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Diario de campo 17

De enero a agosto del año pasado, el joven antropólogo salvadoreño Juan Martínez convivió en el día a día de una colonia dominada por la Mara Salvatrucha en el Área Metropolitana de San Salvador. Durante su insistente investigación de campo escribió, en código de realismo etnográfico, este diario de campo que La Sala Negra presenta a manera de miniserie escrita, de pequeños retratos que forman un panorama. Cada lunes y jueves, con extensión variable, los lectores encontrarán los diarios que se escribieron allá en La última comunidad de la colina.

Miércoles, 16 de marzo de 2011
Juan Martínez

La Bravos Locos Salvatrucha estrena esta semana un nuevo líder. Es alguien que ha prometido llevar el nombre de la clica a primera plana y levantarla por encima de las demás. Se rumora que las reglas cambiarán no solo para los pandilleros, sino para todos acá arriba. Ha comenzado el reinado de Little Man.

El Informante me cuenta que si antes era difícil abandonar la clica, hoy será imposible. Se terminaron las concesiones, y cada pandillero y aspirante tendrán nuevas obligaciones. La puesta en marcha del tanque de combate de los Bravos necesita de todos los brazos posibles.

El atentado en El Millón parece haber sido una especie de coronación para este pandillero. Fue una forma de informar a las clicas del Barrio 18 que las cosas van a cambiar. Que la colina aún es propiedad de la Mara Salvatrucha.

El Informante me cuenta que luego de la muerte de Trompo, el motorista de la buseta,  hubo movimientos y tensiones dentro de la clica. Me dice que El Dark, el pandillero que me presentaron el primer día junto a El Camino, había estado timoneando la clica luego del retiro de este último. Sin embargo, las quejas se fueron acumulando, la debilidad de este pandillero empezó a brincar de boca en boca y las repetidas incursiones del Barrio 18 a la colina no ayudaron en nada a El Dark. Fue entonces cuando El Viento, el jefe máximo de esta clica, decidió hacer su movimiento, y otorgarle a Little Man la conducción.

-¿Nunca te había hablado de El Viento?

Me pregunta El Informante como si fuera una obviedad.

-¡Haay, Dios, entonces no sabes nada!

Me cuenta que El Viento no es solo el líder de esta clica, sino de varias más. Él guarda prisión en uno de los penales destinados a la MS, y desde ahí comanda a su ejército de pandilleros. Destituye y corona a los palabreros de sus clicas y en general establece el rumbo que estas deben tomar.

Él fue uno de los jovencitos que deliraron de admiración por El Camino cuando, años atrás, este aun se paseaba pistola en mano por la comunidad, guerreando contra los enemigos del Barrio 18. De hecho, fue él mismo quien inició a El Viento.  Pero la historia de la clica comienza algunos años atrás.

A finales de la década de los noventa vino deportado desde los Ángeles un pandillero conocido como Ozi. Fue él quien fundó la clica de los Bravos Locos Salvatrucha y otras más. En la leyenda interna de centros penales, se cuenta que Ozi fue asesinado en 1996 en el penal de Mariona a manos de una banda carcelaria muy poderosa compuesta por civiles y llamada La Raza. Se dice que ese fue uno de los hechos que hasta hoy pone un muro de distancia entre los de la mara y los presos comunes. En algunos penales, civiles y miembros del Barrio 18 logran alianzas. Se dice que trás la muerte de Ozi, el mando de la clica de los  Bravos recayó en El Calavera. Este pandillero regentó la clica por varios años hasta posicionarla como una de las más grandes de San Salvador, a la par de estructuras enormes como los Fulton Locos Salvatrucha, los Normandie Locos Salvatrucha y los Porteños Locos Salvatrucha.  El Informante no sabe explicarme a ciencia cierta por qué El Calavera tuvo que irse del país. El caso es que la clica quedó acéfala. Sin embargo, pasados algunos meses,  recibieron una carta de su puño y letra en donde dejaba la estructura en manos de El Camino.

Este la  hizo crecer y logró tomar el control de esta colina. Lo hizo a fuerza de balazos y a fuerza de pelear sin tregua con los que habitaban la colina. Aquí aún vivía una antigua pandilla ochentera: la Mara Gallo. Esta pandilla era de las que aun resistía el embate de las colosales estructuras de la MS y Barrio 18.

Pero no solo hubo que exterminarlos a ellos. También estaban los traficantes de la zona. Un grupo de hombres que desde hacía años controlaban el mercado de la droga en la colina, y en buena parte del municipio. Estos últimos fueron aún más huraños que la Mara Gallo. Guerrearon mucho con la clica de los Bravos y mandaron al cementerio a varios de ellos. Al final, a través de un infiltrado, los Bravos se enteraron de un plan: los traficantes llamarían a El Camino y a otros líderes para pactar una tregua, y ahí les atacarían a traición. Los líderes de la MS decidieron acudir a la trampa de los narcos y batirse con ellos a balazos. Un plan simple, pero efectivo. Ahí murieron varios pandilleros de la clica, pero también todos los traficantes. Desde ese día, la colina es MS de principio a fin.

Cuando a principios de la década pasada El Camino fue apresado, la clica pasó a manos de El Dark, quien no ha mostrado las habilidades suficientes. Si bien El Camino volvió, su papel es más el de un viejo sabio que el de un activo líder. Así, como consecuencia de la nueva etapa de El Camino y de la tibieza de El Dark, la clica cae en manos de quien para muchos es el sicario más violento que se ha visto entre los pandilleros de la colina: Little Man.

Desde los años de Ozi hasta el imperio de Little Man han cambiado muchas cosas en el país, en el municipio y en la colina misma. Sin embargo, la lógica sigue siendo la misma. Un puñado de jóvenes jugando a la guerra. Jugando a matarse.

En la última comunidad de la colina una buseta se prepara a bajar. Está llena de pasajeros, pero sigue esperando. Esperan a Bernardo y a El Maníaco, que suben de un brinco. Van con camisas formales hasta las muñecas y zapatos negros de lustrar. Sin aretes ni tatuajes visibles. Uno se sienta atrás y el otro a la par del conductor.

Debido a las quejas que hicieron los motoristas de esta ruta por el acoso del Barrio 18, Little Man destina algunos pandilleros en cada viaje. Cada buseta que baja va cargada con al menos un miembro de la MS, a modo de protección. Un último pasajero alcanza a treparse, y la unidad sale disparada colina abajo al ritmo  iracundo de Cypress Hill, que retumba desde sus entrañas.

En el centro juvenil me abre la puerta Isaías, el hijo mayor de El Camino. Adentro, su padre y otro pandillero hablan de algo importante mientras preparan la masa para el pan. Mi presencia los hace cambiar de código verbal. No comprendo lo que dicen. Es como un dialecto formado por palabras volteadas al revés y con un montón de números intercalados, sustituyendo palabras.

Dos jovencitos de unos 14 años entran a la casa y se sientan sin decir nada. El Camino los aparta en un rincón. Los jovencitos están nerviosos, sudan. Se miran entre ellos como pidiéndose ánimos. El Camino les habla de cerca, hace gestos y les palmea la espalda y la cabeza. Se los ha enviado Little Man, quizá para que les dé las últimas instrucciones de su misión, quizá para que les dé algún consejo o quizá para echarles alguna especie de bendición.

Los deja solos en el patio y regresa a la casa, al pan. Está como acongojado. El pandillero que lo acompaña lo mira y sonríe. Los dos muchachos se han quedado en silencio. Miran al suelo y respiran rápido. Se miran, hacen un gesto con la cabeza y se levantan. Uno de ellos tiembla.

Antes de que salgan, El Camino les grita la última consigna sin retirar la vista de la masa, lo hace en ese idioma pandillero que voltea las palabras al revés.

- Chatru, homitos. ¡Chatru!

Hugo ha regresado a la comunidad y se refugia en casa de Little Man. Ni los candados ni los muros del internado donde lo levó su mamá pudieron con la inteligencia del muchacho. Aprendió la lógica del encierro, esperó a conocer los horarios en los que las puertas se abrían, cuando los guardianes se echaban a dormir, y aprovechó uno de esos resquicios para huir. Según cuenta, en ese lugar los maestros le pegaban si no obedecía. Nadie aguantaba sus mañas ni sus insultos. En ese lugar no era nadie. Él trató de asustarlos invocando a sus amigos, les dijo que era uña y mugre con el ancestral El Camino, que su hermana era mujer del temido Little Man, y que, si no dejaban de molestarlo, la furia de la Bravos Locos Salvatrucha caería sobre ellos. Nada, los castigos no cesaron. Ahora, Hugo está en el seno de la clica, a cargo del nuevo palabrero.

Más pandilleros entran a la casa. No los conozco, son de clicas vecinas. Buscan a El Camino y hablan con él en ese lenguaje encriptado. Uno de ellos se me acerca y saluda con su mano en forma de garra.

-¿Qué pedo, perro, cómo va a estar la cosa, homi?

Me dice

Le estrecho la mano envolviendo con mis dedos la garra, y la indignación le revienta en los ojos al descubrir que no soy pandillero. Acerca su cara a la mía, furioso, y mira a El Camino pidiendo una explicación. Es hora de irme.

Me despido de El Camino y este se disculpa haciendo un gesto con los ojos. Es de noche y hace frio en la colina.

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