Opinión /

El heredero de Uribe


Jueves, 27 de mayo de 2010
Víctor Flores García

 

Cuando en marzo de 2010 la Corte Constitucional impidió competir por un tercer mandato a Alvaro Uribe, el político colombiano más popular de los últimos años, Juan Manuel Santos estaba listo para ser ungido candidato del oficialista Partido de la U, la tolda política creada en 2005 por el temperamental presidente para ganar su segundo mandato, con el que sumó ocho años en el poder (2002-10).

Santos no esperaba una disputa cabeza con cabeza al final de la carrera por la presidencia de Colombia contra el irreverente ex alcalde Bogotá, Antanas Mockus; pero el sorpresivo ascenso del filósofo del Partido Verde lo obligó a cambiar de caballo en la recta final, a 28 días del día electoral. El 2 de mayo destituyó a sus asesores, cambio de estrategia y hasta el color de su campaña, abandonó la marca naranja, regresó al tricolor de la bandera nacional del oficialista Partido de la U y se refugió a la sombra de Uribe, el gran caudillo colombiano contemporáneo.

Más asociado por los colombianos con la U del apellido del presidente que con la unidad, el partido en el poder es un multicolor paraguas político que Santos ayudó a crear con una escisión del Partido Liberal, que se hundía entre divisiones internas; y gracias a esa transfiguración, el candidato oficialista pasó de ser adversario de Uribe (cuando éste luchaba por su primer mandato en 2002), al puesto de Ministerio de Defensa en el segundo periodo del “uribismo” (julio 2006 - mayo 2009); e hizo historia.

Como civil al frente del cargo más poderoso del país, que sufre el conflicto armado más viejo de Latinoamérica, Santos coronó su gestión en 2008 con dos acciones militares de las que se hablará durante años: la Operación Fénix, en marzo, en la cual eliminó al número dos de la guerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, Raúl Reyes, en un campamento ubicado a 800 metros de la línea fronteriza en territorio selvático de Ecuador; y la Operación Jaque, en agosto, un insólito engaño urdido por meses para burlar al alto mando de las FARC y acabar con años de cautiverio de 15 secuestrados, entre ellos la ex candidata presidencial Ingrid Betancourt y tres asesores antidrogas estadounidenses.

 

Cuna patricia

Los orígenes de la vida de Juan Manuel Santos Calderón están marcados por una historia familiar en la que se mezclan el poder del periodismo con el poder presidencial: su abuelo paterno fue un influyente columnista y su tío abuelo un ex presidente Colombia. Santos nació el 10 de agosto de 1951 en una cuna bogotana, o “cachaca”, de las familias patricias de la prensa colombiana: los dueños del influyente diario El Tiempo de Bogotá, que cumplirá 100 años en 2011 siendo el diario de mayor circulación en Colombia.

Su abuelo paterno fue el periodista Enrique Santos Montejo, quien firmaba su columna basada en los corrillos políticos como ‘Calibán’, siendo hermano del ex presidente Eduardo Santos Montejo, quien gobernó de 1938 a 1942, dueño y director de ese diario desde 1913 hasta 1976. Desde 2007 la familia Santos incorporó al Grupo Editorial Planeta como socios mayoritarios del corazón del consorcio de medios de comunicación, la Casa Editorial El Tiempo. En el segundo mandato de Uribe, dos figuras prominentes de la poderosa familia Santos se volvieron sus socios, dado que un primo hermano del candidato oficialista, por parte paterna y materna, es el número dos del Palacio de Nariño, el Vicepresidente de Colombia, Francisco Santos Calderón.

Antes de escribir en las familiares páginas de El Tiempo, Santos probó suerte como cadete en la Academia Naval de la ciudad colonial de Cartagena de Indias, pero muy joven, a los 22 años, abandonó la carrera de las armas a principios de los años setentas y entró por derecho familiar a otro gremio del poder terrateniente, los cafetaleros de la Federación Nacional de Cafeteros, y hasta 1981 representó a Colombia ante la Organización Internacional del Café (OIC), en Londres.

La vida académica al más alto rango ocupó sus años juveniles. Graduado como economista en la Universidad de Kansas, Estados Unidos, Santos acreditó los laureles de dos catedrales de la clase política británica y estadounidense: aprovechó su estancia en Inglaterra para obtener un postgrado en la prestigiosa London School of Economics y después otra maestría en Administración Pública en la Universidad de Harvard, para luego ganar las becas Fulbright y Nieman para estudiar periodismo en la misma Universidad de Harvard.

Su paso por la London School of Economics no fue gratuito. Allí fue discípulo de su director, Anthony Giddens, el gurú de otro joven ambicioso, Tony Blair, quien gobernó Gran Bretaña durante una década (1997-2007) bajo el lema del “Nuevo Laborismo”, y abrió una era que acaba de morir en las recientes elecciones de este mes. A pesar de que Giddens ha escrito más de 30 libros, cuando un año después de la caída del Muro de Berlín publicó en 1990 La Tercera Vía, una ruta distinta del liberalismo de mercado estadounidense y del comunismo soviético tras el fin de la Guerra Fría, el pequeño libro se tradujo a 25 idiomas como la alternativa de la socialdemócrata mundial ante la globalización y la desigualdad. Santos regresó encantado por ese camino, calificado como traición por la izquierda socialista ortodoxa; y escribió un libro en el que comparte créditos con el propio Tony Blair.

Pero al final de su periplo académico volvió a la protección de su casa periodística familiar. Santos se convirtió sin mucho trámite en presidente del Comité Editorial de El Tiempo y Subdirector Editorial del diario. En esos años y hasta principios de los años 90, su padre, Enrique Santos, era el editor general del periódico, y su tío Hernando Santos, el director del matutino.

Adiós al periodismo y todo eso

Pero la llegada de un joven liberal a la Presidencia, César Gaviria, hizo pensar a Santos en que era su momento en la vida pública, cuando en 1991 Colombia era azotada por la violencia del Cartel de Medellín de Pablo Escobar. Aceptó que era la hora para un joven tecnócrata y tomó el cargo de ministro de Comercio Exterior. Por primera vez en 40 años un miembro de la familia Santos -que muchos en Colombia señalan como La Familia de Colombia, con mayúsculas-, regresaba a la política contra la voluntad del clan y de su padre.

Santos sumó entonces a su equipo a Germán Santamaría, hijo de otra familia patricia colombiana, y a dos mujeres que después liberaría de manos de las FARC: Íngrid Betancourt y Clara Rojas. Para agosto de 1993 había sido nombrado último Designado Presidencial en la línea de sucesión.

Al final del mandato de Gaviria, que se convirtió en secretario general a la OEA, Santos siguió su camino político en las filas de la sociedad civil y creó en 1994 la Fundación Buen Gobierno, en la oposición abierta al presidente Ernesto Samper. El diario El Espectador ha reseñado a dos semanas de las elecciones que Santos “urdió un plan para sacar del poder al Presidente de la República (Samper) y para eso contactó a dirigentes gremiales, políticos y cabecillas de los principales grupos armados al margen de la ley: guerrillas (izquierdistas) y autodefensas (ultraderecha)”. Fue la revista Semana de Bogotá la que en octubre de 1997 publicó “El ‘complot’ de Santos”, con los detalles de la conspiración, que Santos defendió con el eufemismo de “un proceso de paz”.

Tres años después, Santos escaló un peldaño más en su carrera al Palacio de Nariño y se convirtió en el año 2000 en ministro de Hacienda del presidente Andrés Pastrana, quien recién reveló que el propio Santos formó parte de una comisión internacional que propuso la desmilitarización de una zona para dialogar con las FARC, la controvertida “zona de despeje”. Pero en un desliz, apostó por un perdedor, Horacio Serpa, derrotado en 2002 por Uribe, a quien criticó desde su columna en El Tiempo durante su primer mandato hasta que en 2005 él mismo lo ayudó a crear el Partido de la U, ganar la presidencia.

El contraataque, tras la huella del caudillo

Acabada la carrera de Uribe por una decisión del poder judicial, Santos emprendió su campaña en un dilema para reemplazar al gran favorito: llegar como la ‘manu militari’ de Alvaro Uribe o emprender su camino con marca propia. Eligió lo último, dejó la bandera tricolor amarillo, rojo y azul a cambio de un inexplicable naranja, y naufragó. Una ola verde con Mockus en la cresta creció hasta ponerse por un momento adelante de Santos. Ambos llegan en empate técnico y pasarían a una segunda vuelta. ¿Qué pasó?

El politólogo colombiano Alvaro Forero comparte su lectura de ese fenómeno: “El auge de Mockus es el retorno de la tendencia centro-derecha reformista que se frenó en la era de Uribe”, originario de la región de Antioquia, asolada por paramilitares de derecha. “Con él llegó la derecha retardataria y rural”, marcada por el estilo gritón, pendenciero y rudo de Uribe, que se enfrentó al tú por tú a su vecino Hugo Chávez en público, casi en los mismo términos del ex militar golpista. “Uribe acostumbró al país a la emoción a ver la política con pasión. La paradoja es que la nueva pasión de los colombianos es la lucha contra la corrupción que cosecha Mockus”.

Hay otras deudas con las que ha debido cargar Santos, de acuerdo con el académico: “Uribe no ha realizado las reformas estructurales de salud, justicia y educación que necesita Colombia”. Santos –señala el analista- se equivocó confiando en que a su campaña le bastaba con ofrecer continuidad al uribismo. “La herencia de Uribe que perciben muchos sectores es de impunidad, crecimiento económico bajo, desigualdad y desempleo. ¿A quién se le ocurriría ofrecer más de lo mismo? –se pregunta-, sólo a Santos que, confiando en el éxito de la política de seguridad democrática, se equivocó”.

Para terminar de complicar el cuadro a sus asesores, Santos, de talante intelectual, calculador y reflexivo, “es poco carismático y su mensaje es poco claro. ¿Qué ofrece aparte de la continuidad? Sus asesores no comprendieron que el uribismo sólo lo encarna Uribe y no Santos”.

Un análisis del International Crisis Group señala en esa misma dirección: “Santos no es lo mismo que Uribe; porque es parte de la elite bogotana y no del interior del país; si llega a la Presidencia, el estilo de gobierno será muy diferente que el de Uribe, menos intrometido en los liderazgos regionales y más respetuoso de las estaturas federales, donde Uribe se intrometía sin ninguna consideración”.

Markus Schultze-Kraft, responsable de ese organismo no gubernamental dedicado al estudio de países que viven conflictos armados internos en el mundo, dijo que “Santos tiene como problema la relación con Venezuela, y sin cooperación con Ecuador y Venezuela no se puede resolver el conflicto de las FARC”, que tienen santuarios en esos países. No es casual que Ecuador haya revivido en plena campaña una demanda penal contra Santos por el ataque de la Operación Fénix.

Finalmente, la política de ‘seguridad democrática’ que Santos presume como uno de sus artífices y pretende prolongar con la ‘prosperidad democrática’ es criticada incluso por periodistas, quienes señalan el espionaje político ilegal emprendido contra prominentes adversarios de Uribe. Además, desde 2006 en pleno mandato de Santos como ministro de Defensa, se comenzó a divulgar el asesinato de civiles por parte de las Fuerzas Armadas con el fin de presentarlos como guerrilleros, y el escándalo fue bautizado como “los falsos positivos” que sumaron, según las investigaciones, unos 2.000 casos, lo que obligó a Uribe a destituir a tres generales y 24 oficiales.

El periodista Hollman Morris, premio Human Rights Watch en 2007 y director del programa televisivo Contravía, afirma que “Uribe hizo un gran daño a la democracia y su espíritu; el escándalo de los ‘falsos positivos’ y el espionaje sistemático de periodistas, jueces y defensores de derechos humanos, de todos los críticos de Uribe, atentó contra la libertad de expresión, el estado de Derecho y la libertad de opinión”. La política de seguridad democrática tiene –explica- “un gran ingrediente de violación a los derechos humanos y Mockus abre la esperanza de opinar diferente, hay un gran exorcismo colectivo”.

Apremiado por el desafío del “fenómeno Mockus”, Santos, quien nunca había disputado una campaña política y confiaba que era suficiente con ser el delfín de Uribe, se atrincheró en el voto duro del oficialismo, en su maquinaria, y acudió a última hora a un gurú de las campañas sucias, el venezolano Juan José Rendón, que presume de ser hombre frontal de la consultoría política y de tener entre las armas de su portafolio a una “Clínica del Rumor”.

Santos confía en los votos ganados por los programas sociales de Uribe y en los beneficios que él mismo otorgó a decenas de miles de militares, que no votan por ley, pero arrastran en sus simpatías a sus familiares. Promete: “Derrotaremos al terrorismo, terminaremos el conflicto y mantendremos una presión incesante sobre los violentos, organizados en bandas criminales, grupos guerrilleros y terroristas. No les dejaremos más opción que la rendición, la reinserción, y la aceptación de la Constitución”.

La proclama no es gratuita, ahora que Mockus afirma que a las FARC les irá peor con él que con Uribe, la guerra sucia ya está en marcha: en la recta final, extraños carteles con fotomontajes de Mockus a la par de la figura autoritaria del venezolano Hugo Chávez y rumores sobre presuntas negociaciones con grupos armados fueron la marca del contraataque final, que, si los sondeos aciertan, no lo salvará de una segunda ronda el 20 de junio.

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