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Diario de campo 18

De enero a agosto del año pasado, el joven antropólogo salvadoreño Juan Martínez convivió en el día a día de una colonia dominada por la Mara Salvatrucha en el Área Metropolitana de San Salvador. Durante su insistente investigación de campo escribió, en código de realismo etnográfico, este diario de campo que La Sala Negra presenta a manera de miniserie escrita, de pequeños retratos que forman un panorama. Cada lunes y jueves, con extensión variable, los lectores encontrarán los diarios que se escribieron allá en La última comunidad de la colina.

Domingo, 20 de marzo de 2011
Juan Martínez

Es de noche y la calma reina en la cima de la colina. Hace unos cinco minutos que deje atrás un tímido reten que los policías ponen al inicio de la calle de ascenso. No son más que unos cuantos policías asustados que miran los carros subir y bajar. Tienen los dedos en sus gatillos, y levantan a cada rato los conos anaranjados que algunos carros tiran cuando pasan.

Una sombra escurridiza pasa a mi lado para esconderse en un pasaje. La calle ha sido asfaltada y ahora la moto no da brincos caprichosos a cada metro. Sin embargo, la noche convierte el trayecto en un viaje interminable.

En una esquina hay una  pequeña lucecilla.  Es una señora que se arropa bajo el brillo de una diminuta  bombilla. Tira pupusas sobre una plancha caliente y alrededor  se concentra un montoncito de personas que giran la mirada como radares. Las motos no son bien vistas a esta hora y casi nada que suba desde las comunidades de abajo causa simpatía por este lugar.

Más adelante, la moto  se levanta violentamente para luego caer en el suelo. El estruendo tiene eco en los cerros. Todo por culpa de un enorme túmulo negro que está camuflado con el nuevo pavimento. Hace algunos meses escuche a El Camino informándole a Alicia, la mujer con lengua de serpiente, que la pandilla había decidido hacer unos túmulos para dificultar la subida de las patrullas hacia la comunidad. En esa ocasión, Alicia solo asentía y le preguntaba cuestiones operativas.

-¿Y eso se va a hacer con el pisto de la directiva o ustedes nos van a colaborar?

Alguna vez pensé que eran exageraciones de El Camino, para hacerse el importante, pero cuando mi moto se estrella nuevamente contra el pavimento me doy cuenta que no fue así. Estos túmulos son una manifestación de la Mara Salvatrucha en esta colina.

Cuando hablé con los Bravos sobre subir acá por la noche  me dijeron que no había problema y todo pareció normal. Sin embargo, ahora todo parece distinto. La noche lo cambia todo.

Las ramas de los árboles crean la sensación de transitar entre un túnel, y los nuevos túmulos hacen casi imposible la subida. Cada cierta distancia se pueden ver jovencitos, celular en mano, vigilando la colina. Son los nuevos reclutas de Little Man.  Algunos me reconocen y levantan la garra de la pandilla como saludo. Son sus primeras misiones, y las cumplen con convicción militar. La colina está realmente custodiada. Al Barrio 18 le resultaría casi imposible subir a matar aquí. Entre los túmulos y los vigías, la colina parece inexpugnable, una verdadera trampa para los intrusos. El régimen de Little Man comienza a sentirse.

Las puertas de las casas están cerradas y solo de vez en cuando se escucha algún televisor encendido o alguna voz fugitiva que se escapa del interior de las casas. Por lo demás, la colina permanece en silencio. Incluso los policías han acatado esta especie de toque de queda. El puesto policial está cerrado con candado y no parece haber nadie adentro.

Cada cierto tiempo, el farol de mi moto descubre  un grupito de mujeres que caminan juntas. Llevan las cabezas tapadas con el velo de las evangélicas. Apenas tengo tiempo de verlas antes de que se sumerjan entre las sombras.  Los cultos han terminado en todas las iglesias de por acá, y ya no hay más gritos de pastores ni se escuchan alabanzas en los parlantes.

Llegando a la última comunidad, el verdadero bastión de la pandilla, se ve más vida. Más lucecitas y las últimas  pupusas cayendo sobre planchas calientes. Pero hay algo distinto, no solo es la oscuridad la que divide a la noche del día en este lugar.  Los pandilleros, que durante las horas de sol se esconden y escabullen de la policía, ahora caminan tranquilos y orgullosos con sus mejores galas. El olor a marihuana inunda los callejones. Cada uno es una pequeña chimenea ambulante. La noche es su fortaleza. Es el momento en que el poder de la Mara crece más. La oscuridad da a los Bravos Locos Salvatrucha una seguridad que expresan a través de miradas desafiantes y poses de cuatreros del viejo oeste.

Me estaciono frente al centro juvenil. Un montón de jóvenes custodian el lugar. Son pandilleros de otras clicas. Nunca los había visto antes y creo que tampoco ellos a mí. Están desconcertados. Little Man está con ellos, ha salido de la casa a hablar por celular. Lo saludo y me ignora, pelea a gritos con alguien en el otro extremo de la línea. Los pandilleros lo miran como preguntándole sobre mí, pero el joven monarca continúa impávido su camino cerro arriba. Los pandilleros no se me acercan, solo se miran entre sí como gatos asustados y ariscos.

Se mueven cada vez más cerca, hablan entre ellos y marcan desde sus celulares sin quitarme la vista. Puedo oler sus perfumes y escuchar, aunque no entiendo nada, sus conversaciones. Me doy cuenta de que hay más de veinte pandilleros moviéndose alrededor del centro juvenil. Alguno me señala alzando la barbilla, no sé si a manera de saludo o de reto, el caso es que en mi pecho comienzan a sonar un millón de tambores.

Las miradas se vuelven cada vez más pesadas. Se siente como si  aplastaran. Justo cuando la juria comienza a impacientarse, escucho una voz familiar que me llama.

-Hey, Juan, qué ondas, véngase para adentro, qué va a estar haciendo con estos ahí.

Me grita El Camino, y todo regresa a la normalidad. Los tambores se calman poco a poco.

Se le mira nervioso, viene con una jovencita del brazo. Ella no tendrá más de 16 años, y se aferra al brazo del pandillero. Con la mirada, El Camino hace recular a los demás y vuelvo a ver en su rostro su mirada de guerra. Los mira  uno por uno, desafiante. Ellos le sostienen la mirada por unos segundos y luego vuelven a hundirla en sus teléfonos. Ahora sí, todo en orden. El Camino me invita a pasar.

-Ya va a llover, mejor meta la moto a la casa para que no se le moje.

 Me dice, y, con un gesto de mayordomo, me invita a pasar.

Adentro entiendo el porqué de tan grande contingente de seguridad. Ahí  están los palabreros de otras clicas. Está también el tipo de aspecto ranchero que negoció su mercadería con los Bravos Locos Salvatrucha unos meses atrás. No discuten nada importante, simplemente están ahí. La colina es una fortaleza espléndida y, en vista de lo crudo de la guerra, es mejor para ellos estar en un sitio seguro.  Saben que luego de la matanza en El Millón, el Barrio 18 prepara su venganza. Precisamente de eso se tratan estas guerras.

El Danger, de una clica vecina, me obsequia un cigarro y me abre espacio en el círculo, para sumarme a su juego de póker. El Camino abre el plato de comida china que  he traído para cenar y el olor atrae a algunos. En el cuarto está también El Dark, el ex monarca de la clica destronado por Little Man. Está más tatuado que la primera vez que lo vi, y es obvio, por cómo lo tratan los demás, que ha perdido su poder.

 Mientras jugamos, el techo comienza a crujir, primero como una caricia suave, luego como una andanada de flechas enfurecidas que cae en la lámina. Ha empezado la tormenta. Le pregunto a uno de ellos por los custodios de afuera, y me responde con un gesto violento.

-¡Ah, que le hagan huevos!

La noche trascurre tranquila. La lluvia termina siendo un sonido atronador, pero relajante. Hablamos de la guerra solamente lo necesario. Los Bravos y los pandilleros de otras clicas están tranquilos. Me dicen que el Barrio 18 no se animará a entrar en la colina, y que por el momento ellos no piensan bajar.  Saben que una invasión de sus enemigos sería un suicidio. Saben también que el atentado en El Millón les da la delantera, y que la respuesta está en el terreno de la otra pandilla. Confirmando las palabras del Informante, me cuentan que son varias clicas del Barrio 18 las que se han aliado para bajar a la Bravos Locos Salvatrucha de la colina. Sin embargo, ellos también se han unido. Varias clicas vecinas han armado una red logística y, según cuentan, le han asestado varios golpes letales a sus enemigos en algunas comunidades del municipio.

Es de madrugada y la comida china descansa en las panzas de los pandilleros. El Dark ha amasado una pequeña fortuna con nuestras monedas y se burla de nosotros revolcándose en ellas. Los cigarros se reparten y el cuarto se llena de humo.

La clica está tranquila y confiada, se saben los amos de este lugar y no piensan asomar la cabeza fuera de este cerro.  

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