Opinión /

Tensiones políticas y el verdadero problema


Martes, 20 de julio de 2010
El Faro

Las últimas semanas han patentado el fin de la luna de miel entre el Gobierno y la derecha política, y una serie de acciones han tensado el panorama nacional a un punto sin precedentes desde el 15 de marzo de 2009, cuando Mauricio Funes ganó las elecciones.

Los cambios estructurales en materia económica (sobre todo la intentona de reforma fiscal y el retiro anunciado del llamado “draw back” o estímulo a los grandes exportadores), aunados a la crisis de ARENA y sus poco alentadoras perspectivas electorales para 2012 provocaron los primeros intercambios públicos, confirmados por la campaña arenera en la que acusa de incapaz al gobierno y posteriormente la poco afortunada invitación y recepción al ex presidente golpista de Honduras Roberto Micheletti, homenajeado incluso oficialmente por el alcalde de San Salvador en una afrenta a las normas democráticas consensuadas por toda América.

Desde que perdió las elecciones, ARENA por primera vez parece haber definido una estrategia clara: relacionar directamente a Funes con el FMLN, subir abiertamente a los empresarios y a las gremiales empresariales a su campaña contra “el gobierno del FMLN” e iniciar un abierto choque para que todos recuperen un poco del estatus perdido. Las gremiales empresariales, además, amenazan con boicotear cualquier cambio que implique la pérdida de privilegios para ellos (la férrea negativa a cualquier control sobre las medicinas es el último ejemplo) y algunos grandes empresarios patrocinaron gustosos la visita de Micheletti a suelo salvadoreño.

En respuesta, algunos miembros del FMLN (o del gobierno, aún no se sabe) han comenzado a revivir los nefastos “carpetazos” al estilo del ex ministro René Figueroa, en el que presuntas fuentes de inteligencia consignan información que incrimina a los opositores políticos con actividades ilícitas. Y una extraña intentona de allanamiento de la casa del ex presidente Calderón Sol que aún no se sabe desde dónde fue ordenada.

Pero entre los coletazos de unos y otros, por fin el presidente Funes habló claro el martes 20 de julio, advirtiendo de la vergonzosa brecha entre ricos y pobres y de las simpatías de varios sectores con intentonas golpistas.

Las declaraciones del mandatario merecen reconocimiento, porque sitúan el debate en sus dimensiones correctas: detrás de las tensiones políticas actuales están, precisamente, la necesidad de una mejor redistribución del ingreso y lo que ello afecta a los grandes empresarios, por un lado; y por el otro las nostalgias de sectores que durante décadas han estado acostumbrados a levantar un teléfono para ordenar acciones de gobierno, y que se resisten a necesarios avances democráticos en el país. Han comenzado a esgrimir pretextos para presionar y amenazar. 

El asunto es de tal magnitud que parece, en estos momentos, una torpeza mayúscula que algunos sectores radicales de izquierda respondan como lo han hecho (con carpetazos y allanamientos).  Es una torpeza porque significa desviar la atención de los verdaderos problemas, tal como pretende también ARENA. Es una lástima que los dos principales partidos políticos demuestren, una vez más, incapacidad para abordar a fondo los problemas de la nación. Ojalá sus irresponsabilidades no abran la cancha para que lo más rancio de la empresa privada domine el discurso, y evite el urgente abordaje a la estructura actual y los cambios necesarios para avanzar por nuevos rumbos. Hacemos hoy eco de las palabras del mandatario, porque son precisamente las que hemos repetido en este periódico cuantas veces ha sido pertinente: la inequidad en El Salvador, y en Centroamérica en general, es insultante, inhumana y nociva para cualquier ideal de progreso. Ese, y no las calenturas de dos partidos políticos, es el verdadero problema. Y ese es el que hay que tratar con responsabilidad.

Lamentablemente, hoy como siempre los radicalismos ideológicos son una amenaza a la democracia. Más, y eso hay que decirlo, por parte de aquellos que soban la espalda de golpistas. A estos hay que frenar de inmediato, advirtiendo que aquí no hay espacios para aventuras trogloditas.
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