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Don Paco es...

... Es un hombre en el que no cabe el pasado: cultivó el signo del futuro, enseñó lo que no se olvida. Es un hombre sin reclamos, humilde como los que no necesitan la algarabía de la fama; la tiene, pero no la quiere... Don Paco, Premio Nacional de Cultura, murió este domingo.

Lunes, 10 de mayo de 2010
Élmer L. Menjívar

Fue el primer poeta que me dijo poeta. Así es él, motivador. Sabe que su palabra es escuchada, y sabe que decirle poeta a un incipiente versificador, escritor a un joven aprendiz, cuentista a un narrador neófito, es suficiente para que uno se lo empiece a creer y quiera merecerse que don Francisco Andrés Escobar, don Paco, don Paquito, le llame a uno poeta, escritor, cuentista o amigo.

Don Paco es el maestro, el personaje que impacta, el hombre que fascina y que inspira: el hombre que enseña, el hombre que aprende. Es el hombre que cree que creer, y siempre haber creído, vale la pena. Es el que hace que uno comprenda vitalmente que los puntos y las comas son armas para la vida, y no solo reglas del idioma; que los sinónimos y antónimos, que una palabra nueva en cada día es lo que nos hace ricos y poderosos. Don Paco enseña viviendo y haciendo vivir que cada frase bien construida es el sístole y el diástole de un párrafo con buen ritmo, que el ritmo es el color del lenguaje, y el lenguaje es el distintivo de un ser humano y la posibilidad de ser y hacer mejor la vida propia y la vida prójima.

Don Paco es su misterio también. Es su caminar introspectivo, abstraído de un mundo que lo demanda más de lo que él puede atender. Esquiva saludos inocentemente con la mirada en sus pasos, pero cuando saluda, su saludo proviene desde el fondo de la sonrisa de sus ojos. Siempre conversa sobre lo que uno hace −“lo leí, siempre lo leo”, como reconocimiento, como advertencia, como aplauso− y agrega su interés, lo suyo, y la invitación a no dejar de escribir.

Don Paco es el relato semanal que hace llorar de risa a mi madre, que la hace recordar una infancia compartida aunque nunca se hayan conocido, pero se reconocen en el rubor impúdico de esas palabras escondidas en “El país de donde vengo” −“¡Decile a la Chus que digo yo que es una pendeja, remorada, malparida!”−. Don Paco es relatos que hacen que mi hermano reviva el país de donde se fue y al que sabe que puede volver en sus palabras.

Don Paco es en el escenario un hombre afligido monologando sobre asesinos de obispos, o pregonando a “Un Tal Ignacio”, el recuerdo de “De la sal y la rosa”, un hombre que quiere que la muerte de los buenos no signifique olvido. Es el hombre de la “Trampa para un gato”, es un hombre de teatro y de cine, ávido de musicales, de emociones piadosas y estéticas revueltas por el decir claro y franco de los marginados.

Don Paco es el poeta solemne, el salmista de la vida pequeña, dueño de la palabra de todos, el hombre que escribe lo que calla, y siempre calla lo que escribe. Un hombre que aprende y comparte lo que aprende cuando lo escribe:

“Una de las cosas más claras que aprendí

en la escuela de los caminos que anduve

es que siempre se puede

poner fuera de lugar a la desesperación.

Aprendí también que el llanto y la sonrisa

hay que llevarlos sobre pleno rostro,

sin ocultar con máscaras ambiguas

el tropismo natural de la raíz íntima.

Aprendí que es posible volver sobre los pasos

para encontrar el medallón perdido

y hacerlo refulgir en la garganta.

Aprendí que en el espacio entre dos soles

hay un remanso de hondo pensamiento;

que cada noche es “este día” una vez,

que cada día es “este día”, también solo una vez,

y que es posible alcanzar

la luz agotada del ocaso

y renacer con ella la mañana siguiente.

Aprendí que no es el tiempo que encierra la pupila

lo que la hace sabia y cercana:

es más bien la posibilidad de mirar cara a cara

en otros ojos

lo que le da la fuerza para salvar

y salvarse,

para reconstruir,

para crecer,

para vivir en la exacta dimensión

de lo que piden las fuerzas humanas.

Aprendí, finalmente,

que entre las cosas que nos hieren

flota una Presencia Suave

que conoce el volumen del grito desgarrado.”*

Don Paco es un hombre en el que no cabe el pasado: cultivó el signo del futuro, enseñó lo que no se olvida. Es un hombre sin reclamos, humilde como los que no necesitan la algarabía de la fama; la tiene, pero no la quiere, la esconde en su morral, la calza con sandalias y la hace caminar atrás de todos. Sabe que el silencio hace falta para que los sonidos sean música. Sabe que se va, sabe que se queda:

“Si me voy y te quedas: envuélveme en recuerdo,

adéntrame en el margen de tus memorias tiernas.

Y perdona el confuso torrente de mi anhelo

que amó sin esperanza, por rutas del silencio.”**

Don Paco es un compromiso para todo el que escribe porque aprendió con él a escribir, para el poeta, el cuentista, el periodista. Desde su cátedra advierte sin cesar que la palabra compromete, que el texto es el contexto, que este oficio es noble y por eso ingrato, que la verdad se hace libertad cuando se escribe. Don Paco es así: futuro, memoria y palabra. Su tiempo apenas empieza.

* “Petición y ofrenda, IV”

** “Por si el silencio”

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scuchada, y sabe que decirle poeta a un incipiente versificador, escritor a un joven aprendiz, cuentista a un narrador neófito, es suficiente para que uno se lo empiece a creer y quiera merecerse que don Francisco Andrés Escobar, don Paco, don Paquito, le llame a uno poeta, escritor, cuentista o amigo.

Don Paco es el maestro, el personaje que impacta, el hombre que fascina y que inspira: el hombre que enseña, el hombre que aprende. Es el hombre que cree que creer, y siempre haber creído, vale la pena. Es el que hace que uno comprenda vitalmente que los puntos y las comas son armas para la vida, y no solo reglas del idioma; que los sinónimos y antónimos, que una palabra nueva en cada día es lo que nos hace ricos y poderosos. Don Paco enseña viviendo y haciendo vivir que cada frase bien construida es el sístole y el diástole de un párrafo con buen ritmo, que el ritmo es el color del lenguaje, y el lenguaje es el distintivo de un ser humano y la posibilidad de ser y hacer mejor la vida propia y la vida prójima.

Don Paco es su misterio también. Es su caminar introspectivo, abstraído de un mundo que lo demanda más de lo que él puede atender. Esquiva saludos inocentemente con la mirada en sus pasos, pero cuando saluda, su saludo proviene desde el fondo de la sonrisa de sus ojos. Siempre conversa sobre lo que uno hace −“lo leí, siempre lo leo”, como reconocimiento, como advertencia, como aplauso− y agrega su interés, lo suyo, y la invitación a no dejar de escribir.

Don Paco es el relato semanal que hace llorar de risa a mi madre, que la hace recordar una infancia compartida aunque nunca se hayan conocido, pero se reconocen en el rubor impúdico de esas palabras escondidas en “El país de donde vengo” −“¡Decile a la Chus que digo yo que es una pendeja, remorada, malparida!”−. Don Paco es relatos que hacen que mi hermano reviva el país de donde se fue y al que sabe que puede volver en sus palabras.

Don Paco es en el escenario un hombre afligido monologando sobre asesinos de obispos, o pregonando a “Un Tal Ignacio”, el recuerdo de “De la sal y la rosa”, un hombre que quiere que la muerte de los buenos no signifique olvido. Es el hombre de la “Trampa para un gato”, es un hombre de teatro y de cine, ávido de musicales, de emociones piadosas y estéticas revueltas por el decir claro y franco de los marginados.

Don Paco es el poeta solemne, el salmista de la vida pequeña, dueño de la palabra de todos, el hombre que escribe lo que calla, y siempre calla lo que escribe. Un hombre que aprende y comparte lo que aprende cuando lo escribe:

“Una de las cosas más claras que aprendí

en la escuela de los caminos que anduve

es que siempre se puede

poner fuera de lugar a la desesperación.

Aprendí también que el llanto y la sonrisa

hay que llevarlos sobre pleno rostro,

sin ocultar con máscaras ambiguas

el tropismo natural de la raíz íntima.

Aprendí que es posible volver sobre los pasos

para encontrar el medallón perdido

y hacerlo refulgir en la garganta.

Aprendí que en el espacio entre dos soles

hay un remanso de hondo pensamiento;

que cada noche es “este día” una vez,

que cada día es “este día”, también solo una vez,

y que es posible alcanzar

la luz agotada del ocaso

y renacer con ella la mañana siguiente.

Aprendí que no es el tiempo que encierra la pupila

lo que la hace sabia y cercana:

es más bien la posibilidad de mirar cara a cara

en otros ojos

lo que le da la fuerza para salvar

y salvarse,

para reconstruir,

para crecer,

para vivir en la exacta dimensión

de lo que piden las fuerzas humanas.

Aprendí, finalmente,

que entre las cosas que nos hieren

flota una Presencia Suave

que conoce el volumen del grito desgarrado.”*

Don Paco es un hombre en el que no cabe el pasado: cultivó el signo del futuro, enseñó lo que no se olvida. Es un hombre sin reclamos, humilde como los que no necesitan la algarabía de la fama; la tiene, pero no la quiere, la esconde en su morral, la calza con sandalias y la hace caminar atrás de todos. Sabe que el silencio hace falta para que los sonidos sean música. Sabe que se va, sabe que se queda:

“Si me voy y te quedas: envuélveme en recuerdo,

adéntrame en el margen de tus memorias tiernas.

Y perdona el confuso torrente de mi anhelo

que amó sin esperanza, por rutas del silencio.”**

Don Paco es un compromiso para todo el que escribe porque aprendió con él a escribir, para el poeta, el cuentista, el periodista. Desde su cátedra advierte sin cesar que la palabra compromete, que el texto es el contexto, que este oficio es noble y por eso ingrato, que la verdad se hace libertad cuando se escribe. Don Paco es así: futuro, memoria y palabra. Su tiempo apenas empieza.

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