Walter Benjamin escribió: “La memoria abre expedientes que el derecho considera archivados'. Conviene recordar que este filosofo, uno de los grandes colabores de la Escuela de Frankfurt, amigo personal de Theodor Adorno y Bertolt Brecht, se suicidó en la población española de Portbou, a dos kilómetros de la frontera con Francia, cuando intentaba escapar de los nazis y se suicidó, al ser interceptado su grupo por la policía franquista y creer que sería devuelto a Francia de la que huía por estar en ella los nazis.
Acabamos de recordar el aniversario del asesinato de Monseñor Romero y su crimen sigue sin esclarecerse. En España en estos días hay un inmenso embrollo por el procesamiento del juez Baltasar Garzón acusado de prevaricación por intentar reparar injusticias a las víctimas del franquismo.
Lo que subyace es la lucha entre la memoria y el olvido, entre la justicia y la legalidad cuando por medio se dictan leyes de amnistía, que diluyen la violación de derechos humanos y los asesinatos de lesa humanidad.
Primo Levi, un superviviente de los campos de exterminio nazis, que también se suicidó, señalaba en uno de sus escritos que la memoria servía para que las generaciones futuras no olvidaran las injusticias y que una de las ignominias más perversas era la dilución de la memoria, olvidando la injusticia.
Los pueblos que han sufrido etapas de tremenda injusticia, en donde los asesinatos, la violación de los derechos más elementales, necesitan de todo un proceso de pedagogía social para que la violencia, la reparación moral, el aprendizaje del perdón sea un proceso que sirva de bálsamo social, a fin de poder reconstruir la sociedad sobre cimientos sólidos y no sobre un lodo, que puede amenazar los fundamentos de ella, por no ser la sociedad capaz de reparar injusticias flagrantes y que quede, en la memoria colectiva, que la impunidad es rentable.
