Opinión /

Izquierdas


Lunes, 14 de junio de 2010
Álvaro Rivera Larios

A quienes les quita el sueño la posible división de la izquierda debo recordarles que históricamente la izquierda siempre se ha mostrado dividida. Marx tuvo divergencias con los socialistas utópicos y los anarquistas de su tiempo. En Europa, a finales del siglo XIX, cuando llegó la época de los partidos obreros fuertes, surgió el dilema en torno a las vías reformistas y revolucionarias. Pero no nos vayamos tan lejos, el FMLN nació de la alianza puntual de varias organizaciones revolucionarios y detrás de aquella unidad, como ya se sabe, pugnaban las discrepancias.

Algunos temen a las diferencias y a las divisiones, cuando a lo que deberían de temer es a la tradicional torpeza con que la izquierda negocia sus conflictos. Algunos temen a las diferencias y a las divisiones, cuando a lo que deberían de tener miedo es a que su miedo se convierta en una amenaza contra la libertad de opinión y asociación dentro de la izquierda.

Las diferencias entre quienes luchan por algún tipo de cambio social son la norma y no la excepción y es por eso que la unidad entre las distintas sensibilidades y visiones de la izquierda hay que promoverla y trabajarla con inteligencia, no por los cauces del tradicional sectarismo que trata de imponer la homogeneidad de modo agresivo, autoritario y dogmático.  

Ahora vivimos un momento en el cual las izquierdas deben  ponerse de acuerdo consigo mismas respecto a la naturaleza de su modelo de socialismo y respecto al ritmo de cambio factible dentro de la actual correlación de fuerzas. Además de eso, y dado que quienes anhelan un cambio no son un bloque monolítico, radicales y reformistas han de buscar puntos de acuerdo

Se impone la necesidad de un diálogo doble y complejo. Es doble porque obliga a radicales y reformistas, por una parte, a impulsar un debate teórico interno respecto a la naturaleza del cambio en nuestro país y, por otra, dado que ambas fuerzas hoy constituyen una alianza gubernamental, están obligadas  a buscar respuestas conjuntas para los problemas más urgentes que abaten a la población salvadoreña.   

El desafío es complejo, si tenemos en cuenta que no hay un capital teórico suficiente ni un marco institucional adecuado que faciliten una discusión fértil sobre la naturaleza de la vía salvadoreña hacia el socialismo. Ni los reformistas ni los radicales salvadoreños han evaluado lo que los últimos cincuentas años de historia mundial le dicen a sus perspectivas teóricas. Así como hay una crisis en el seno del pensamiento político marxista también la hay en el pensamiento de los socialdemócratas. Como ya dije en otra ocasión, no es lo mismo negar que construir.

El diálogo doble ha de ser visto desde la perspectiva del tiempo político y de las prioridades de acción. Un mal cálculo en lo que respecta a tiempos y a prioridades podría desembocar en una derrota para el conjunto de la izquierda en las próximas elecciones. Es necesario simultanear la búsqueda equilibrada de una mejor perspectiva general con medidas acordadas y eficaces a corto y medio plazo.

De momento, los conflictos larvados entre Mauricio Funes y el FMLN han logrado que pierdan tiempo político. Para poner en práctica su programa de gobierno ya sólo tienen cuatro años. Si no se dan prisa, otro año puede pasar sin que se articulen grandes decisiones y sin que se vea el impacto de las nuevas medidas. Si continúan por el mismo camino, corren el peligro de llegar al tercer año de legislatura sin que la población perciba el cambio.

A los reformistas se les reprocha el alcance mínimo de los cambios que introducen, se les reprocha su concentración en los problemas inmediatos y su abandono de la gran política. Frente a estas observaciones, deberíamos preguntarnos si la izquierda, a día de hoy, cuenta con el poder y los apoyos sociales necesarios para llevar a cabo decisiones de alcance estratégico. La simple respuesta es no, todavía no y quienes invocan palabras como nueva democracia, cambio de modelo, etcétera, sin tener en cuenta la actual correlación de fuerzas, corren el peligro de caer en el más vulgar de los voluntarismos y en la mera propaganda. Algunos, por querer escapar del inmediatismo, olvidan el peso objetivo que tiene lo inmediato y lo fácil que resulta desvalorizar cualquier política realista aludiendo a los objetivos estratégicos.

Debe comprenderse que detrás de las definiciones estratégicas hay, como es obvio, un pensamiento estratégico y una capacidad limitada para realizarlo. Y la izquierda, aquí, tanto la reformista como la radical, tiene un doble problema en lo que atañe a su fuerza para introducir modificaciones generales como en lo que respecta a su forma de teorizar los cambios en el sistema. Una tarea urgente, por ejemplo, es la de sentar las bases sociales para  construir nuevas formas de decisión política y aquí no tengo la menor duda sobre las buenas intenciones de unos y de otros, pero desconfío de su modo de pensar y construir la nueva democracia. Deberíamos de ser concientes de las grietas que atraviesan nuestro pensamiento político cuando hablamos de abordar la gran política.      

Sea como sea, y dadas las tendencias manifiestas del voto a lo largo de estos últimos años, lo más probable es que reformistas y radicales se sigan necesitando para mantenerse en el poder y para volver a ganar las elecciones. Sería un error grueso para el Frente que, por culpa de los errores de Funes, acabase excluyendo de su política la necesidad de establecer puentes con ese sector de la población que desea un cambio sin derivas extremistas. Sería un error que Funes, por culpa de los errores cometidos por un sector del FMLN, se encerrase en sí mismo y quemase toda posibilidad de diálogo con la izquierda radical más lúcida.

Mauricio Funes está donde está principalmente gracias a los votos que le atrajo su alianza con el FMLN, pero el Frente está donde está gracias a ese porcentaje de voto moderado que Funes obtuvo. Funes es un emblema de la sensibilidad reformista que siempre ha existido en muchos sectores de la sociedad salvadoreña y dicha sensibilidad no va a desaparecer por los errores que cometa el Presidente o por las campañas que se lancen contra él. Una campaña mal llevada contra Funes a la larga a quien puede beneficiar es a una derecha que se presente con rostro moderado.

El Frente puede divorciarse bien o mal de Funes y en caso de que lograra impedir que Funes abanderase su propio proyecto de cambio, eso no liberaría al FMLN de tener que ofrecer siempre en su programa político algún tipo de oferta convincente que atraiga a los sectores de la población que abogan por un cambio moderado. Sin ese voto en la balanza será difícil que el FMLN vuelva a ganar unas elecciones.

Cierta izquierda ha impulsado una campaña para aislar a Funes y Funes mismo, por sus errores y su “estilo de gobernar”, ha colaborado con ella. Para salir de ese aislamiento y para contrarrestar la erosión de su imagen, los asesores del Presidente le han recomendado que transforme los restos que aún quedan de “los amigos de Mauricio Funes” en un movimiento social de apoyo más estructurado. La idea no es mala, pero un movimiento de ese tipo no se levanta de la noche a la mañana ni puede ser un mero apéndice de la figura presidencial, hay que dotarlo de un perfil ideológico que sea visible e identificable para una población política como la salvadoreña que no es muy receptiva a los mensajes tecnocráticos del centro izquierda. Pecan de ingenuidad retórica, de desconocimiento de los mecanismos reales de la comunicación política, quienes hablan de un movimiento sin ideología. La falta de un sólido perfil ético e ideológico puede conducirlo de los bandazos al fracaso. Si el Frente no ha sido capaz de superar su techo electoral, el centro izquierda no ha pasado de tener una existencia política casi testimonial y habría que reflexionar seriamente sobre las causas de dicha impotencia. 

Si el Frente y Mauricio Funes no reconstruyen un marco de confianza mutua y no gradúan con habilidad sus enfrentamientos, dejándolos para los últimos doce meses de la actual legislatura, corren el peligro de entorpecer la eficacia de su gobierno conjunto. Las torpezas políticas de hoy podrían revertir mañana contra toda la izquierda, bastaría con que una derecha más organizada las aprovechase. Sólo es cuestión de tiempo y tiempo es lo que no tiene la izquierda para ofrecerle a la población resultados positivos en temas como la seguridad, la salud y la economía. Harían bien reformistas y radicales en negociar con más rapidez y menos “demagogia” sus desacuerdos.

Ni reformistas ni radicales parecen estar a la altura de lo que exigen las actuales circunstancias. De este jueguecito que mantienen el FMLN y Mauricio Funes no se sabe a la larga quién saldrá ganando, si no lo administran con sabiduría puede que no ganen ni uno ni los otros y puede ocurrir que quien acabe perdiendo sea ese amplio sector del pueblo salvadoreño que lleva décadas y décadas soñando y luchando por el cambio.  

 

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