Opinión /

Un año con un gobierno de izquierda


Domingo, 23 de mayo de 2010
El Faro

El 1 de junio de 2009 Mauricio Funes tomaba posesión como presidente de la República, entre grandes ilusiones y similares expectativas por la llegada del primer gobierno de izquierda en El Salvador. Lo hizo hábilmente apropiándose del concepto de cambio en una sociedad tradicionalmente conservadora, pero cansada ya de gobiernos de derecha incapaces de lograr transformaciones profundas en materia de pobreza, desigualdad, injusticia e inseguridad.

Un año  después el país ha cambiado mucho como consecuencia natural de la transición, particularmente en el terreno político; pero el país aún no ha gozado de las transformaciones sociales y económicas que son naturales a un gobierno de izquierda y que constituyeron la base de las promesas del presidente.

Durante su primer año, Funes se ha mostrado fuerte a la hora de reprimir a los funcionarios de su gabinete; hábil para maniobrar en la Asamblea; incapaz para combatir la violencia y la delincuencia; débil para combatir la corrupción de los gobiernos anteriores y dócil ante un poder económico al que necesaria y urgentemente hay que quitar privilegios si de verdad se quiere avanzar en una transformación social profunda.

Un año después, la salvadoreña sigue siendo una sociedad muy desigual, en la que los que más tienen conservan unos privilegios más propios de un sistema de castas o de una monarquía feudal que de una democracia. Es imposible esperar que en un año un presidente logre cambiar una situación que El Salvador ha vivido desde su nacimiento como república; pero era deseable observar pasos concretos en esta dirección y hasta ahora no los ha habido. 

Toda la agenda social debería tener su base ahí: en una mejor distribución del ingreso; un mucho mayor control de las actividades productivas y estratégicas del país y un decidido combate a la corrupción. A partir de ahí, y solo desde ahí, se puede garantizar un mejor sistema de salud para todos los salvadoreños, que pase por atención médica professional y acceso a medicinas sin que perpetuemos la paradoja de ser una sociedad mayoritariamente pobre pagando los precios más altos del mundo por nuestras medicinas. A partir de ahí, y solo de ahí, se puede soñar con un país más seguro; un sistema de seguridad pública más efectivo y profesional; un aparato de justicia honesto y transparente; una efectiva transformación de la calidad de vida de todos, comenzando por los que menos tienen; y, sobre todo, un país en el que valga la pena vivir y por el que valga la pena luchar. Eso fue lo que Funes prometió. Un año después, es tiempo ya de comenzar a cumplir. 

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