Opinión /

Comienza la era Santos


Lunes, 21 de junio de 2010
Víctor Flores García

Juan Manuel Santos consumó su sueño de toda la vida: se convirtió en el Presidente más votado en la historia de Colombia, con un record de 9,0 millones de votos, (69% de los sufragios) arriba de su predecesor y socio Alvaro Uribe que llegó con 61% en su segundo mandato. El excéntrico Antanas Mockus no dejó de ser la sorpresa, y aunque se diluyó su favoritismo, se colocó al frente de la segunda fuerza que emerge de los comicios, con 3,6 millones de votos, casi la tercera parte (27,5%)

Para Centroamérica, este resultado tiene un impacto inmediato: Santos pretende ampliar a esa región el Plan Colombia de asistencia estadounidense a Centroamérica, para combatir el narcotráfico en la zona más violenta del continente. Santos reveló al diario La Tercera de Chile que conversó con la jefa de la diplomacia de Estados Unidos, Hillary Clinton, para 'discutir la posibilidad de dar un pasó más allá del Plan Colombia: que en lugar de ser siempre receptores de ayuda, que nosotros podamos convertirnos en un país que ayude a los países centroamericanos y del Caribe en su lucha contra los carteles de la droga, que es un problema que está creciendo en esas dos importantes zonas de América latina', se adelantó a prometer Santos cuando acariciaba la victoria.

 Los secretos de la victoria

Luego de remontar un pronóstico adverso en la primera vuelta de las elecciones presidenciales ante Mockus, del Partido Verde, el ex director del diario El Tiempo y ex ministro de la Defensa cambió de estrategia: se proyectó como el heredero del legado de ocho años del presidente Uribe —periodo marcado por la política de “seguridad democrática”—, y lanzó una campaña de propaganda negra aprovechando los errores cometidos en los debates por el ex alcalde de Bogotá. Ahora que triunfado de forma arrolladora surgen las preguntas sobre el cambio de liderazgo en el Palacio de Nariño.

Con una combinación de golpes de campaña culminados con una nueva liberación de rehenes, a Santos, economista graduado por la Universidad de Kansas y con posgrados en la Escuela de Economía y Ciencias Políticas de Londres y Harvard, anuló las ilusiones del irreverente candidato con respaldo ciudadano, un feroz crítico de la clase política tradicional, quien lo desafió apoyado en las redes sociales de Internet para renovar con imaginación la política tradicional colombiana.

Bajo la bandera del Partido Social de la Unidad Nacional, el derechista Partido de la U —que todos en Colombia asocian al apellido Uribe—, Santos logró la firma de varios pactos antes de coronar la segunda vuelta, hasta ser arropado por un abanico de partidos de distintos colores e ideologías que le permitieron proclamar que encabezaría un gobierno de “unidad nacional”. Además del oficialismo, tres de las otras cinco grandes fuerzas políticas del país se rindieron ante Santos: primero el Partido Conservador de Noemí Sanín, y luego el Partido Radical de Germán Vargas Lleras, una escisión liberal que en la primera vuelta había sumado casi 1.5 millones de votos. Al final el Partido Liberal, gran formación tradicional colombiana donde se formaron Uribe y Santos antes de emigrar, dejó en libertad a sus votantes, ante lo cual la mayoría de sus legisladores corrió a refugiarse en el oficialismo. En la tienda de enfrente, Mockus, elevado a rango de líder de la segunda fuerza política nacional, no atinó a tejer ningún pacto y rechazó una alianza con el centroizquierdista Polo Democrático de Gustavo Petro.

Un gobierno de unidad nacional ¿versus? 

“No les demos ventaja a las FARC. Votemos por Juan Manuel Santos. Estamos en un momento crucial para toda la nación”, rezaba un mensaje en alusión a la guerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, distribuido por seguidores del candidato oficialista en la red electrónica de Twitter cuando se encaminaba como amplio favorito a la victoria. El mensaje fue lanzado una semana antes de la elección presidencial, luego de que Santos coronó su campaña electoral con el rescate de un general, dos coroneles y un sargento, rehenes durante casi 12 años de las FARC.

La imagen del ex ministro de Defensa, de Hacienda y de Comercio Exterior recibiendo a los liberados, uno de ellos aún con las cadenas que le impuso la guerrilla, reeditó sus momentos de gloria de 2008, cuando al frente de la Operación Jaque rescató en la selva a la ex candidata presidencial Ingrid Betancourt, tres agentes antidrogas estadounidenses y 11 policías y militares. Ese mismo año las fuerzas de seguridad bombardearon un campamento de las FARC en Ecuador, a 800 metros de la línea fronteriza, donde murió Raúl Reyes, el número dos de la guerrilla y otros 25 rebeldes.

Para llegar a la Presidencia, Santos intensificó su imagen de “hombre duro” porque entendió que otros temas de la agenda colombiana, como el combate a la corrupción en el uribismo, que llevó un buen caudal de votos a Mockus, no lograron desplazar al asunto dominante: el combate frontal a las guerrillas izquierdistas y paramilitares de derecha, ambos ligados al narcotráfico. La estrategia de campaña funcionó, pero una vez entronizado en la silla presidencial, Santos deberá encarar la realidad de una guerrilla que se niega a la rendición.

A pesar de la humillación y desmoralización por la liberación de secuestrados, la infiltración de sus códigos secretos, la muerte de Reyes y del líder histórico Manuel Marulanda en 2008, los expertos en temas de la insurgencia estiman que las FARC están lejos del fin. Hablé largo con uno de ellos cinco días antes de la elección. El politólogo Alvaro Forero, influyente columnista de un medio de circulación nacional colombiano, me dijo: “Los grandes cambios en la lucha contrainsurgente ocurrieron en el primer mandato de Uribe, cuando hubo una drástica reducción de los secuestros y asesinatos. Los golpes espectaculares que presume Santos no afectan la estructura militar que sigue con unos ocho mil hombres armados, quienes han hecho de la guerrilla y el negocio del narcotráfico una forma de vida”.

En el lapso de los primeros cuatro años de los ocho que gobernó Uribe —cuyo padre fue víctima de la guerrilla en su natal Antioquia, dominada por paramilitares de derecha— se desplazó a las FARC de las zonas urbanas y fueron expulsadas de las grandes ciudades que recobraron la normalidad. “Las FARC han regresado a sus fortificaciones geográficas donde están enclavados los plantíos de coca, al sur de Colombia, en las zonas selváticas cerca de la frontera con Ecuador y Venezuela, alejados de las zonas desarrolladas de la cordillera del centro-oriente del país”, me explicaba Forero Tascón. Con las liberaciones de rehenes y la muerte de Marulanda y Reyes, los optimistas comenzaron a presagiar “el fin del fin” y, ahora que Santos se encamina a la Presidencia, no falta quienes esperan cumpla su sueño de acabar en forma definitiva con las FARC. “Uribe también llegó con el sueño de acabar con las FARC, pero todas esas especulaciones y los grandes análisis han sido derrotados por los hechos. En realidad la gran pregunta es ¿cuánto pueden aguantar las FARC?”.

En el terreno de las especulaciones, ya se menciona una supuesta estrategia para acorralar a Jorge Briceño Suarez, alias Mono Jojoy, jefe militar de 57 años, para obligar a sentarse a negociar el fin del conflicto al sucesor de Marulanda, Alfonso Cano, un antropólogo comunista de 62 años quien estaría solitario, rodeado de hombres de armas y sin talento político ni bagaje intelectual.

La llave de Santos

Una hipótesis que cobra fuerza es que la llegada de Santos, con un amplio caudal de votos y mayoritario apoyo del poder Legislativo, gracias a los pactos políticos tejidos en la campaña contra Mockus, le daría manos libres para sentarse con las FARC sin consultar a nadie, ni siquiera a Washington. Después de todo, Santos fue artífice en 1997 de la creación de la “zona de despeje” en el Caguán, luego de hacer contactos directos con las FARC y los paramilitares de ultraderecha, un plan que contó con el entusiasmo del ex presidente de España Felipe González y del escritor Gabriel García Márquez.

En su último encuentro con la prensa extranjera al final de su campaña, Santos reforzó esa expectativa: “Nosotros, ni el presidente (Álvaro) Uribe ni yo, hemos cerrado definitivamente la puerta del diálogo, ni hemos tirado la llave al mar. Si hay una voluntad real (de las FARC), si muestran que esa voluntad existe, yo estaría en disposición de sentarme a dialogar”, dijo en una conferencia en Bogotá. “Mientras las FARC continúen haciendo terrorismo no hay la menor posibilidad de un diálogo, tendría que haber una señal muy clara porque las experiencias que hemos tenido de diálogo en Colombia fueron engaños, como pasó en el Caguán. Esa historia no la queremos repetir”, advirtió.

De esa manera, Santos descartaría recorrer el camino que llevó al fracaso el diálogo que el ex presidente Andrés Pastrana (1998-2002) realizó con la guerrilla en el Caguán, una extensa región del sur de Colombia que se “despejó”, es decir, que se desmilitarizó y paradójicamente llevó al fortalecimiento de las FARC, que llegó a sumar hasta 16 mil hombres armados, su mejor momento en casi medio siglo de guerrillas. Por cierto que en esa zona asolada por la violencia, Santos arrasó.

El nuevo presidente no parece tener claro cuál es el punto de partida para negociar con una guerrilla arrinconada que ha sufrido golpes severos, pero que aún resiste estimulada por los fondos que obtiene del tráfico internacional de drogas y que tiene a una veintena de policías y militares secuestrados con la intención de canjearlos por guerrilleros presos.

Aun así, trazó a los corresponsales extranjeros el inicio de una hoja de ruta: “Para empezar tendrían que liberar a todos los secuestrados, renunciar al terrorismo, a cualquier acto terrorista, al reclutamiento de niños, al narcotráfico y a los ataques a la población civil. Ahí estaría el primer paso, cuando demostraran que verdaderamente están interesados en un proceso de paz”.

Obviamente, como Presidente en las nubes de su popularidad, Santos mantendrá la política de rescate de secuestrados y la negativa a cualquier canje de rehenes por guerrilleros presos, y hay también una ola de escepticismo sobre esas expectativas de un nuevo proceso de paz. “Las circunstancias en Colombia cambiaron, en aquel momento de fortaleza de la guerrilla lo lógico era hablar de negociación, ahora no. Lo que sí se puede afirmar es que Santos, por su temperamento, por su formación intelectual e ideológica, podría ser mejor negociador y menos dogmático”, advierte el analista Álvaro Forero, columnista político de El Espectador, el mayor competidor del diario El Tiempo de la familia Santos.

¿Qué hacer con el rijoso Chávez?

El otro frente que encontrará abierto Santos es la relación con Venezuela. Cuando ocurrió el ataque al campamento de Raúl Reyes, a 800 metros dentro de territorio ecuatoriano, un furioso Hugo Chávez salió fuera de sí a calificar de cobardes a Uribe y a Santos. El tema de la relación de Chávez con las FARC es largo y lleno de claroscuros, pero nadie discute que las FARC tienen santuarios de “descanso” para sus hombres en las regiones fronterizas en Ecuador y Venezuela.

En plena campaña colombiana, Chávez hizo lo que sabe hacer: tratar de incidir en el proceso electoral de otros países. “Hay que recordar que Santos es el que ordenó el bombardeo a territorio ecuatoriano y el asesinato de un grupo de personas ahí, con excusa de matar, como mataron a un jefe guerrillero de las FARC (Raúl Reyes)”. Santos “ha dicho que él es capaz de hacerlo también en Venezuela y cualquier otro país, lo cual pudiera generar una guerra, una guerra que le interesa a Estados Unidos, es la estrategia del imperio”, arengó en uno de sus maratónicos programas televisivos. Santos ha reaccionado con cautela y pragmatismo, tendiendo la mano a Chávez con un encuentro de reconciliación, a pesar de que el mandatario venezolano lo ha tildado de “mafioso” y de peligro para la paz en la región sudamericana.

“El tema de Venezuela tuvo una utilidad política, y el beneficio electoral ya lo gozó el uribismo”, dice Forero Tascón, al recordar las peleas al tú por tú en que se trabaron Uribe y Chávez. “La confrontación fue productiva para Uribe y Santos, pero ha tenido costos económicos para Colombia, una caída de casi dos mil millones de dólares anuales y una reducción de casi 30 por ciento del comercio bilateral”. Con ese dramático escenario comercial, para Santos parecen haberse acabado las razones de mantener una mala relación con Chávez. Peor aún si se recuerda que el ex militar golpista venezolano fue muy hábil en tejer una campaña que aisló a Colombia cuando Uribe autorizó a Estados Unidos a utilizar siete bases militares para operaciones en su territorio.

Aquí surge la utilidad que Santos otorga a la estrategia de “unidad nacional”, tras la cual se diluye la mayor novedad política que dejan las elecciones en Colombia: el surgimiento de una opción ciudadana, la de Antanas Mockus, que logró aglutinar a casi la tercera parte del electorado en una cruzada quijotesca contra las maquinarias electorales tradicionales basadas en un debilitado clientelismo político. “Santos comprendió que la clase política se sintió al borde del colapso cuando surgió el fenómeno Mockus, y las maquinarias tradicionales perdían el control del aparato. Entonces los llamó a alinearse”, me dijo Forero.

Ante ese escenario surge otra gran interrogante: ¿Recobrará Juan Manuel Santos la identidad de político de centro y a veces hasta socialdemócrata, seguidor de la Tercera Vía fundada por Tony Blair en Gran Bretaña, una imagen que entregó en su servicio a la causa de Uribe? “Existe la posibilidad de que surja un fenómeno caudillista y populista, que incluso llegue a jugar con la animadversión a los partidos y la antipolítica”, se atreve a especular Forero. En Colombia nunca ha existido un fenómeno nacionalista, populista y plural, similar al peronismo de Argentina o al PRI de México. El experto aventura una hipótesis: “Santos va a gobernar sobre un archipiélago de partidos de una coalición marcada por la pérdida de identidad ideológica. Si es el caso, podría reunificar a la gran formación tradicional colombiana que se dividió con Uribe, que es el Partido Liberal”.

Por eso, además de las preguntas sobre su relación con las FARC o Venezuela, la gran interrogante de la nueva era política que nace en Colombia es sobre la identidad de su líder: un hombre urbano, culto, cosmopolita, diferente al provinciano y pendenciero Álvaro Uribe, un hombre nacido en cuna de poder y educado para gobernar. ¿Recobrará Santos una identidad propia o será sólo el sucesor del uribismo?

A la hora de la victoria, un Santos conciliador tendió la mano a todos, pidió dejar atrás toda confrontación, invitó a Mockus a sumarse a la unidad nacional, dijo que respetaría al poder Judicial (con quien Uribe se peleó siempre, hasta que lo inhabilitó para reelegirse por tercera vez) y ofreció dialogar con el Congreso. Al final cerró el discurso del triunfo anunciando “una nueva era”, su era, la era Santos. Será la segunda, después de la que marcó el patriarca de la dinastía, su tío abuelo, en la primera mitad del siglo XX. Santos ya no quiere ser visto como el “delfín” de Uribe. Tiene con qué.

 

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