Opinión /

El Principito


Lunes, 31 de mayo de 2010
Ricardo Ribera

Como en el famoso cuento de Antoine de Saint-Exupéry hay disonancia en las percepciones. Al hacer balance, al año de iniciarse la presidencia de Mauricio Funes, ocurre que donde todos vemos un sombrero, él dice ver una serpiente boa digiriendo a un elefante. Es enternecedor. Pero es asimismo inquietante.

Al momento de hacer recuento de lo hecho bien, de lo mal hecho y de lo pendiente por hacerse, la imaginación parece ocupar el espacio que le correspondería al realismo y a la sensatez. Para nosotros los adultos no es fácil entender la fantasía de los infantes y mucho más difícil cuando la visión infantil predomina en el ámbito de la política. Tal vez por eso mismo, al mandatario le empieza a ocurrir como al niño protagonista de El Principito, que se sentía incomprendido: “Viví solo, sin nadie con quien hablar verdaderamente”.

Esa tendencia al aislamiento me parece el más preocupante rasgo de la personalidad de Funes. En la cúspide del poder, hay un riesgo a crearse un universo propio ajeno al mundo real. “El principito, – se queja en la historia su protagonista – que me acosaba a preguntas, nunca parecía oír las mías.” Las principales demandas de la sociedad no son escuchadas ni atendidas y el necesario diálogo es sustituido por un monólogo.

En la Casa Presidencial se adivinan rasgos que recuerdan alguno de los planetas visitados por el Principito. El habitado por un rey, que mira a todos como súbditos. “No toleraba la desobediencia”. Quien perdiera su confianza, perdía automáticamente el cargo, sin mayores explicaciones. En otro planeta vivía un vanidoso, que sólo veía admiradores y tenía un raro sombrero “para saludar”. No escuchaba. “Los vanidosos –señalaba sabiamente el autor del cuento – oyen sólo las alabanzas.” Almorzar encuestas, beber elogios y de postre servirse índices de popularidad.

¿Terminará siendo domesticado nuestro presidente? Domesticar “es crear lazos”, afirmaba el zorro del cuento. “Lo hice así mi amigo y es ahora para mí único en el mundo”. Reinar rodeado de amigos, que se han domesticado o es uno mismo domesticado por ellos, puede ser una estrategia. Crear un Movimiento de amigos puede ser institucionalizar los lazos y trazar un círculo. Fuera del mismo, el resto es desierto. En él estamos todos los demás. Los que quisimos el cambio y los que no.

Un año ha costado tener listo el plan quinquenal. Nace con el pecado original, con un defecto evidente: ya sólo quedan cuatro años para poder aplicar lo planificado para cinco. Requerirá ajustes. ¿Se llevará otro año extra ajustarlo? Mientras, en el planeta de la sonrisa, demasiadas cosas siguen funcionando al revés. Aquí es la delincuencia la que infiltra a la policía. Son los reos quienes mandan en las cárceles y los custodios los que, obedientemente, se ponen a su servicio. El pobre paga el principal impuesto, el llamado IVA, sin escapatoria. Mientras, el rico encuentra mil subterfugios para pagar menos de lo que le toca o, simplemente, no pagar. Las leyes no se aplican, pero al quererse aplicar puede resultar la jueza escrupulosa acusada ella misma en algunos medios de comunicación.  

“Lo esencial es invisible a los ojos. Debe verse con el corazón.” Éste indica que empezó ya el desencanto. Ojalá nuestro principito rectifique y regrese la magia. Si no, lo que viene después es el desengaño. O sea, conocer y reconocer que fuimos víctima de un engaño colectivo, que transitamos por la vía del cambio a ninguna parte, la antigua receta de “cambiar algo, para que nada cambie”. 

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