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Diario de campo 19

De enero a agosto del año pasado, el joven antropólogo salvadoreño Juan Martínez convivió en el día a día de una colonia dominada por la Mara Salvatrucha en el Área Metropolitana de San Salvador. Durante su insistente investigación de campo escribió, en código de realismo etnográfico, este diario de campo que La Sala Negra presenta a manera de miniserie escrita, de pequeños retratos que forman un panorama. Cada lunes y jueves, con extensión variable, los lectores encontrarán los diarios que se escribieron allá en La última comunidad de la colina.

Miércoles, 23 de marzo de 2011
Juan Martínez

La violencia gobernó la colina en forma de llamas. Los carros de la guerra entre pandillas chocaron y dejaron un reguero de cadáveres. Se llevaron consigo, en forma de cuerpos carbonizados, a los que pudieron alcanzar. Fue una noche rabiosa.

El Barrio 18 ha hecho su movimiento. Fueron brutales para arreciar. Por la noche secuestraron una buseta de las protegidas por los Bravos Locos Salvatrucha, con toda su gente adentro. Todos eran habitantes de la colina. Los llevaron hasta uno de sus barrios, casi en el mismo lugar donde meses atrás asesinaron a Trompo. Ahí  los rociaron con gasolina y los quemaron vivos.  Ellos se quedaron alrededor de la buseta esperando que la gente muriera. A los que lograban salir por las ventanas les pegaban un tiro. Murieron calcinadas 11 personas y otras 13 agonizan en los hospitales.

Mientras este grupo mataba, otros pandilleros del Barrio 18 atacaban una segunda buseta que subía por la colina. Engañaron al motorista haciéndole señal de parada y, cuando este bajó la velocidad, los acribillaron a mansalva. Por mucho que dispararon, no lograron detener la buseta, y esta se fue, con su cargamento de muertos y heridos, hacia el hospital.  Ahí murió una niña. El tiro le cayó en medio de los ojos, y murió al instante. La bala salió por la parte trasera de su cabeza. A los que no les fue del todo mal, esperan en las camillas del hospital, algunos entre estertores, con quemaduras en más del 50% de sus cuerpos.

Hoy por la madrugada, una mujer entró en coma al hospital. Es joven, tiene alrededor de 32 años. Tiene el brazo hecho añicos y todo  su cuerpo calcinado. Tiene los pulmones destrozados por el humo que respiró. Un tubo le atraviesa la garganta, y sus familiares ya la han dado por muerta varias veces. Sin embargo, la mujer se aferra a lo que le queda de vida, a lo que las llamas no se llevaron. Los médicos estuvieron a punto de amputarle los jirones de brazo que le quedaron. Por el momento, han detenido toda acción. La actitud es la de quien resignación. Es como que nada valiera la pena, solo esperar a que a la mujer se le vaya lo poco de vida que le quedó después del fuego.

Antes de ser esa moribunda masa carbonizada, antes de convertirse en numerito y pasar a vivir en las estadísticas nacionales de violencia, esta mujer tuvo un nombre. Se llamaba Patricia, vivió en una comunidad de  la colina, y trajo al mundo a dos hijas, una tiene  12 y la otra nueve años. Tuvo un hogar y una vida. El domingo ella y sus dos niñas se subieron a una buseta, de esas que terminan su ruta en la cima de la colina. Había viajado tantas veces con sus niñas en esas busetas que el acto uno de esos imperceptibles, por cotidianos. No habían pasado ni 20 minutos de viaje cuando aparecieron los Barrio 18 con sus tiros y sus bidones de gasolina.

Los sucesos se van esclareciendo cada vez más. Los hechos delatan a los autores y estos, como en una obra de teatro, van saliendo a escena uno por uno. Hablé ayer por teléfono con Alicia. Tiene la voz ronca y moquea a cada segundo. Me contó que el ambiente es horrible en la comunidad,  todos tienen miedo. Me dijo, entre suspiros, de que una de las niñas asesinadas, la del tiro en la cabeza, era su sobrina. De los demás aún no se sabe quiénes eran, están tan quemados que ni siquiera se distinguen los hombres de las mujeres. Se confundían con los pedazos carbonizados de los asientos y la tapicería de la buseta. Los bomberos tuvieron que separar los carbones vivos de los muertos. A los vivos se los llevaron al hospital de la colonia El Millón; a los muertos los metieron en bolsas negras.  

Hablo con El Camino. Me dice que todos los Bravos están bien, pero que han muerto civiles, así les llama, y me dice que luego me explicara mejor, que por ahora solo me puede decir que el ambiente está caliente.

Cuando Patricia sintió las primeras llamaradas comiéndole el cuerpo, comiéndole las hijas, comenzó a golpear el cristal con el codo, lo golpeó una y otra vez, con insistencia de madre, con la insistencia de quien ve a sus hijas quemarse frente a sus ojos. Lo golpeo hasta romperse el codo… Lo siguió golpeando. Cuando comenzó a rajar el vidrio ya el brazo estaba hecho añicos. Cuando por fin la mujer rompió por completo el cristal a fuerza de sacudirlo una y otra vez con un saco de huesos rotos, ya su cuerpo se confundía con las llamas. Afuera, sus verdugos esperaban a los que escapaban, pistola en mano.

Hoy se corrió el rumor en todo el municipio de que  la clica de los Bravos Locos Salvatrucha de la colina ha decretado toque de queda.

-¡Que nadie salga de sus casas luego de las 7 de la noche! ¡Aquí va correr sangre!

Vocearon.

Un helicóptero de la Policía hace círculos en el aire, y los radio patrulla circulan por todo el centro del municipio. En la radio, un alto mando de la Policía no deja de repetir que no es más que un rumor y que nadie debe temer.

Cuando un bus fue quemado con más de 20 personas adentro es difícil creerle. Las calles del municipio están vacías, todo cerrado, todo escondido. La Policía ha atrapado a ocho pandilleros del  Barrio 18 en algunas comunidades del centro del municipio. Son todos hombres jóvenes, aparecen esposados y cabizbajos en las primeras planas de todos los periódicos del país y en muchos noticieros del mundo. Son todos morenos, bajitos, tatuados, se parecen tanto a los Bravos, se parecen tanto.

A pesar de la confusión que esto ha generado, tanto la Policía como la gente del municipio, tienen claro que el hecho fue perpetrado por la Barrio 18. Y tienen clara otra cosa: falta la respuesta de la Mara Salvatrucha.

La guerra de pandillas es una especie de juego a muerte.  Macabro y siniestro, pero un juego al final. Un grupo hace un pacto con otro grupo. El pacto consiste en matarse mutuamente. Una vez tú, una vez yo. De este juego depende su vida.  Luego de cada golpe necesitan el revés de sus enemigos y, como en el ajedrez, cada pieza movida implica una jugada en respuesta. Si no, todo pierde sentido.

Little Man fue demasiado lejos con la masacre en El Millón. No solo asesinó a Carlos, sino que hirió a varios de sus familiares y a otros pandilleros. Hundió en el terror y la indignación a toda la colonia dominada por el Barrio 18.

Así estrenó el poder este iracundo monarca. Casi dos meses después, el Barrio 18 le cobra a Little Man su osadía, y lo invitan a comenzar una escalada de violencia, a subir un peldaño más en la barbarie de los actos. Por ahora, solo queda esperar la respuesta de los Bravos y de su buque de combate, timoneado por Little Man y tripulado por decenas de jovencitos de la colina.

Antes de quedar casi completamente quemada, Patricia logró lanzar, a través del hueco que abrió quebrando sus huesos, a su hija más pequeña. La lanzó hacia la calle. Afuera, los verdugos disparaban.

Patricia no tenía muchas opciones y tuvo que ofrecer a su otra hija a la jauría. Llamas o balas. No sé si sus ojos ya se habían quemado, o si  las llamas ya le habían raptado la razón, no sé si Patricia pudo ver cuando una lluvia de esquirlas destrozó el rostro de su otra hija. La mujer quedó inconsciente, y así continúa. Posiblemente nunca llegue  a saber si su sacrificio tuvo frutos, si sus hijas sobrevivieron, si el resultado de tanto, tanto dolor parió vida.  

Las niñas están vivas. A la más pequeña, un proyectil le entró en la pierna y, al salir, solo pudo robarle un pedacito de vida, pudo apenas robarse unas cuantas astillas de hueso que la vida pronto volverá a fabricar. A la mayor,  las esquirlas  le entraron en la cara, dejando una constelación de hoyitos en la cara de la niña.  Esta vez el sacrificio no fue en vano. Patricia, aunque quizá nunca lo sepa, le gano la partida a la muerte.

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