietar, si no interfieren en la marcha de los asuntos de gobierno, y hasta hoy no lo han hecho. Si se consideran los antecedentes del presidente, es claro que entre él y el partido, existen coincidencias importantes, pero de ningún modo el mandatario ha mostrado una plena identificación con la ideología del partido, lo cual hasta cierto punto puede ser beneficioso para nuestra democracia.

Más bien es preocupante la insistencia de algunos medios en magnificar los roces entre el presidente y algunos de sus funcionarios miembros del FMLN o en mostrar como distanciamiento, el hecho de que Funes no participe en actividades partidarias. Este dejó en claro desde que asumió el poder cuál sería su actitud al respecto, y asumiendo una posición diametralmente opuesta a su antecesor, ha dicho que su compromiso principal es con el país y no con el partido que lo llevó al poder. En el pasado, callaron y avalaron las acciones del expresidente Saca que sin ningún impedimento pedía el voto a favor de su partido. Hoy ven señales negativas en un hecho que más bien debiera celebrarse, porque podría significar un giro positivo en la manera de entender el ejercicio del poder ejecutivo.

A pesar del manejo mediático de hechos como los señalados, pareciera que hasta hoy las relaciones presidencia-partido fluyen sin mayores problemas. Ahora bien, es claro que haber ganado las elecciones ha reforzado la unidad interna y está incidiendo en las proyecciones futuras del FMLN. Esto fue evidente en la reciente convención del partido. El Frente ya está pensando en cómo sacar ventaja de su posición actual para las futuras elecciones; esto es absolutamente lógico, pero será su desempeño en el gobierno el que dará la pauta para que los votantes le renueven su apoyo. En algún momento el FMLN tendrá que definir sus apuestas a la presidencia; entonces tendremos mejores elementos para valorar su experiencia con Funes y cómo ésta habrá incidido en la orientación ideológica del partido. Por hoy parece que la relación Funes-FMLN ha sido beneficiosa para ambos, al menos eso es lo que reflejan las encuestas de opinión.

Diferente es el caso de ARENA; que lo que pasa en este partido es la antítesis de lo ocurrido en el Frente. La derrota electoral dejó al descubierto profundas fisurasen el partido de derecha, las cuales ya eran visibles desde su infeliz proceso de elección de candidatura presidencial. Curiosamente, el 2009 demostró que ARENA era más débil en el punto en que aparentaba mayor fortaleza, y este es la ideología. Por años ARENA se mostró ideológicamente sólido. A pesar de sus evidentes incongruencias, el triángulo anticomunismo, libertades y mercado parecía garantizar la unidad interna del partido. Con el fantasma anticomunista obtenía el voto menos racional pero numéricamente determinante para mantenerse en el poder; con su aparente defensa de la libertades atraía las simpatías de aquellos grupos más ilustrados y empapados del ideario liberal, y con el discurso de la defensa del mercado ganó el apoyo del sector empresarial, aunque no todos los empresarios se beneficiaran de sus prácticas de gobierno.

Las feroces pugnas que afloraron en ARENA cuando escogió su candidato presidencial, pero sobre todo los enconados conflictos postelectorales, comenzando por la reestructuración del COENA, la salida de los doce diputados, la inoperatividad y falta de sintonía con las bases de la actual dirigencia, hasta llegar a la farsa que rodeó la expulsión del expresidente Saca, evidencian una profunda crisis que algunos ya consideran irreversible, al grado de afirmar que la derecha tendrá que construir un nuevo partido que reemplace al desgastado tricolor.

Los problemas internos de ARENA poco tienen que ver con la ideología; son problemas de poder. Tras la aparente solidez ideológica de ARENA se escondía el aprovechamiento descarado del ejercicio del poder para favorecer primeramente al grupo de poder cercano al presidente y en segundo término a todos los que pudieran aprovechar las oportunidades que se presentaran. Tan atractiva y rentable era esa perversión de la política que las pugnas generadas por cada relevo presidencial se aplacaban y posponían porque los perdedores siempre tenían la esperanza de que la próxima ronda les favoreciera. Marzo de 2009 quebró ese esquema y fue la desbandada.

Al menos en lo inmediato, la crisis es simplemente producto de la derrota presidencial. Al no detentar más el poder político, ARENA no puede recompensar el trabajo de campo de dirigentes medios y militancia. Pero tampoco tiene nada que ofrecer a la alta dirigencia que había hecho de la política una forma de vida que corría en dos vías, a cual más provechosa: los puestos públicos y las oportunidades de negocios asociadas al ejercicio del poder.

En tal sentido es entendible que hayan querido cobrarle la factura a Saca y a su grupo de poder. Sin embargo, la forma en que lo hicieron es políticamente improcedente. Cualquiera medianamente informado sabe en este país que el expresidente Saca acumuló un enorme poder político y usó y abusó de él a su antojo. Eso lo sabía la dirigencia de ARENA, pero mientras estuvieron en el poder no hicieron nada para detenerlo. Por el contrario, intentaron por todos los medios capitalizar para el partido el éxito de imagen mediático de Saca. Y si Rodrigo Ávila hubiera ganado las elecciones, se hubieran tragado sin más los excesos de Saca y hubieran tolerado que este siguiera inmiscuyéndose en donde se le antojase.

Al final de cuentas, Saca hizo lo mismo que hicieron sus antecesores: escoger, o al menos incidir en la escogencia de su sucesor. El error de Saca fue montar un proceso de elección interna que se le salió de las manos. Cuando se dio cuenta de que las cosas se salían de control, recurrió a la manipulación y el chantaje para imponer a Avila, con lo cual las internas de partido fueron una absoluta farsa, pero esa tarea no la hizo solo. Hecha esa acotación, es claro que los expresidentes de ARENA y el actual COENA tienen muy poca autoridad moral para acusar a Saca y menos para expulsarlo del partido, inculpándolo de traición. Una investigación rigurosa demostraría que Saca hizo lo mismo que sus antecesores, solo que a él se le fue la mano, porque creyó o le hicieron creer que tenía mucho más poder.

Lo peor de todo, incurren en el mismo error de Saca: aparentan seguir un proceso estatutario, cuyo resultado estaba decidido con antelación. Abren un expediente interno que no tiene ningún sustento, ni otro sentido que no fuera dar una aparente legalidad a la solución de una pugna en que las actuaciones de Saca o sus tendencias ideológicas no son el punto determinante. A lo largo de veinte años ARENA perdió la ideología o solo la usó como discurso para consumo externo, mientras se regodeaba en el poder. Al perder el poder, que se había convertido en la razón de ser de sus dirigentes, intentan retomar la ideología, pero solo como recurso para justificar las purgas internas.

Quizá Saca no tenga ya tanto poder, pero tiene mucha popularidad. Hábil como es, Saca aprovecha la oportunidad y se muestra como el líder de una derecha más popular y humana, condición que lo convierte en víctima del ala más recalcitrante del partido. La dirigencia de ARENA no debería tomarse a la ligera este dato. De todos los líderes de derecha, Saca es el único que puede hacerle contra peso al presidente Funes, con el cual curiosamente no manifiesta mayores contradicciones.

El actual presidente de ARENA es una figura políticamente desgastada. Y al menos en el mediano plazo no parece que ARENA esté en condiciones de parir nuevos liderazgos internos o de atraer figuras externas reconocidas, dispuestas a cargar con la ingente tarea de revitalizar o revivir a un ente que ha sido una mezcla sui géneris de negocios y maquinaria electoral, pero que aparenta ser un partido.

Con lo anterior no quiero decir que ARENA esté liquidado como partido político. Si sus dirigentes son suficientemente inteligentes y humildes pueden entender que un ciclo se ha cerrado y que si quieren que el partido salga adelante tendrán que tomar medidas trascendentes, sobre todo abrir espacios para “nuevos liderazgos”, ojalá no corrompidos por el poder. De aquí en adelante, ARENA tendrá que luchar sin los enormes recursos de la empresa privada y del Estado. Esto solo podrá hacerlo con una militancia ideológicamente sólida, que siga a sus líderes por convicción y no por conveniencia como lo hacía en el pasado.

ARENA ya hizo todo lo malo que podía hacer: ejercer el poder sin cortapisas y creer que podía perpetuarse en él; hoy debe asumir los costos. Ojalá el FMLN aprenda la lección y actúe en consecuencia. 

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en el partido de derecha, las cuales ya eran visibles desde su infeliz proceso de elección de candidatura presidencial. Curiosamente, el 2009 demostró que ARENA era más débil en el punto en que aparentaba mayor fortaleza, y este es la ideología. Por años ARENA se mostró ideológicamente sólido. A pesar de sus evidentes incongruencias, el triángulo anticomunismo, libertades y mercado parecía garantizar la unidad interna del partido. Con el fantasma anticomunista obtenía el voto menos racional pero numéricamente determinante para mantenerse en el poder; con su aparente defensa de la libertades atraía las simpatías de aquellos grupos más ilustrados y empapados del ideario liberal, y con el discurso de la defensa del mercado ganó el apoyo del sector empresarial, aunque no todos los empresarios se beneficiaran de sus prácticas de gobierno.

Las feroces pugnas que afloraron en ARENA cuando escogió su candidato presidencial, pero sobre todo los enconados conflictos postelectorales, comenzando por la reestructuración del COENA, la salida de los doce diputados, la inoperatividad y falta de sintonía con las bases de la actual dirigencia, hasta llegar a la farsa que rodeó la expulsión del expresidente Saca, evidencian una profunda crisis que algunos ya consideran irreversible, al grado de afirmar que la derecha tendrá que construir un nuevo partido que reemplace al desgastado tricolor.

Los problemas internos de ARENA poco tienen que ver con la ideología; son problemas de poder. Tras la aparente solidez ideológica de ARENA se escondía el aprovechamiento descarado del ejercicio del poder para favorecer primeramente al grupo de poder cercano al presidente y en segundo término a todos los que pudieran aprovechar las oportunidades que se presentaran. Tan atractiva y rentable era esa perversión de la política que las pugnas generadas por cada relevo presidencial se aplacaban y posponían porque los perdedores siempre tenían la esperanza de que la próxima ronda les favoreciera. Marzo de 2009 quebró ese esquema y fue la desbandada.

Al menos en lo inmediato, la crisis es simplemente producto de la derrota presidencial. Al no detentar más el poder político, ARENA no puede recompensar el trabajo de campo de dirigentes medios y militancia. Pero tampoco tiene nada que ofrecer a la alta dirigencia que había hecho de la política una forma de vida que corría en dos vías, a cual más provechosa: los puestos públicos y las oportunidades de negocios asociadas al ejercicio del poder.

En tal sentido es entendible que hayan querido cobrarle la factura a Saca y a su grupo de poder. Sin embargo, la forma en que lo hicieron es políticamente improcedente. Cualquiera medianamente informado sabe en este país que el expresidente Saca acumuló un enorme poder político y usó y abusó de él a su antojo. Eso lo sabía la dirigencia de ARENA, pero mientras estuvieron en el poder no hicieron nada para detenerlo. Por el contrario, intentaron por todos los medios capitalizar para el partido el éxito de imagen mediático de Saca. Y si Rodrigo Ávila hubiera ganado las elecciones, se hubieran tragado sin más los excesos de Saca y hubieran tolerado que este siguiera inmiscuyéndose en donde se le antojase.

Al final de cuentas, Saca hizo lo mismo que hicieron sus antecesores: escoger, o al menos incidir en la escogencia de su sucesor. El error de Saca fue montar un proceso de elección interna que se le salió de las manos. Cuando se dio cuenta de que las cosas se salían de control, recurrió a la manipulación y el chantaje para imponer a Avila, con lo cual las internas de partido fueron una absoluta farsa, pero esa tarea no la hizo solo. Hecha esa acotación, es claro que los expresidentes de ARENA y el actual COENA tienen muy poca autoridad moral para acusar a Saca y menos para expulsarlo del partido, inculpándolo de traición. Una investigación rigurosa demostraría que Saca hizo lo mismo que sus antecesores, solo que a él se le fue la mano, porque creyó o le hicieron creer que tenía mucho más poder.

Lo peor de todo, incurren en el mismo error de Saca: aparentan seguir un proceso estatutario, cuyo resultado estaba decidido con antelación. Abren un expediente interno que no tiene ningún sustento, ni otro sentido que no fuera dar una aparente legalidad a la solución de una pugna en que las actuaciones de Saca o sus tendencias ideológicas no son el punto determinante. A lo largo de veinte años ARENA perdió la ideología o solo la usó como discurso para consumo externo, mientras se regodeaba en el poder. Al perder el poder, que se había convertido en la razón de ser de sus dirigentes, intentan retomar la ideología, pero solo como recurso para justificar las purgas internas.

Quizá Saca no tenga ya tanto poder, pero tiene mucha popularidad. Hábil como es, Saca aprovecha la oportunidad y se muestra como el líder de una derecha más popular y humana, condición que lo convierte en víctima del ala más recalcitrante del partido. La dirigencia de ARENA no debería tomarse a la ligera este dato. De todos los líderes de derecha, Saca es el único que puede hacerle contra peso al presidente Funes, con el cual curiosamente no manifiesta mayores contradicciones.

El actual presidente de ARENA es una figura políticamente desgastada. Y al menos en el mediano plazo no parece que ARENA esté en condiciones de parir nuevos liderazgos internos o de atraer figuras externas reconocidas, dispuestas a cargar con la ingente tarea de revitalizar o revivir a un ente que ha sido una mezcla sui géneris de negocios y maquinaria electoral, pero que aparenta ser un partido.

Con lo anterior no quiero decir que ARENA esté liquidado como partido político. Si sus dirigentes son suficientemente inteligentes y humildes pueden entender que un ciclo se ha cerrado y que si quieren que el partido salga adelante tendrán que tomar medidas trascendentes, sobre todo abrir espacios para “nuevos liderazgos”, ojalá no corrompidos por el poder. De aquí en adelante, ARENA tendrá que luchar sin los enormes recursos de la empresa privada y del Estado. Esto solo podrá hacerlo con una militancia ideológicamente sólida, que siga a sus líderes por convicción y no por conveniencia como lo hacía en el pasado.

ARENA ya hizo todo lo malo que podía hacer: ejercer el poder sin cortapisas y creer que podía perpetuarse en él; hoy debe asumir los costos. Ojalá el FMLN aprenda la lección y actúe en consecuencia. 

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