La destitución de la Secretaria de Cultura, Breni Cuenca, es uno de los desgastes más inoportunos, innecesarios y torpes de la actual administración. El gobierno, presionado por la crisis económica y la de seguridad pública, lo que menos necesitaba ahora era justamente nuevas dudas sobre el buen juicio del jefe del Ejecutivo.
Cuenca llegó a la Secretaría de Cultura tras un proceso accidentado que dio fe de la nula capacidad y conocimiento del mandatario sobre el mundo cultural. Habida cuenta de eso, el nombramiento de alguien con las credenciales de Cuenca fue recibido como una garantía de que en “el gobierno del cambio” habría también un cambio significativo en materia cultural.
Durante su breve gestión, Breni Cuenca dio uno de los giros institucionales más importantes de este gobierno: dotó a la institución que presidió de una visión seria y estructurada, a partir de la combinación de dos de sus grandes áreas de conocimiento: la academia y las artes.
Sus proyectos y capacidad de convocatoria merecen continuidad, una que difícilmente encontrarán ahora, porque el problema se ha vuelto político y será difícil encontrar una persona idónea para el cargo.
¿Tenía el presidente Funes derecho a destituir a Cuenca? Sí, como a cualquier otro funcionario de su gobierno. Pero no habla muy bien de su capacidad política haberlo hecho sin medir las consecuencias, poniendo nuevamente en entredicho la idoneidad de su estilo de gestión, justo cuando necesita confianzas para gobernar un país en crisis.