Opinión /

Las breves palabras distantes de Horacio Castellanos Moya


Miércoles, 15 de diciembre de 2010
Élmer L. Menjívar

Solo una webcam pudo presumir el privilegio de tenerlo enfrente, vivo y parlante. A Horacio Castellanos Moya, por una tormenta de nieve, le cancelaron el vuelo que lo traería de Pittsburgh a San Salvador para el anunciado lanzamiento de la Colección Revuelta, que abre con un libro del autor ausente: “Breves palabras impúdicas”, una selección de ensayos y conferencias. Su ausencia física se anunció al inicio del evento y se dijo que su presencia sería en directo, pero vía Skype, por internet. Y así fue.   

Sin duda, la anunciada presencia física de Horacio -si me permiten llamarlo así- era el plato fuerte y el “gancho” de la convocatoria para este martes 14 recién pasado, a las 6:30 p.m., en el Centro Cultural de España (CCESV), y la convocatoria tuvo un éxito desbordante.

Lo de desbordante es literal: aproximadamente un tercio de los que acudimos nos quedamos fuera, porque la sala destinada para el evento, que por estar modificada por una exposición de audiovisuales tiene su capacidad a la mitad, se llenó con facilidad. Sin ánimo desagradecido, y mucho menos con la intención de restar méritos a las iniciativas culturales del CCESV, debo decir que es recomendable evaluar el potencial de cada convocatoria  para efectos logísticos. Es frustrante quedarse fuera de un evento al que se llegó a hora prudente, con el agravante de las dificultades de la hora y tráfico. Tal vez podrían hablar de cupo limitado y abrir confirmación de asistencia, buscar espacios acordes al potencial de la convocatoria, o habilitar un circuito cerrado de pantallas de televisión para poder participar del evento desde otro de los espacios con los que cuenta el CCESV. El público cultural salvadoreño es agradecido, pero también es sensible y merece respeto. Dirán que escribo como resentido, y quien lo diga tendrá toda la razón. Pero por favor no se pase por alto el ánimo propositivo de mi resentimiento.  

Por lo dicho, es obvio que no puedo dar fe de la disertación y respuestas de Horacio -no quedó registro ni archivo. Tampoco de lo demás que aconteció en el evento, que también incluía la presentación del libro de poemas de Vladimir Amaya. Eso sí, ambos libros fueron regalados a los asistentes, incluidos los que no pasamos a la sala, y están disponibles sus versiones en archivos PDF en el sitio del CCESV. Sí me enteré que la Colección Revuelta propone revolver a autores “consagrados” y “noveles” en lanzamientos de dos en dos. Serán seis libros para esta primera temporada. Una idea editorial bajo la dirección de Miguel Huezo Mixco.

El libro de Horacio, como ya se dijo, es una selección de ensayos y conferencias. Estos textos se sostienen con fuerte carácter literario y anecdótico que permite conocer el desarrollo y los procesos del autor salvadoreño vivo con más proyección internacional. Castellanos Moya hizo brillar su firma con “El asco” (1997), una breve novela que instaló una polémica en una sociedad novata en la experiencia de ser protagonista de una novela contemporánea y objeto-sujeto literario de una mente cuya creatividad está marcada por la irreverencia, con claves literarias lejanas a la exaltación benevolente y más cercana al retrato impúdico.

Mucho se ha dicho de las consecuencias de este acto literario -acaso libertario. Se ha hablado de autoexilio, de amenazas, de boicot, de resentimientos mutuos y otros ingredientes apetecibles para las leyendas. Sonados han sido entre bambalinas periodísticas sus desencuentros con la prensa local, como aquel episodio incómodo cuando se anunció la acogida que le dio el programa “Cuidad del Refugio”, auspiciado por Salman Rushdie, y destinado a dar apoyo a escritores perseguidos. Esa cobertura incluyó declaraciones del presidente Antonio Saca diciendo que en El Salvador no se perseguía a nadie, eso, y las declaraciones de algunos detractores sin suficiente contraste, minó la confianza de Horacio con la prensa local, y se mantuvo sordo a las peticiones de entrevistas y declaraciones -y otra vez mi resentimiento asoma.

Este silencio se rompió en el documental del español José Luis Sanz, “La última ofensiva”, en el que Horacio aparace analizando el proceso electoral presidencial del 2009; y en prensa escrita se rompe en ocasión de esta publicación: concedió una entrevista a La Prensa Gráfica, que es el medio asociado al proyecto de la Colección Revuelta. Ojalá eso no se quede en un seco acto de relaciones públicas, y por fin Horacio se abra a la prensa local, y a los lectores que podría tener en esta que es una de sus tantas patrias que viven en su memoria. Tal vez de ahora en adelante podamos también dar cobertura -y que acepte entrevistas- cuando presenta sus nuevos libros o participa en algún evento internacional, que hasta la fecha solo nos enteramos mediante notas de agencias o de periódicos internacionales.

Pero lo cierto e indiscutible es que hay una producción literaria que trasciende cualquier anécdota y que ha convertido a este autor en una referencia de la novela en español de las últimas décadas, que lo convierten precisamente en un “consagrado”.

***

“Breves palabras impúdicas” es un libro que se agradece, que aunque no es literatura, abunda en ella. El primero texto es “La guerra: un largo paréntesis”, un texto anecdótico, un ensayo, que coloca al autor en la escena del alba de la guerra civil salvadoreña, su versión de esos inicios y de su relación con aquel conflicto y los conflictuados. El tono recuerda a los cuentos de “El perfil de prófugo” (1989), enfatizando el acento del confeso que se antoja a honestidad, termina siendo un interesante recorrido histórico y onomástico, que aparte de lo biográfico, también revela sus vínculos humanos y literarios de entonces.

Luego van las “Breves palabra impúdicas”, muy breves ciertamente, pero muy poderosas literariamente. Este es el texto más emotivo y el más audaz en el uso del lenguaje: “Decía Roque Dalton que no venimos de un huevo ni de una semilla, sino de una pústula. No exagero al atreverme a decir que si Dalton estuviera vivo, si hubiera sido testigo y partícipe de la guerra civil, en algún verso hubiera dicho que también somos producto de una carnicería. Por eso a veces reímos tanto o nos ponemos chistositos, para atajar la locura”, escribe Horacio para cerrar un recuento a quemarropa de impresionantes episodios de su infancia y su primera juventud. Impresionan no por artificios estéticos, sino, al contrario, por estar expuestos en palabras desnudas y elegidas con la justicia que reparte su memoria: “Si la patria que me muerde es la memoria, no he encontrado otra forma de ajustar cuentas con ella más que a través de la invención. La realidad es tan grosera, imbécil y cruel que la voy a tratar sin ninguna consideración”, sentencia en un acercamiento a los parámetros de su creación.

Con “Política, humor y ruptura” sigue la lectura de este pequeño libro, una ponencia que retrata la relación del autor con la novela centroamericana. En las primeras líneas deja su lamento por lo que llama una “flaca tradición, sostenida en grandes excepcionalidades más que en una producción vasta y variada”. Así Horacio revela a su auditorio de la ocasión que fueron solo tres novelas centroamericanas las que considera decisivas en su formación como novelista: “Hombres contra la muerte” (1947) y “Pobrecito poeta que era yo” (1976) de los salvadoreños Miguel Ángel Espino y de Roque Dalton, respectivamente; y “Los Compañeros” (1976), del guatemalteco Marco Antonio Flores. Reflexiona con cierto detalle sobre el porqué de lo decisivo de estas obras, y también sobre el porqué otras solo se quedaron en el disfrute como lector. Cierra este texto con un consejo que suena a improperio: “Sí insistiré en que desde Rubén Darío los escritores centroamericanos asumimos que nuestra tradición literaria es la de la lengua castellana, el hecho de nacer en países pequeños y medio tarados siempre nos ha planteado el reto de romper las estrechas fronteras físicas y mentales que nos constriñen, que nuestra condición marginal o periférica despierta una sed de universalidad que nos lleva a abrevar en las más diversas corrientes, que abrirnos a las más variadas literaturas para nosotros es cuestión de vida o muerte, dado el páramo del que procedemos”.

El cuarto en fila aparece “El cadáver es el mensaje. Apuntes sobre literatura y violencia”, una reconstrucción de la escena criminal de la inmediata posguerra, de cuando Horacio volvió a El Salvador y quiso levantar un proyector periodístico, Primera Plana. Cuenta ahí algunas de las vicisitudes del equipo de periodistas y el final precoz de ese proyecto, también comparte su visión de la evolución de la práctica criminal que saltó de lo político a lo social. “Algunos críticos y académicos interesados en mi obra y en la de mis contemporáneos comenzaron a referirse a una «literatura de la violencia» o una estética «del cinismo o del desencanto» [...] Ahora, en las obras del nuevo periodo, no había buenos ni malos, ni razón histórica de respaldo: la violencia campeaba desnuda de ideologías”. En este tono procede a escribir sobre la construcción de varios de sus personajes y tramas, así como algunas de sus referencias. Horacio hace notar que es un autor conciente de su obra y sus procesos, sabe como pocos, hacer introspección y exponerla con solvencia.

La edición cierra con “Lo político en la novela latinoamericana”, un ensayo en el que el novelista se va al fondo del encuadre y cede el primer plano el periodista retirado y al estudioso de la literatura. De hecho, inicia advirtiendo “Antes que nada debo confesar que si alguien me dice que yo escribo «novela política», de inmediato me pongo en guardia”, y poco habla de su obra personal y lo hace desde la perspectiva anecdótica para pasar en seguida a un giro de tuerca, sigue por el lado académico historicista, haciendo un interesante recuento del concepto de literatura política y luego comentando varias obras, autores y sus estilos. 

***

Uno termina este libro como después de haber tenido una sesuda plática con y sobre el autor. Claro, uno solo escuchó y aunque quiso preguntar, acotar o disentir, un libro sigue siendo un libro, y los libros no escuchan. Por eso cuando titulé este texto “LAs breves palabras distantes de Horacio Castellanos Moya”, no solo aludo al episodio de su ausencia en el evento, sino al modo en que se mantiene: “Donde no estén ustedes”, como titula una de sus novelas. Leyendo este y sus otros libros uno entiende -más o menos- esa distancia, que solo se disipa en lo que escribe, porque en ellos se logra mostrar cercano y logra acercar en el tiempo bocados de nuestras historia que nos devuelve su memoria, acaso tirana y desmoronada.

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LA OBRA DE HORACIO CASTELLANOS MOYA

Novelas

La diáspora (1988)

Baile con serpientes (1996)

El Asco. Thomas Bernhard en San Salvador (1997)

La diabla en el espejo (2000), finalista del premio Rómulo Gallegos 2001

El arma en el hombre (2001)

Donde no estén ustedes (2003)

Insensatez (2004)

Desmoronamiento (2006)

Tirana memoria (2008)

 

Libros de cuentos

¿Qué signo es usted, niña Berta? (1988)

Perfil de prófugo (1989)

El gran masturbador (1993)

Con la congoja de la pasada tormenta (1995)

El pozo en el pecho (1997)

Indolencia (2004)

Con la congoja de la pasada tormenta. Casi todos los cuentos' (2009)

 

Otros

Poemas (1978)

La margarita emocionante (1979), antología poética en la que Castellanos se incluye a sí mismo y a otros cinco poetas salvadoreños.

Recuento de incertidumbres: cultura y transición en El Salvador (1993, ensayo)

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