Opinión /

Campeón del mundo


Lunes, 12 de julio de 2010
El Faro

Ha cerrado en grande el mundial de Sudáfrica. Ha terminado un mes de la fiesta del fútbol que persistirá en la memoria colectiva mucho más que otros mundiales; no solo por ser el primer campeonato disputado en África, sino también por el enorme impacto que tendrá en este deporte lo que pasó en la final.

España celebra desde el domingo un merecido campeonato mundial que ha conseguido desplegando una hermosa concepción del futbol.  Es el triunfo de la estética y la generosidad futbolística, el de la diversión en la cancha, por encima de los amarres defensivos y el pelotazo. Es el triunfo del juego de conjunto por encima de las estrellas mediáticas.

Los anuncios que hace un mes inundaban todos los espacios publicitarios hoy parecen rancios. Ninguna de las estrellas (Messi, Ronaldo, Rooney, Cannavaro, Kaká) aportó nada memorable en este mundial. Fue en cambio un conjunto sin depositarios finales, ese equipo que va bordando las jugadas desde la defensa, que se obsesiona con tocar el balón tantas veces como sea posible, que se divierte, y que mira siempre hacia adelante, el que reivindicó el futbol en todos sus pilares. Es el triunfo de las aspiraciones de la afición.

Los días anteriores a esta final, en Barcelona una marcha multitudinaria reclamaba más autonomía, y alguna autoridad local expresaba sus deseos de que la selección española perdiera la final del mundial. Exabruptos de un independentismo heredado del franquismo, cuando las provincias sufrieron una fuerte represión desde Madrid. Pero hoy España no es Madrid, y la selección española tampoco representa esos valores. Ahí hay jugadores de todos los rincones de España y, curiosamente, su columna vertebral es la del Futbol Club Barcelona, la máxima expresión del catalanismo durante la dictadura.

Y mientras allá algunos se resisten a la celebración de su propia gente, en San Salvador, en cambio, el domingo sonaron los cohetes y los gritos y se desbordó la alegría y salieron lágrimas. Lágrimas de salvadoreños emocionados por el triunfo del buen fútbol, por la identificación con otra bandera ante la falta de una propia en el mundial. Como cada cuatro años, el salvadoreño escoge otro país, por tradición futbolística también, para apasionarse del mundial. Para sentirse parte.

Este año, como nunca antes, España tuvo aquí una sucursal de aficionados. No solo por la pobreza del futbol local y la afición a los equipos españoles, sino también por la necesidad del salvadoreño en crisis eterna de identificarse con algo que le brinde alegrías, que le permita celebrar, que le alimente el espíritu. Y todo eso ha sido la selección española de este mundial. La que ha puesto el buen futbol, la que ha trabajado en conjunto, la que ha expresado en una cancha solidaridad, generosidad, belleza, equipo.  La selección de todos los que aman el buen futbol.

La copa del mundo sienta muy bien al futbol, pero también a la integración de este reino europeo y al espíritu de los españoles, golpeados por la crisis económica y el desempleo. Hoy España tiene motivos de sobra para celebrar en grande la consecución del campeonato mundial; y, de paso, para encontrarse nuevamente como una entidad plural, rica en sus diferencias y campeona del mundo.

A nosotros, los salvadoreños, nos sienta bien de prestado. Golpeados aún más por la crisis económica y sobreviviendo a una ola de violencia terrible, el mes del mundial nos ha traido un aire fresco y España ha puesto las grandes alegrías. Ahora a esperar otros cuatro años, soñando con ir otra vez a un mundial pero pensando ya a qué país le vamos a ir como si fuera nuestro. Porque también nos gusta el buen futbol, aunque seamos incapaces de desarrollar el nuestro.  Y sobre todo porque nos urgen alegrías, y porque, cuando nos los ponen enfrente, escogemos esos valores que han llevado este año al mejor equipo del mundo a ganar la copa. 

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