Opinión /

¿Adiós a las cachiporristas?


Lunes, 13 de septiembre de 2010
Carlos Gregorio López Bernal

Una vez más vamos a la conmemoración de la independencia; nuevamente habrá discursos, ofrendas florales, desfiles de estudiantes, militares y policías. Los lugares de concentración serán los mismos (a menos que haya cambios de último momento): la Plaza Libertad, el boulevard de Los Héroes y el estadio nacional. Una vez más, los sectores populares del país romperán la rutina de su vida e irán a “presenciar”, que no a participar de la celebración de la independencia. Mucho se especuló que con la llegada de la izquierda al poder se iba a cambiar la forma de celebrar la independencia, pero hasta hoy no ha habido modificaciones significativas.

Sí hay una que puede marcar la diferencia a futuro. Posiblemente esta sea la última vez que las “cachiporristas” participen en los desfiles cívicos, y esto por “concesión” del presidente de la república, pues la idea inicial era prohibirlas de una vez por todas. Según los promotores de la medida, esta práctica “expone” a las jóvenes a caer en las redes de los tratantes de blancas, a ser violadas y a sufrir otros abusos. Curiosa manera de enfrentar el problema, en lugar de perseguir a los que ejercen esos ilícitos, se prohíben las cachiporristas. Es como, si por la delincuencia que actualmente impera en el país, se nos prohibiera salir de casa, porque hacerlo nos expone a sufrir un atentado.

¿Qué hay realmente detrás de una disposición de este tipo? Seguramente una visión particular de las relaciones de género. Si esto es así, debiera haber más transparencia y decir sin ambages que se prohíben las cachiporristas por el morbo que generan en los hombres. De paso, debieran prohibir toda imagen visual que sugiera una silueta femenina. ¿Un intento de introducir variaciones a la manera cómo se celebra la independencia? Posiblemente. Pero sobre todo hay una incomprensión de las dinámicas culturales asociadas a las festividades cívicas y la invención de las identidades nacionales.

En un periódico leí un comentario que señalaba que las cachiporristas son ajenas a nuestra cultura, porque esta práctica fue retomada del extranjero, específicamente de la visita de un grupo de “cheerleaders” estadounidenses a mediados del siglo pasado. Ciertamente el origen de nuestras cachiporristas es ese, pero no debemos olvidar que existen las asimilaciones culturales, procesos mediante los cuales un rasgo cultural extranjero es incorporado en otra cultura y acomodado a la realidad e idiosincrasia de un pueblo. Eso es justamente lo que ocurrió con el fenómeno en cuestión; si hiciéramos una comparación de la vestimenta, las coreografías y la música de las cheerleaders que nos visitaron en los años cincuenta y lo que presentan las actuales cachiporristas, nos daríamos cuenta de importantes cambios.

Y esos cambios se deben a que con el transcurso del tiempo, a la idea original se fueron agregando elementos extraídos de la realidad y la imaginación de los salvadoreños, y por qué no, de otras culturas. El año pasado observé a unas cachiporristas danzando al ritmo de una batucada; he visto coreografías de lo más variadas, incluyendo por supuesto elementos que algunos seguramente llamarían “nacionales”, como “El torito pinto”o “Las cortadoras”.

¿Es posible demostrar que las cachiporristas son ajenas a nuestra cultura? Difícilmente, tan arraigadas ya están que hemos creado la palabra. El diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, no registra el vocablo “cachiporrista”, lo más cercano que aparece en él es cachiporra y cachiporro. Vale decir, en alusión a la supuesta discriminación de género que aduce el ISDEMU y sus acompañantes, que a mediados de la década de 1950, las bandas de guerra tenían “cachiporristos”. Sí, niños y jovencitos que acompañaban los desfiles haciendo figuras con su bastón. Y nadie se escandalizaba de ello, ni iba a sospechar que se les estaba induciendo a algo indebido.

En todo caso, si se prohíbe algo, ¿con qué se sustituye? Hace poco un amigo me contaba que en una escuela de San Salvador, habían decidido sustituir las cachiporristas y la música que las acompaña, por bailes típicos con música andina. Se sustituye lo aparentemente ajeno, por algo igualmente discutible, si a sus raíces se refiere. ¿Qué nuestra puede ser la música andina?; ¿Qué tan auténticos los llamados trajes típicos?

Si asumimos que traje típico sería el que usaban nuestros indígenas en tiempos pasados, bien podríamos retomarlos. Tenemos las descripciones que de ellos hicieron el Obispo Cortés y Larraz hacia 1770 y David J. Guzmán a finales del XIX. Incluso tenemos fotografías, las que tomó en 1899 el antropólogo sueco Carl Vilhelm Hartman, pero seguramente ese traje típico sería mal visto por el ISDEMU; las indígenas de entonces no usaban blusa, solo una especie de falda, y los hombres calzoncillo y cotón de manta.

En rigor histórico, ninguno de los componentes de la celebración de la independencia (rituales, símbolos, etc.) es auténticamente nacional; ni han existido desde siempre, ni tienen por qué existir por siempre. De la mayoría de ellos puede darse la fecha exacta de su invención. Por ejemplo, el himno nacional existe desde 1879, fue cantado por primera vez en la celebración de la independencia de ese año; la música fue compuesta por el italiano Juan Aberle y la letra por Juan José Cañas. Además, no ha sido el único que hemos tenido desde entonces; durante el gobierno de los hermanos Ezeta (1890-94), se implantó otro himno titulado “El Salvador libre”, con música y letra de Cesáre Giorgio Vélez, que cantado por varios años y estuvo legalmente vigente por muchos más.

Igualmente inventados son otros símbolos patrios, como la bandera nacional, el escudo nacional y la oración a la bandera. En algún momento y por iniciativa de algunos se implantaron, lo cual no significa que automáticamente hayan sido aceptados e incorporados en el imaginario popular nacional. Para ello fue necesario que, desde los sectores de poder, es decir desde el Estado, se crearan mecanismos que por repetición lograron que arraigaran en el imaginario popular. La escuela, los libros de texto de historia y las fiestas cívicas son los recursos más efectivos, pero no los únicos.

Tenemos un monumento a los próceres desde 1911, cuando con ocasión de la celebración del centenario del llamado “Primer grito de independencia” (5 de nov. de 1811), se impulsó una serie de iniciativas destinadas en última instancia a fortalecer el sentido de identidad nacional, para entonces aún débil. A partir de ese año, la Plaza Libertad (antes llamada Parque Dueñas) se convirtió en el sitio oficial para las ceremonias de conmemoración de la independencia; pero el monumento en cuestión no fue hecho por escultores salvadoreños, si no por los italianos Durini.

Como corolario de la celebración del Centenario del primer grito de independencia, el presidente Manuel E. Araujo decretó la actual bandera nacional, sustituyendo a la anterior establecida en la administración de Francisco Dueñas hacia 1865. Obviamente una nueva bandera requería de iniciativas paralelas que contribuyeran a que la población la reconociera y respetara; en consecuencia, se estableció que el ejército “jurara” lealtad a la bandera. Esta “tradición inventada” fue retomada en 1915 por el Ministerio de Instrucción Pública, que instituyó la “semana cívica” y como evento culminante de ella, el “juramento a la bandera” por los niños y jóvenes estudiantes de primaria y secundaria.

El propósito de todas estas acciones es muy claro: Inculcar en los salvadoreños sentimientos de amor, lealtad y obligación hacia la nación. Sentimientos que, infundidos desde la infancia, darían como resultados, personas con un intenso sentido de identidad nacional, siempre dispuestas a cumplir sus deberes cívicos.

Maneras de alcanzar esos propósitos hay muchas; mientras más se utilicen y de manera más sistemáticas, las posibilidades de éxito aumentan. Las fiestas cívicas, son solo una forma de promover el civismo. No siempre se han celebrado de la misma manera, ni han tenido el mismo significado. En tal sentido es posible reelaborarlas, y “acercarlas” más al pueblo y a su idiosincrasia, para que los diferentes sectores sociales se sientan representados en ellas. No deben ser patrimonio de un grupo, si no herencia de todos los salvadoreños.

Y es que para entender mejor el significado de la independencia es preciso conocer la historia. Mientras únicamente se insista en celebrar, pero no se conozca qué se celebra y por qué se celebra, estas conmemoraciones no pasaran de ser un espectáculo visual, bueno para pasar un día de asueto, pero insuficiente para formar ciudadanos más conscientes y responsables.

Con estas ideas en mente, volvamos al problema inicial. Es posible que esta sea la última celebración de la independencia con cachiporristas. Realmente no creo que eso suceda. Nos guste o no, y a pesar de que su origen obviamente es extranjero, no podemos negar que después de medio siglo entre nosotros, las cachiporristas ya son parte de la cultura salvadoreña, y los cambios culturales no se producen por decreto. Aún si se prohibieran definitivamente en las fiestas cívicas, aparecerán en las fiestas patronales y en otras actividades públicas. Por lo tanto, desarraigar esta manifestación cultural de la mentalidad de los salvadoreños no será fácil. Es más, como sucede en este tipo de situaciones, la prohibición de una práctica, más bien provoca que se vuelva más atractiva. Lo más seguro es que no les diremos adiós, sólo hasta luego; para ventura de algunos y disgusto de otros. 

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