Opinión /

Toros


Domingo, 1 de agosto de 2010
Luis Fernando Valero

La semana pasada los independentistas de Cataluña lograron dar una vuelta de tuerca más, en ese camino de abrir espacios entre Cataluña y España, a la que prefieren llamar “El Estado español”.

Lograron, como siempre que pueden, mostrar que Cataluña no es España, y que Cataluña está oprimida por la cultura española. En esta ocasión la excusa ha sido el prohibir las corridas de toros en la autonomía catalana. 68 votos a favor; 55 en contra y 9 abstenciones.

Hace unos años, ya legislaron que los padres no podían llevar a sus hijos menores a las corridas de toros, por atentar contra la educación cívica.

Lo más curioso de toda esta deriva independentista, es, que se está consiguiendo cuando éstos se han unido, en una alianza contra natura con los socialistas catalanes del Partido Socialista Obrero Español, comandados, ironías del destino, por un andaluz de origen,  Iznájar, Córdoba, 15 de enero 1955, que emigró a Cataluña a los 16 años, pero como ocurre en demasiadas ocasiones, la historia de España ha sido pródiga en estos neoconversos, que para hacerse más cristiano, menos judío, menos árabe se convierte en el adalid de los más extremistas.

Los defensores de la prohibición taurina afirman, que ellos lo hacen por “amor a los animales” y se escudan en una iniciativa popular de una plataforma antitaurina, ello es rigurosamente cierto, pero también no es menos cierto que los antitaurinos sabían a qué puerta llamaban pues desde hace años los independentistas catalanes llevan destruyendo todo aquello que pueda significar algo de España en la comunidad catalana. Años llevan quemando el toro publicitario de Osborne, un inmenso toro  de 14 metros de alto, una enorme silueta de un toro bravo, concebida originalmente como gran una valla publicitaria para promocionar el brandy de Jerez; con el paso del tiempo y el arraigo cultural se ha convertido en un símbolo cultural español, que miraba en las carreteras y que fue quemado y destruido sistemáticamente por no ser símbolo catalán y promovieron como contra partida animal el burro, el asno catalán. Todo un símbolo.

Durante meses en la discusión de la ley han pasado por el Parlamento catalán 30 expertos: 15 a favor y 15 en contra. Y se ha debatido ampliamente, ya que las corridas de toros generan sentimientos muy diversos en la sociedades modernas, dado el avance  de trasladar los derechos humanos a los derechos de los animales, o como ha dicho un connotado culturalista inglés, Tristán Garel-Jones, al avance de la sajonización de valores en las sociedades occidentales por el imperialismo cultural del inglés.

Pero a este modélico ejemplo democrático se le ha visto el pelo, pues los animalistas querían prohibir el maltrato animal, convive  secularmente en Cataluña con otra tradición también catalana que son las “corridas de toros embolados con fuego de brea y cera entre los cuernos” embisten y son golpeados por los vecinos, mientras corren enfurecidos, asustados y quemados por las calles de los pueblos, pueblos que curiosamente tienen mayoría política catalana independentista. Curiosamente a estos toros no los alcanza la ley, pues entran en un apartado especial de tradiciones culturales. Convendría recordar esta frase de la filósofa Adela Cortina: “El analfabetismo en esto del valor es una mala cosa, y una buena educación debería intentar erradicarlo”.

Con lo cual el problema de las corridas de toros pasa a ser no un problema de los defensores de los animales, que los hay, sino pero que ha sido subsumido por los independentistas que son los que en realidad gobiernan Cataluña, ya que sus votos son los que sostienen al partido socialista catalán cuyo presidente es andaluz de origen, y que afirma ha votado en contra de esa ley, porque es respetuoso con la libertad, pero las mayorías parlamentarias deben ser aceptadas. A él ya le duele, pero…

Y ese es otro tema que subyace en la realidad de esta ley. Como ha señalado el filósofo Fernando Savater “Que un Parlamento prohíba una costumbre arraigada, una industria, una forma de vida popular... es algo que necesita una argumentación muy concluyente. La que hemos oído hasta la fecha dista mucho de serlo”.

¿Realmente un gobierno autonómico debe legislar que no se pueda asistir a un espectáculo público? ¿No invade esta ley el derecho a la libertad personal? A nadie se le obliga a ir a los toros, ni al cine, ni comprar un libro o una revista. Ello entra en el ámbito de la libertad personal. El problema es que en Cataluña, desde hace ocho años, con la llegada de los independentistas al poder se ha legislado para arramblar de la sociedad todo aquello que pueda tener algo de español.

Porque si se trata de cuidar y velar por el peligro del toro, fíjense en el argumento, se legisla para salvar al toro, no que el torero tenga peligro.

Hay demasiada hipocresía en las argumentaciones, como  se remarcó por más de un diputado en el debate del día de la votación.

Hay una evidente deriva nacionalista extrema en el gobierno actual catalán. Otra muestra: con el triunfo de España en el mundial, se debatió si debería prohibirse que los taxistas colgaran la bandera de España en los taxis de Barcelona y el responsable de turismo del Gobierno catalán, del partido independentista, declaró que había que pensar si no debería prohibirse que se vendieran muñecas de flamencas y otros símbolos españoles en las tiendas de recuerdos turísticos que existen en las famosas Ramblas de Barcelona y varios diputados independentistas en declaraciones a la prensa afirmaron que ellos iban con Alemania en el partido de la final mundial y para mayor abundamiento en algunos albergues juveniles dependientes del Gobierno de Cataluña, se ha afirmado en la prensa, que no se dejó ver el partido de la final mundial de fútbol a los jóvenes que veraneaban en ellos.

Esta es la triste realidad de algunas cosas que están pasando en Cataluña, afortunadamente la sociedad catalana, a pesar de este acoso que no deja de presionarla, aguanta estoica esta estulticia política y se defiende de ella con un alejamiento pavoroso de los políticos, que dicen una cosa pero hacen la contraria, por ello su consideración sobre ellos es pésima, la peor valoración en la opinión ciudadana.

La realidad que ve el ciudadano es que sus problemas de verdad, los que proyecta la crisis no están en absoluto en vías de resolverse y que a pesar de todos estos “triunfos” identitarios, la coalición que gobierna en Cataluña de socialistas, independentistas y comunistas reciclados de ecologistas, hace aguas por todos los lados, ya que entre ellos, y se observa cada día en el Parlamento, es una jaula de grillos en donde aparecen, votando contra sus propios compañeros de gobierno en numerosas decisiones, descalificándose los unos contra los otros, eso si siguen apoyándose para no perder el sillón gubernamental. Y tristemente, por lo que se colige, lo que les une es  aquello que puede separar cada día mas a Cataluña de España.

Veremos qué ocurre en las elecciones de octubre, ante este hartazgo ciudadano.

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