Opinión /

¿Fukuyama o Felipe González?... Masferrer


Jueves, 4 de febrero de 2010
Carlos Gregorio López Bernal

En las últimas semanas, El Salvador ha recibido a reconocidos intelectuales internacionales que han disertado en importantes foros sobre los problemas de la realidad nacional. Francis Fukuyama, Enrique Iglesias y últimamente Felipe González han convocado a la opinión pública, pero sobre todo a las elites dirigentes para ilustrarlas, a partir de su experiencia sobre los retos que deben enfrentar para llevar a El Salvador a buen puerto. Todos coinciden en que no es posible que el país alcance aceptables niveles de desarrollo y estabilidad si no se reduce la pobreza, opinión compartida por diversos organismos internacionales.

Qué bien que eminencias internacionales y reconocidas instituciones nos orienten al respecto. A lo mejor su autorizada opinión ayude a sensibilizar y a romper las resistencias todavía presentes en nuestro medio. Sin caer en chovinismos sin sentido y desde mi labor como historiador, me parece pertinente preguntar, por qué los salvadoreños tenemos que recurrir a pensadores de otras latitudes para sensibilizarnos o ser conscientes de nuestros problemas. Hoy, la opinión calificada pone el combate a la pobreza como punto central en la agenda nacional. Curiosamente, hace más de ocho décadas, Alberto Masferrer (1868-1932), escribió las páginas más elocuentes y apasionadas que yo he leído, en las cuales denunciaba la pobreza y la marginación en El Salvador, y cómo estas limitaban nuestras posibilidades de desarrollo. Muchas de esas denuncias aún reflejan el día a día de nuestros compatriotas.

Ochenta años no es poco tiempo, un país puede cambiar mucho en ese lapso; de hecho, El Salvador ha cambiado bastante desde los años en que Masferrer escribía. Pero no debemos olvidar que la historia es un constante diálogo, a veces choque, entre cambio y permanencia, entre ruptura y continuidad. Más aún, a veces los cambios son solo aparentes, en el fondo la inercia del pasado sigue imponiéndose. Por lo tanto, es pertinente preguntarse si Alberto Masferrer aún tiene algo que decirnos a los salvadoreños, si su pensamiento social sigue siendo válido.

Alberto Masferrer articuló su crítica social en diferentes niveles. Hacia los individuos, hacia determinados sectores sociales y hacia el Estado, como máximo responsable del rumbo del país. A los individuos les cuestionó los vicios, el egoísmo, la irresponsabilidad, las debilidades personales. Aunque no desconocía tales males pueden tener implicaciones sociales, reconocía que la mayor parte de esas falencias, afectan principalmente el desarrollo individual. El resultado sería limitar la capacidad de desarrollo personal, con lo cual se perdía la posibilidad de vivir una “humanidad” más plena. Podríamos sintetizar que el llamado del maestro en este caso, es una demanda de mayor responsabilidad por nuestros actos, con lo cual tendríamos la posibilidad de desarrollar más nuestro potencial humano.

Por otra parte, Masferrer señalaba que los humanos siempre seremos parte de determinados sectores sociales y que en tal condición nuestras acciones trascenderán de lo puramente individual. En este punto, su crítica fue dirigida hacia aquellos grupos, cuyas acciones y actitudes afectan negativamentea otros; por ejemplo, los fabricantes de licores, los usureros, los terratenientes y banqueros que acaparaban en demasía, etc. Masferrer no condenó la riqueza, tampoco cuestionó que los empresarios busquen utilidades en sus inversiones. A estos grupos solo les pedía un mayor grado de sensibilidad social, al punto que pusieran un límite razonable a la búsqueda de ganancias y estuvieran dispuestos a compartir con los desheredados algo de lo que habían acumulado mediante sus negocios.

Más drástico y exigente fue con el Estado. Masferrer criticó fuertemente al Estado salvadoreño por no proveer educación y calidad de vida a las personas atrapadas en la marginalidad, la exclusión, los vicios y la pobreza. Pero sobre todo por no ser capaz de poner freno a los abusos, el egoísmo y la prepotencia de los poderosos. Al Estado le exigía justicia. Al Estado le demandaba ponerse por encima de la ignorancia de los más pobres, y velar para que los más favorecidos no atropellaran los derechos de los primeros.

En síntesis, Masferrer pugnaba por eliminar aquellas condiciones individuales y sociales que limitan las posibilidades de una vida mejor para los sectores sociales subalternos, sin menoscabo de que el capital adquiera la ganancia a que tiene derecho.

Masferrer desarrolló simultáneamente dos facetas: la crítica social y la formulación de un proyecto de transformación social. En la primera fue contundente y sólido; en la segunda, contradictorio y titubeante. En ambos casos, su punto de partida fue el análisis profundo y sistemático de los problemas y las desigualdades sociales y económicas del país. Sin embargo, se ha tendido a destacar más las debilidades y vacíos de sus propuestas prácticas, olvidando el enorme aporte que hizo en la denuncia, el cuestionamiento y la sensibilización social.

Hay que reconocer que Masferrer fue mucho más fecundo haciendo crítica social que proponiendo soluciones. A él se le daba más la formación de opinión que la formulación de políticas públicas (valga el anacronismo).

De allí que su doctrina del “Mínimun vital” pueda leerse como un llamado a la “buena conciencia” de los ricos y a la “inteligencia” de los pobres. Masferrer solo pedía que los unos no acapararan riqueza a costa de la calidad de vida de sus trabajadores, y que los otros no malgastaran lo poco que ganaban en alcohol, dados y prostitución. “Porque unos tienen demasiada codicia, y otros demasiada imbecilidad.” Esta demanda, en apariencia tan simple, no era algo fácil de lograr en los años veinte. Y como ni los unos ni los otros se avendrían a ella por su propia voluntad, ya fuera por falta de sensibilidad social o de educación, era precisa la acción del Estado.

Masferrer exige al Estado distanciarse de los intereses creados y de las formalidades legales y las apariencias. Dedica todo su esfuerzo a denunciar al sistema que volvía cada día más difícil y dura la existencia de los indios, campesinos y obreros desheredados. Puso a un lado los mitos fundacionales, los héroes nacionales, los símbolos patrios y todo aquello que para él era superfluo, en tanto que no resolvía los problemas sociales que encontraba en la calle, en el mesón, en la choza del campesino.

“Deseamos que se comprenda bien que no hablamos de símbolos ni de abstracciones: no queremos absolutamente referirnos a la entidad que se llama El Salvador, ni al ser ilusorio, convencional y fantasmagórico que se llama el salvadoreño”, decía en el editorial de diario Patria (27-04-1928). Y es que Masferrer, a diferencia de muchos cientistas sociales contemporáneos que se pierden es abstracciones y elaboraciones teórico-conceptuales, hizo una sociología de lo concreto, de lo cotidiano. Es por eso que sus artículos periodísticos son tan impactantes y sus denuncias tan difíciles de refutar.

Según Masferrer, la mayor debilidad del Estado salvadoreño era su manifiesta incapacidad para satisfacer las necesidades básicas de la población, su “Mínimun Vital”. Ante la dura realidad del hambre, del analfabetismo, de la falta de vivienda, del sometimiento a la usura, del alcoholismo y la prostitución, que eran los problemas más agudos de aquellos años, muy poco sentido tenían las apelaciones al espíritu cívico que emanaban del Estado.

“Al universitario, al artista, al escritor, al sacerdote, a cuantos, en más o menos tenemos asegurado el pan, bien se nos puede servir de postres autonomía, soberanía, próceres, conservatorios, aviación y otros confites y emparedados semejantes. Mas por lo que hace al pueblo, al mayor número, si no se le asegura o facilita el maíz, los frijoles, la sal, el azúcar —SU MINIMUN VITAL— no quiere, no le importan las sutilezas y los refinamientos que a los demás nos llenan y nos satisfacen. Y tiene mucha razón de pensarlo y de sentirlo así porque nada, ni gobierno, ni ciencia, ni religión, ni patria, le quitan el hambre al que tiene hambre, ni la sed al que tiene sed. La sed se apacigua con agua, y el hambre con pan.” (Patria, 19-07-1928)

Todas las páginas que Masferrer escribió a lo largo de su vida sobre temas sociales se pueden resumir en nueve postulados básicos: Trabajo higiénico, perenne, honesto, y remunerado en justicia; Alimentación suficiente, nutritiva y saludable; Habitación amplia, seca, soleada y bien aireada; Agua buena y abundante; Vestido limpio, correcto y de buen abrigo; Asistencia médica y sanitaria; Justicia pronta, fácil e igualmente accesible; Educación primaria completa; Descanso y recreo suficiente. A esto se reduce el pensamiento vitalista.

Comparados con los sofisticados indicadores actuales, por ejemplo los índices de desarrollo humano, las aspiraciones de Masferrer, pueden parecer extremadamente simples, incluso ingenuas. Pero, ¿las habremos superado?; ¿Cuántos salvadoreños pueden ir a la cama con su mínimun vital satisfecho? Si no es así, el pensamiento social de Masferrer sigue vigente. Y los salvadoreños debiéramos volver a él, porque no se puede construir ciudadanía en medio de la exclusión y la marginalidad y porque los derechos políticos que hoy tenemos pierden sentido si no se acompañan de mejoras significativas en la calidad de vida de las personas. Debemos volver a Masferrer, no para copiarlo, si no para sensibilizarnos, apasionarnos por la justicia e inspirarnos. 

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a otros; por ejemplo, los fabricantes de licores, los usureros, los terratenientes y banqueros que acaparaban en demasía, etc. Masferrer no condenó la riqueza, tampoco cuestionó que los empresarios busquen utilidades en sus inversiones. A estos grupos solo les pedía un mayor grado de sensibilidad social, al punto que pusieran un límite razonable a la búsqueda de ganancias y estuvieran dispuestos a compartir con los desheredados algo de lo que habían acumulado mediante sus negocios.

Más drástico y exigente fue con el Estado. Masferrer criticó fuertemente al Estado salvadoreño por no proveer educación y calidad de vida a las personas atrapadas en la marginalidad, la exclusión, los vicios y la pobreza. Pero sobre todo por no ser capaz de poner freno a los abusos, el egoísmo y la prepotencia de los poderosos. Al Estado le exigía justicia. Al Estado le demandaba ponerse por encima de la ignorancia de los más pobres, y velar para que los más favorecidos no atropellaran los derechos de los primeros.

En síntesis, Masferrer pugnaba por eliminar aquellas condiciones individuales y sociales que limitan las posibilidades de una vida mejor para los sectores sociales subalternos, sin menoscabo de que el capital adquiera la ganancia a que tiene derecho.

Masferrer desarrolló simultáneamente dos facetas: la crítica social y la formulación de un proyecto de transformación social. En la primera fue contundente y sólido; en la segunda, contradictorio y titubeante. En ambos casos, su punto de partida fue el análisis profundo y sistemático de los problemas y las desigualdades sociales y económicas del país. Sin embargo, se ha tendido a destacar más las debilidades y vacíos de sus propuestas prácticas, olvidando el enorme aporte que hizo en la denuncia, el cuestionamiento y la sensibilización social.

Hay que reconocer que Masferrer fue mucho más fecundo haciendo crítica social que proponiendo soluciones. A él se le daba más la formación de opinión que la formulación de políticas públicas (valga el anacronismo).

De allí que su doctrina del “Mínimun vital” pueda leerse como un llamado a la “buena conciencia” de los ricos y a la “inteligencia” de los pobres. Masferrer solo pedía que los unos no acapararan riqueza a costa de la calidad de vida de sus trabajadores, y que los otros no malgastaran lo poco que ganaban en alcohol, dados y prostitución. “Porque unos tienen demasiada codicia, y otros demasiada imbecilidad.” Esta demanda, en apariencia tan simple, no era algo fácil de lograr en los años veinte. Y como ni los unos ni los otros se avendrían a ella por su propia voluntad, ya fuera por falta de sensibilidad social o de educación, era precisa la acción del Estado.

Masferrer exige al Estado distanciarse de los intereses creados y de las formalidades legales y las apariencias. Dedica todo su esfuerzo a denunciar al sistema que volvía cada día más difícil y dura la existencia de los indios, campesinos y obreros desheredados. Puso a un lado los mitos fundacionales, los héroes nacionales, los símbolos patrios y todo aquello que para él era superfluo, en tanto que no resolvía los problemas sociales que encontraba en la calle, en el mesón, en la choza del campesino.

“Deseamos que se comprenda bien que no hablamos de símbolos ni de abstracciones: no queremos absolutamente referirnos a la entidad que se llama El Salvador, ni al ser ilusorio, convencional y fantasmagórico que se llama el salvadoreño”, decía en el editorial de diario Patria (27-04-1928). Y es que Masferrer, a diferencia de muchos cientistas sociales contemporáneos que se pierden es abstracciones y elaboraciones teórico-conceptuales, hizo una sociología de lo concreto, de lo cotidiano. Es por eso que sus artículos periodísticos son tan impactantes y sus denuncias tan difíciles de refutar.

Según Masferrer, la mayor debilidad del Estado salvadoreño era su manifiesta incapacidad para satisfacer las necesidades básicas de la población, su “Mínimun Vital”. Ante la dura realidad del hambre, del analfabetismo, de la falta de vivienda, del sometimiento a la usura, del alcoholismo y la prostitución, que eran los problemas más agudos de aquellos años, muy poco sentido tenían las apelaciones al espíritu cívico que emanaban del Estado.

“Al universitario, al artista, al escritor, al sacerdote, a cuantos, en más o menos tenemos asegurado el pan, bien se nos puede servir de postres autonomía, soberanía, próceres, conservatorios, aviación y otros confites y emparedados semejantes. Mas por lo que hace al pueblo, al mayor número, si no se le asegura o facilita el maíz, los frijoles, la sal, el azúcar —SU MINIMUN VITAL— no quiere, no le importan las sutilezas y los refinamientos que a los demás nos llenan y nos satisfacen. Y tiene mucha razón de pensarlo y de sentirlo así porque nada, ni gobierno, ni ciencia, ni religión, ni patria, le quitan el hambre al que tiene hambre, ni la sed al que tiene sed. La sed se apacigua con agua, y el hambre con pan.” (Patria, 19-07-1928)

Todas las páginas que Masferrer escribió a lo largo de su vida sobre temas sociales se pueden resumir en nueve postulados básicos: Trabajo higiénico, perenne, honesto, y remunerado en justicia; Alimentación suficiente, nutritiva y saludable; Habitación amplia, seca, soleada y bien aireada; Agua buena y abundante; Vestido limpio, correcto y de buen abrigo; Asistencia médica y sanitaria; Justicia pronta, fácil e igualmente accesible; Educación primaria completa; Descanso y recreo suficiente. A esto se reduce el pensamiento vitalista.

Comparados con los sofisticados indicadores actuales, por ejemplo los índices de desarrollo humano, las aspiraciones de Masferrer, pueden parecer extremadamente simples, incluso ingenuas. Pero, ¿las habremos superado?; ¿Cuántos salvadoreños pueden ir a la cama con su mínimun vital satisfecho? Si no es así, el pensamiento social de Masferrer sigue vigente. Y los salvadoreños debiéramos volver a él, porque no se puede construir ciudadanía en medio de la exclusión y la marginalidad y porque los derechos políticos que hoy tenemos pierden sentido si no se acompañan de mejoras significativas en la calidad de vida de las personas. Debemos volver a Masferrer, no para copiarlo, si no para sensibilizarnos, apasionarnos por la justicia e inspirarnos. 

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