Opinión /

Pensamiento plano


Domingo, 7 de febrero de 2010
Álvaro Rivera Larios

E. M. Forster, célebre novelista y crítico literario, introdujo una forma de clasificar  a los personajes de ficción. Los diferenciaba en dos categorías, de acuerdo con su grado de complejidad: eran “redondos” o “planos”. Un personaje redondo podía llevar en su interior una serie de contradicciones y dilemas a través de los cuales iba evolucionando a lo largo de una trama. Su naturaleza era tal que no podía predecirse cuáles serían sus respuestas en los diversos percances de su aventura literaria. Un personaje plano entraba en el relato y salía de él sin haber experimentado ningún cambio, sus rasgos eran fijos y sus respuestas muy previsibles.

Podríamos jugar con las distinciones de Forster, para hablar de aquellos estilos de pensamiento que no modifican sus conceptos ni corrigen la estructura de sus premisas pase lo que pase a lo largo de sus aventuras por la realidad. Tales formas de pensar entran y salen de la experiencia sin experimentar ningún cambio. Con el permiso del civilizado fantasma de Forster, a ese modo de razonar lo llamaremos “pensamiento plano”.

Descartes, haciendo gala de optimismo antropológico, afirmó que el “buen sentido es la cosa mejor repartida del mundo” y el buen sentido para el filósofo francés era “la capacidad de juzgar correctamente y de distinguir lo verdadero de lo falso”. Visto lo visto, a diario nos encontramos con testimonios que contradicen a Descartes: el buen sentido no se distribuye de una forma tan feliz. Al contrario, parece que la cosa mejor repartida del mundo es el pensamiento plano. Les pido perdón a ustedes y al razonador fantasma del filósofo por esta clara muestra de pesimismo.

Razonaría de forma plana, si utilizase esta distinción como un arma partidista. Al estar bien repartido, el pensamiento plano no es el patrimonio exclusivo de una “clase” o de una ideología. En El Salvador, tanto la izquierda como la derecha están bien provistas de una generosa carga de pensamiento plano.

Podemos juzgar las teorías, por supuesto. Podemos juzgar también las muy diversas implicaciones que tiene asumir una ideología en un determinado contexto social e histórico,  pero, en ambos casos, las ideas y las creencias que adoptamos no garantizan de forma automática la validez y la calidad de nuestros razonamientos. Un sistema de ideas, por muy bueno que sea no tiene la capacidad de razonar y decidir frente a un problema concreto en una circunstancia concreta. Somos nosotros, los seres de carne y hueso, con nuestras limitaciones personales y sociales, quienes triunfamos o fracasamos a la hora de desarrollar la potencialidad de un sistema de ideas. Una buena herramienta en  manos torpes no desarrolla todas sus posibilidades de aplicación.

Por muy brillante que sea la teoría que decimos defender, sus resultados prácticos y analíticos dependerán, en parte, de cuánto predomine el estilo de pensamiento plano en nuestra forma de razonar. El promedio de nuestros marxistas y de nuestros liberales, perdonen la sinceridad, es mediocre. Esa mediocridad compartida por enemigos tan acérrimos revela que de algún modo comparten la misma cultura: la cultura del pensamiento plano. Es lo que hay, y perdonen de nuevo que no les endulce el oído.

Razonaría de forma plana, si no reconociera dentro de mí la presencia del pensamiento plano. Puedo estar en guardia contra mis tópicos y mis prejuicios para contrarrestarlos ¿Pero qué pasa cuándo amplias y poderosas corrientes de opinión bajan arrastrando enormes bloques de pensamiento plano y amenazan con arrastrarnos y despeñarnos? ¿Cómo enfrentarse al razonar mediocre e interesado que aquí y allá se apodera de lo real?

La libertad de hablar es relativamente tolerada. La libertad de pensar se ejerce menos de lo que se supone. Pensar es resistir a las inercias de la opinión. Pensar no es recomendable para quienes temen la soledad y desean siempre ser amados por los miembros del grupo de opinión al cual pertenecen. Exige humildad para reconocer los errores, humildad para anteponer la vida a la teoría, humildad para ver de verdad, para escuchar de verdad, para dejar que la experiencia nos transforme de forma radical y creativa.

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