Opinión /

Golpismo o democracia


Domingo, 6 de febrero de 2011
Ricardo Ribera

Cuando nos encaminamos a cumplir dos años de tener a un gobierno de izquierda o, para decirlo con mayor precisión, a un gobierno que no es de derecha, aparecen estudios de opinión que “descubren” que la gente no confía en la democracia y que aceptaría de buen grado a un gobierno de golpistas que impusiera solucionesautoritarias a los problemas. ¡Qué casualidad! Los problemas ya estaban en los veinte años anteriores pero, inexplicablemente, la población no manifestaba tal opinión. O más bien, nadie se la preguntaba. Por lo menos no como se le pregunta ahora.

Esto es justamente lo que hay que examinar: cómo están hechas las preguntas de la encuesta y cómo se presentan por la casa encuestadora las opciones que se le ofrecen a los encuestados para contestar. Hay que revisarlo y hay que hacerlo “con lupa”. Antes de aceptar como “hechos probados” sus resultados. Para verificar que no hay “gato encerrado”.

Muy pronto llegamos a la conclusión de que la encuesta tiene sesgo. Es decir, está confeccionada de modo tal que predispone a los encuestados a contestar en determinada dirección. No genera “hallazgos”. Produce más bien la constatación de aquello que los encuestadores deseaban o esperaban hallar. Y con ello también la noticia, generada en buena medida por el estudio de opinión. Habría que discutir si ha de ser ése el papel de los medios de comunicación: no sólo informar y analizar los hechos, sino incluso su “fabricación”.

La primera de las preguntas tiene una formulación hipotética (que sigan sin resolverse los problemas económico y de seguridad) y reduce las opciones posibles a un golpe de estado, pero en términos suavizados y aceptables (que los militares tomaran el poder, apoyaría a los militares). La segunda plantea las posibles alternativas de gobierno dispersando las respuestas en una serie de opciones, donde ninguna es claramente la de un gobierno democrático, sino sólo en forma indirecta y negativa (como el de los políticos actuales). Hay otra opción sesgada negativamente (no cree que los políticos le resuelvan los problemas). En cambio la opción golpista aparentemente presenta variedad de opciones, no sólo gobierno militar, sino también “gobierno civil autoritario”, “civil de académicos” y “con visión empresarial”.

El sesgo se refuerza aún más en la cuarta de las gráficas, cuando se pregunta lo que le desencanta o no le gusta de los políticos, pero no se plantea la pregunta contraria (qué le gusta o sí funciona) ni formula una interrogante similar sobre lo que al encuestado pudiera molestarle de los militares, o de los académicos, o de los tecnócratas “con visión empresarial”. En el ítem anterior no se ha planteado la opción entre gobierno democrático o autoritario, así de manera simple y directa, sino que se introduce como posible respuesta (obteniendo 72.3% de las preferencias) una fórmula con dos partes: “no importa el tipo de gobierno” y, enlazada con “sino que”, la segunda afirmación “que ayude a resolver los problemas de la gente”. Obviamente esta segunda parte va a arrastrar a la mayoría, pero no necesariamente por falta de fe en la democracia sino por cómo se ha planteado.

Hay una insistencia excesiva en la formulación “resolver sus problemas” o “resolver los problemas de la gente” que sería discutible, si consiste en eso la democracia o incluso si es función del Estado o de la política. Lo que me parece más criticable es que en la pregunta final (las razones por las que fue a votar) no aparezca como una opción “para resolver mis problemas” sino que se rompe con la lógica que se traía en los ítems anteriores. De hecho, si analizamos bien, las últimas 5 preguntas no dan la imagen de un pueblo desencantado de la democracia, sino todo lo contrario. El 72.2% se queja de ser poco o nada tomado en cuenta después de las elecciones. Tres cuartas partes quisiera “ser consultado” (“decidir” hizo falta poner) en otras decisiones importantes, aparte de las elecciones. El 60% considera que las elecciones son algo o muy útiles para “resolver sus problemas”, porcentaje que coincide con el de quienes fueron a votar en las últimas elecciones presidenciales.

La alarma por el poco apego a la democracia que tendría la población salvadoreña según los datos de los primeros cuatro ítems de la encuesta tiene sentido, pero todo el asunto aparece sobredimensionado por estos fallos que tiene el diseño de la misma, la cual es la única fuente de la información. Si el estudio se hubiera enfocado en las expectativas sobre la acción del Estado y las deficiencias de su accionar, estaríamos más cerca de la realidad y más próximos a medidas concretas para acercar soluciones. Tal vez su impacto mediático sería menor. Los titulares serían menos llamativos. Pero no es con amarillismo, ni con ataques indiscriminados a “los políticos”, a “los partidos”, al “sistema o régimen político”, como se contribuye a entender mejor los problemas y sus vías de solución. Tampoco sirve tratar de resucitar cadáveres históricos (como son en nuestro país el golpismo y los gobiernos militares), ni al futuro ni a entender el presente. Un presente donde, ni siquiera en el seno de la Fuerza Armada – ahí menos que en ninguna otra parte – se  está pensando en golpes de estado o en retornar a un pasado que la nación superó con los acuerdos de paz. A ese pasado, del que provienen nuestros actuales problemas, se le cerró la puerta hace ya casi dos décadas. Y que nadie quiera buscar las llaves, ésas las botamos al fondo del mar y ahí quedarán por siempre.

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autoritarias a los problemas. ¡Qué casualidad! Los problemas ya estaban en los veinte años anteriores pero, inexplicablemente, la población no manifestaba tal opinión. O más bien, nadie se la preguntaba. Por lo menos no como se le pregunta ahora.

Esto es justamente lo que hay que examinar: cómo están hechas las preguntas de la encuesta y cómo se presentan por la casa encuestadora las opciones que se le ofrecen a los encuestados para contestar. Hay que revisarlo y hay que hacerlo “con lupa”. Antes de aceptar como “hechos probados” sus resultados. Para verificar que no hay “gato encerrado”.

Muy pronto llegamos a la conclusión de que la encuesta tiene sesgo. Es decir, está confeccionada de modo tal que predispone a los encuestados a contestar en determinada dirección. No genera “hallazgos”. Produce más bien la constatación de aquello que los encuestadores deseaban o esperaban hallar. Y con ello también la noticia, generada en buena medida por el estudio de opinión. Habría que discutir si ha de ser ése el papel de los medios de comunicación: no sólo informar y analizar los hechos, sino incluso su “fabricación”.

La primera de las preguntas tiene una formulación hipotética (que sigan sin resolverse los problemas económico y de seguridad) y reduce las opciones posibles a un golpe de estado, pero en términos suavizados y aceptables (que los militares tomaran el poder, apoyaría a los militares). La segunda plantea las posibles alternativas de gobierno dispersando las respuestas en una serie de opciones, donde ninguna es claramente la de un gobierno democrático, sino sólo en forma indirecta y negativa (como el de los políticos actuales). Hay otra opción sesgada negativamente (no cree que los políticos le resuelvan los problemas). En cambio la opción golpista aparentemente presenta variedad de opciones, no sólo gobierno militar, sino también “gobierno civil autoritario”, “civil de académicos” y “con visión empresarial”.

El sesgo se refuerza aún más en la cuarta de las gráficas, cuando se pregunta lo que le desencanta o no le gusta de los políticos, pero no se plantea la pregunta contraria (qué le gusta o sí funciona) ni formula una interrogante similar sobre lo que al encuestado pudiera molestarle de los militares, o de los académicos, o de los tecnócratas “con visión empresarial”. En el ítem anterior no se ha planteado la opción entre gobierno democrático o autoritario, así de manera simple y directa, sino que se introduce como posible respuesta (obteniendo 72.3% de las preferencias) una fórmula con dos partes: “no importa el tipo de gobierno” y, enlazada con “sino que”, la segunda afirmación “que ayude a resolver los problemas de la gente”. Obviamente esta segunda parte va a arrastrar a la mayoría, pero no necesariamente por falta de fe en la democracia sino por cómo se ha planteado.

Hay una insistencia excesiva en la formulación “resolver sus problemas” o “resolver los problemas de la gente” que sería discutible, si consiste en eso la democracia o incluso si es función del Estado o de la política. Lo que me parece más criticable es que en la pregunta final (las razones por las que fue a votar) no aparezca como una opción “para resolver mis problemas” sino que se rompe con la lógica que se traía en los ítems anteriores. De hecho, si analizamos bien, las últimas 5 preguntas no dan la imagen de un pueblo desencantado de la democracia, sino todo lo contrario. El 72.2% se queja de ser poco o nada tomado en cuenta después de las elecciones. Tres cuartas partes quisiera “ser consultado” (“decidir” hizo falta poner) en otras decisiones importantes, aparte de las elecciones. El 60% considera que las elecciones son algo o muy útiles para “resolver sus problemas”, porcentaje que coincide con el de quienes fueron a votar en las últimas elecciones presidenciales.

La alarma por el poco apego a la democracia que tendría la población salvadoreña según los datos de los primeros cuatro ítems de la encuesta tiene sentido, pero todo el asunto aparece sobredimensionado por estos fallos que tiene el diseño de la misma, la cual es la única fuente de la información. Si el estudio se hubiera enfocado en las expectativas sobre la acción del Estado y las deficiencias de su accionar, estaríamos más cerca de la realidad y más próximos a medidas concretas para acercar soluciones. Tal vez su impacto mediático sería menor. Los titulares serían menos llamativos. Pero no es con amarillismo, ni con ataques indiscriminados a “los políticos”, a “los partidos”, al “sistema o régimen político”, como se contribuye a entender mejor los problemas y sus vías de solución. Tampoco sirve tratar de resucitar cadáveres históricos (como son en nuestro país el golpismo y los gobiernos militares), ni al futuro ni a entender el presente. Un presente donde, ni siquiera en el seno de la Fuerza Armada – ahí menos que en ninguna otra parte – se  está pensando en golpes de estado o en retornar a un pasado que la nación superó con los acuerdos de paz. A ese pasado, del que provienen nuestros actuales problemas, se le cerró la puerta hace ya casi dos décadas. Y que nadie quiera buscar las llaves, ésas las botamos al fondo del mar y ahí quedarán por siempre.

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