Opinión /

Poder, memoria y olvido


Lunes, 7 de marzo de 2011
Alberto Valiente Thoresen

Los hechos recientes en el mundo árabe y nuestra memoria histórica, deben llevarnos a preguntarnos qué tanto el poderío militar, diplomático y de inteligencia estadounidenses han influenciado los acontecimientos. Esta es después de todo una región clave para los intereses de Estados Unidos, tanto por sus recursos naturales, como por su ubicación geográfica en relación a otras potencias nacientes. Al hacer este ejercicio, no hay que caer en la trampa de pensar que una política deliberada de los Estados Unidos por influenciar los hechos, implica que no hay líderes despóticos en el mundo árabe, o que la gente no tiene razones legítimas para sublevarse.

 

Memoria y olvido histórico

Los especialistas definen a la memoria histórica como el conjunto de actos deliberados que las sociedades realizan para recordar el pasado y establecer cómo este se relaciona al presente. El carácter social de la memoria histórica la hace de una actividad comunicativa, en el sentido que Jürgen Habermas hace uso de este término al hablar de la racionalidad comunicativa. El objetivo de tal racionalidad es lograr una comprensión intersubjetiva. Sin embargo, además de ser racionalidad comunicativa, la memoria histórica puede ser también irracionalidad comunicativa. Es decir, un diálogo cuyo objetivo no necesariamente tiene como objetivo la comprensión intersubjetiva.

 

La memoria histórica es más que la historia en sí. La historia puede definirse como la ciencia que desempeña un rol fundamental en los actos comunicativos de la memoria histórica. Pero puede haber producción de ciencia histórica, sin que el resto de la sociedad haga actos deliberados por recordar el pasado. En la práctica, esto significa que pueden haber publicados miles de libros y artículos de investigación sobre ciertos acontecimientos históricos concretos, pero puede ser que nadie los lea o se preocupe por ellos. Por eso es posible que estos libros y artículos no afecten los actos deliberados por recordar estos mismos acontecimientos históricos y cómo estos acontecimientos se relacionan al presente.

 

A pesar de este reconocimiento, a veces resulta sorprendente comprobar la escasa memoria histórica de nuestras sociedades. Esta falta de memoria histórica puede identificarse en relación a acontecimientos muy recientes.

 

En ocasiones, la carencia de diálogo sobre acontecimientos históricos y su relación al presente es tal, que es legítimo especular sobre las intenciones de ciertos actores sociales importantes, como los medios de comunicación. En estas situaciones parece que estos medios se preocupan más por llevar adelante lo contrario a la memoria histórica, es decir, el olvido histórico. Este olvido histórico se define como la carencia de diálogo consciente sobre acontecimientos históricos, y su relación al presente.

 

No es un secreto que en El Salvador el olvido histórico ha sido la posición oficial sobre el conflicto armado, desde su finalización en la década de los noventa. Se podrá estar de acuerdo o no con este olvido histórico institucional, pero en este contexto, este olvido histórico es al menos un tema que se ha debatido hasta cierto punto. En esas discusiones, los que apoyan la postura oficial de olvido histórico, han presentado argumentos relativamente válidos. El más fuerte de estos argumentos es que la memoria histórica sobre el conflicto armado en El Salvador corre el riesgo de degradarse del diálogo a la confrontación. De acuerdo a estas personas es muy temprano para reabrir heridas aún no sanadas de la guerra civil. Esto quiere decir que aun aceptando este argumento, con el tiempo, probablemente será posible reanudar el diálogo sobre la base de cicatrices, en vez de heridas no sanadas. Esto siempre y cuando sanen las heridas o no se vuelva muy tarde para tratarlas.

 

Lo que es más difícil de comprender es el olvido histórico injustificado sobre hechos con relación a otros acontecimientos importantes, como las recientes revueltas en el mundo árabe. Siguiendo la cobertura de los medios más importantes, pareciera ser que estas suceden en una dimensión desconocida, relacionada a otras coordenadas de espacio y tiempo, completamente desconectadas de los acontecimientos históricos recientes y las personas que participaron en ellos.

 

Las recientes revueltas del mundo árabe y la memoria histórica

Para empezar, estas revueltas son categorizadas muy seguido como revoluciones. Es quizá todavía muy temprano decir, pero todo apunta a que estas revueltas no llegarán a llenar las características de una revolución. Hasta el momento, las protestas no han logrado más que cambios formales y sustituciones de líderes, sin llevar a cabo cambios  significativos en las estructuras de poder militar y económico, que son la base de los Estados. Esto es cierto incluso en los casos originarios como Túnez, o en el ejemplo de movilización masiva de Egipto. Siguen siendo las élites quienes controlan el poder, con el respaldo de los militares y sus aliados en el extranjero. A pesar de esto, los medios profesan un optimismo generalizado, que es difícil encontrar en los reportajes sobre otros conflictos similares u otras experiencias del pasado.

 

Los medios, también parecen ignorar sustancialmente las posibilidades de injerencia extranjera en estos acontecimientos del mundo árabe. Es aquí donde parece subestimarse el rol jugado por los Estados Unidos en el área. Al mismo tiempo se sobreestiman las intenciones democráticas del presidente Obama y de su departamento de Estado. Esto a pesar de que la política exterior del presidente Obama ha estado caracterizada por hechos bastante contrarios a las aspiraciones democráticas y pacíficas de algunos de los que lo apoyan.

 

Por ejemplo, durante la administración de Obama se ha perpetuado la permanencia de soldados estadounidenses en Irak; se ha traslado la guerra estadounidense a Afganistán; se ha dado apoyo indirecto estadounidense a golpistas en Honduras; se han intentado abrir y se han abierto nuevas bases militares estadounidenses en América Latina; y se ha invertido en la modernización de armas nucleares estadounidenses. Obama aceptó también un mal merecido premio Nobel de la paz, mientras los Estados Unidos siguen teniendo un presupuesto de defensa que es más alto que el de todos los países del mundo combinados.

 

La memoria histórica nos debiera llevar irrevocablemente a discutir los acontecimientos recientes en relación a hechos históricos similares. Para el caso de El Salvador, un ejemplo reciente relevante sería el del golpe de Estado contra el General Carlos Humberto Romero en 1979. Este fue también el resultado de una serie de revueltas que llevaron a un cambio de liderazgo en el país y reformas. No obstante, este fue un cambio que no afectó estructuras fundamentales de poder, en donde las élites económicas y los militares siguieron controlando el poder, con el tutelaje del Departamento de Estado de los Estados Unidos y sus organismos de inteligencia. Muchos analistas han incluso coincidido en catalogar a este golpe como parte de una estrategia de contrainsurgencia en América Central, cuyo propósito fue imponer una fachada democrática para evitar revoluciones, como la que se estaba dando en Nicaragua. De hecho, el término contrainsurgencia ha cobrado una importancia relevante en la política exterior de los Estados Unidos y se ha desarrollado ampliamente, especialmente en relación a los conflictos de Irak y Afganistán. Esto es evidente en el trabajo del General David Patreaus, quien por cierto sugiere que alrededor del 80 % del trabajo de contrainsurgencia debe ser político.

 

El poder inteligente

En este sentido también es importante mencionar otro hecho histórico reciente importante: el nombramiento de Hillary Clinton como secretaria de Estado.  Esto sucedió a pesar de que el presidente Obama hiciera de la oposición a la guerra en Irak uno de sus ejes centrales de campaña. Como fue bien difundido durante la campaña presidencial, la secretaria de Estado Clinton apoyó en el congreso la iniciativa de otorgar poderes presidenciales especiales a George W. Bush, para que decidiera sobre ir a la guerra en Irak.  Pero en la lógica política de Hillary Clinton, este hecho no era del todo negativo. Aunque no se decía directamente frente a las cámaras, los machistas de Washington usaban tácticas sucias de relaciones públicas en su contra durante la campaña presidencial. Por un lado, la acusaban de ser débil en política exterior, ya que era demócrata, y por el otro, la acusaban de ser indecisa, por ser mujer. La estrategia de relaciones públicas de Clinton ante tales críticas sin fundamento fue de apoyar explícitamente el concepto de “poder inteligente”, acuñado por uno de los especialistas más reconocidos en política exterior de la Universidad de Harvard, Joseph Nye. De acuerdo a este concepto, el poder de los Estados en las relaciones internacionales no se limita a lo militar (poder fuerte), ni a lo diplomático (poder suave), sino que combina estas herramientas con la información y actividades realizadas por la inteligencia de Estado. De esta manera, el poder inteligente puede dar sentido a la interdependencia compleja de los Estados en el ámbito internacional. Para Nye y otros especialistas del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales (CSIS - Por sus siglas en inglés) es imperante que los Estados Unidos le den sentido a este nuevo mundo complejo e interdependiente. En este proceso, el país más poderoso del mundo, debe hacer uso de su inteligencia, fuerza militar y diplomacia. El propósito es asegurar nuevamente el liderazgo de Estados Unidos y sus valores. De esta manera, Hillary Clinton logró salirse del espectro limitado de relaciones públicas de la campaña política presidencial anterior, en donde los políticos estaban limitadamente divididos entre los“fuertes” (como Dick Cheney) y “suaves” (como John Kerry).

 

Pero esto no se detuvo ahí. La influencia de este concepto fue más allá. De hecho, en 2007, una comisión bipartita (demócratas y republicanos) presentó “Por un Estados Unidos más Seguro e Inteligente: Reporte de la Comisión sobre Poder Inteligente del CSIS”. El proyecto fue financiado por 'The Starr Foundation' y fue liderado por Joseph Nye y Richard Armitage. Una de las conclusiones del reporte es que “hoy día, la victoria depende de atraer a las poblaciones internacionales a nuestro lado (de los Estados Unidos), ayudándoles a construir Estados capaces y democráticos. El poder suave es esencial para ganar la paz. Es más fácil atraer gente a la democracia que obligarlos a ser democráticos”.

 

Es fácil documentar como esta ha sido la línea oficial de la política exterior del presidente Obama, al menos en sus discursos. Por esto, algunos coinciden en augurar una nueva era de política exterior estadounidense liderada por los demócratas, quienes se han caracterizado tradicionalmente por una política exterior idealista e intervencionista. En ciertas ocasiones, estas intervenciones han hecho uso de servicios de inteligencia y de la diplomacia. En otras, han tomado la forma de guerras, justificadas por un fuerte componente ideológico. Basta con mencionar los nombres de Franklin Roosevelt, Harry Truman, Lyndon Johnson y Bill Clinton, para ilustrar este punto.

 

Debido a estas estrategias deliberadas de dominio mundial, los hechos recientes en el mundo árabe y nuestra memoria histórica, deben llevarnos a preguntarnos qué tanto el poderío militar, diplomático y de inteligencia estadounidenses han influenciado los acontecimientos. Esta es después de todo una región clave para los intereses de Estados Unidos, tanto por sus recursos naturales, como por su ubicación geográfica en relación a otras potencias nacientes. Al hacer este ejercicio, no hay que caer en la trampa de pensar que una política deliberada de los Estados Unidos por influenciar los hechos, implica que no hay líderes despóticos en el mundo árabe, o que la gente no tiene razones legítimas para sublevarse.

 

Tal fue el caso de El Salvador en 1979, cuando los oficiales jóvenes llevaron a cabo un golpe de Estado contra el General Romero. Una acción que fue oficialmente bienvenida por los Estados Unidos. Había tanto razones legítimas para la sublevación, como una política deliberada de contrainsurgencia de los Estados Unidos.

 

Cables de WikiLeaks

La pregunta sobre la influencia estadounidense en los hechos recientes del mundo árabe no puede responderse sin ir a los acontecimientos concretos. Hay al menos dos que deben ser mencionados:

 

1) En diciembre de 2010 salieron a la luz pública cables provenientes de la embajada de los Estados Unidos en Cairo. Uno de ellos confirmaba los contactos entre miembros del movimiento 6 de abril en Egipto y altas autoridades estadounidenses. De hecho, se menciona la presencia de un estudiante egipcio en Estados Unidos, quien anunciaba a políticos de alto rango en 2008, los planes para el derrocamiento de Hosni Mubarak en 2011.

 

2) Otros cables de la misma embajada confirman que las autoridades egipcias, incluidas Mubarak, estaban en contra de la creación de un nuevo Estado independiente en el sur de Sudán. Esta es la región de Sudán que contiene los mayores recursos de petróleo en el país. Un Estado independiente en el sur haría más fácil controlar estos recursos que a través de Sudán, un país liderado por un personaje problemático para Estados Unidos, como Omar Al-Bashir y, plagado de conflictos, como el de Darfur. El ex-presidente Mubarak se oponía a estos planes independentistas en el sur de Sudán, y en ocasiones amenazó con usar la fuerza militar. La explicación de estos temores era la preocupación de que Egipto perdiera el control sobre el Nilo, en caso de que se creara un Estado no-árabe en esa región.  

 

A Estados Unidos le ha interesado la creación de un Sudán del Sur, probablemente para tener un nuevo aliado y contrarrestar la influencia de China en el área.

 

Ambos cables demuestran que las relaciones entre el gobierno del presidente Obama y gobiernos del mundo árabe que se consideraban sus aliados no eran tan armónicas como parece.  En este sentido, haría falta mencionar posibles diferencias en torno al tema de Israel-Palestina, pero basta con mencionar la problemática.

 

El rol de los medios y de los hacktivistas

Otro aspecto interesante sobre el posible papel de la influencia extranjera en los eventos del mundo árabe es el rol de los medios de comunicación. Es ilustrativo comparar la constante cobertura parcial de ciertos medios, en oposición a la de aquellos medios que presentan sistemáticamente una versión más completa de los hechos en el mundo árabe.

 

Es importante preguntarse entonces: ¿Se explican estas diferencias por factores circunstanciales, o es posible concebir estrategias de relaciones públicas para influir los reportes? Esta pregunta aplica, tanto para los medios de comunicación tradicionales, como para los nuevos medios sociales electrónicos, quienes fácilmente pueden ser manipulados. En este contexto cabe por ejemplo mencionar el editorial del New York Times del 26 de mayo de 2004, en donde los editores se disculparon por la cobertura que el medio hizo del preludio a la invasión a Irak. Este editorial nos recuerda como medios que gozan de gran reputación en ciertos sectores pueden fácilmente se víctimas de perspectivas parciales.

 

Tal memoria nos debiera llevar a hacer otras preguntas: ¿Qué es lo que lleva a ciertos medios a enfocarse en los eventos recientes del mundo árabe y no las situaciones críticas que viven otros países?¿Qué criterios se usan para categorizar a una situación como una revolución, protestas mayores, levantamiento o protestas menores, en un contexto en donde es básicamente imposible medir la magnitud de las protestas cuantitativamente?

 

Recientemente, poco hemos sabido sobre las revueltas en otros países, como Costa de Marfil, Arabia Saudita o Sudán.  De hecho, hace unas semanas hubo un giro de ciento ochenta grados que recibió poca atención, en la relación entre Sudán y los Estados Unidos. El presidente Omar Al-Bashir (acusado en la Corte Criminal Internacional por crímenes de guerra en Darfur) dejó de ser tan problemático para los Estados Unidos. Para empezar, Al-Bashir renunció a sus ambiciones de postularse a la reelección presidencial en Sudán. Además, aceptó los resultados del referendo que aprobó a la creación de un nuevo Estado en el sur de Sudán.

 

Esta es la región del país en donde se encuentra la mayor parte del petróleo. Actualmente,  las empresas con la mayor parte de derechos de extracción están principalmente en manos chinas. Además, las tuberías de petróleo provenientes del sur, pasan por el norte de Sudán. Pero políticos del nuevo estado en el sur de Sudán ya han anunciado evaluaciones para la construcción de tuberías a través de Kenya, Djibouti o la República Democrática del Congo. Kenya planea desarrollar un plan para integrarse al sur de Sudán y Etiopía. Estados Unidos ha sido uno de los países más activos en el reconocimiento diplomático del Sudán del sur. Hosni Mubarak era uno de los que más se oponía a estos planes.

 

El caso de Libia

Estas especulaciones nos dejan una vez más con un elemento histórico importante en el mundo árabe: el petróleo.  Este recurso natural sale una vez más a la luz en el caso de Libia, un país que Noam Chomsky catalogó una vez como el saco de boxeo de los Estados Unidos. Libia es también un país rico en petróleo y que desde hace mucho tiempo ha estado en la lista de enemigos de los Estados Unidos. Sin embargo, ciertos o no, los argumentos utilizados para acusar a este régimen de ataques a los Estados Unidos se basan muchas veces en pruebas legales cuestionables.

 

Por ejemplo, el bombardeo estadounidense a Libia en 1986 (en el que el régimen de Libia sugiere que murió la hija adoptiva de Muammar Gaddafi) fue justificado por Ronald Reagan por el ataque a una discoteca en Berlín, en abril de 1986. Dos sargentos estadounidenses y cincuenta otros militares del mismo país resultaron heridos, debido al estallido de una bomba en este establecimiento.  El gobierno del presidente Reagan acusó al gobierno de Libia, sobre la base de un cable a la embajada de Libia en Berlín, interceptado por la inteligencia estadounidense. En este cable se felicitaba a la Embajada de Libia por “un buen trabajo”. Según el gobierno de Reagan, Libia intentaba vengar el derribamiento de dos aviones en el Golfo de Sidra en 1981 por parte de aviones caza estadounidenses, así como el hundimiento de un buque de guerra libio en marzo de 1986 por parte fuerzas estadounidenses. La operación de bombardeo de Libia ordenada por Reagan recibió el nombre de “Operación Cañón El Dorado” y afectó a la ciudades de Tripoli y Benghazi.

 

Este bombardeo sucedió en un contexto de Guerra Fría, en el que Libia reconocía expresamente su apoyo a movimientos de izquierda, que estaban en oposición directa a ciertas políticas de los Estados Unidos (entre ellos, los sandinistas de Daniel Ortega en Nicaragua). Es importante recordar también que el mismo año de la “Operación Cañón El Dorado”, fue de conocimiento público que oficiales del gobierno del presidente Reagan habían apoyado la venta de armas a Irán. Este era un país que estaba sujeto a un embargo de armas en ese momento. El propósito de la venta de armas a Irán era conseguir fondos clandestinos, de manera que los organismos de inteligencia de Estados Unidos pudieran financiar a los Contras nicaragüenses. Esta organización armada operaba desde Honduras y territorio nicaragüense, con el propósito de derrocar al gobierno sandinista de Nicaragua. El Congreso de Estados Unidos había prohibido cierto tipo de apoyo estadounidense a los Contras con el “Boland Amendment” de 1982-84. Esto explica de alguna manera las relaciones de cooperación y el realpolitik que Daniel Ortega ha aplicado en su relación con el gobierno de Libia, de las cuales la prensa tanto se ha sorprendido.

 

Más o menos dos años después del conocimiento del caso Irán-Contras (el 21 de diciembre de 1988) sucedió el atentado de Lockerbie. En este caso, el vuelo 103 de Pan Am fue derribado sobre las costas de Escocia, a través de una bomba que logró introducirse en la aeronave. En el vuelo había al menos cuatro agentes de inteligencia de los Estados Unidos de camino a casa para las vacaciones de Navidad.

 

Un reporte de la CIA, fechado el 22 de diciembre de 1988 informaba sobre diversas personas que habían efectuado llamadas, tomado responsabilidad por los hechos. De acuerdo al reporte, los actores materiales más probables de acuerdo a estas llamadas fueron 'Los Guardianes de la Revolución Islámica'. Esta organización decía haber realizado el atentado para vengar el derribamiento del vuelo 655 de Iran Air, por parte de un buque de guerra estadounidense.  Sin embargo, el atentado fue atribuido al gobierno de Libia.

 

Muchos especialistas han cuestionado las evidencias en contra del gobierno libio. Una de las teorías alternativas más plausibles es que el atentado fue planificado por el gobierno de Irán, como venganza por el hecho de que el US Vincennes derribara el vuelo 655 de Iran Air, en julio de 1988. El gobierno de Estados Unidos dice haber confundido la nave con un F-14 Tomcat Fighter iraní en ataque. Esta teoría ha sido en parte alimentada por lo que Margareth Thatcher escribió en sus memorias de 1993 sobre el tema que: “la famosa venganza de Libia no sucedió, ni pudo haber sucedido”, y por palabras similares del ex agente de inteligencia iraní Abolhassem Mesbahi y el ex agente de la CIA Robert Baer. Sin embargo, también es una teoría que ha sido problematizada por el ex ministro de justicia libio Mustafa Abdel-Jalil, quien aseguró recientemente que Muammar Gaddafi ordenó personalmente el atentado. Probablemente nunca se sepa toda la verdad de este acontecimiento, pero sí resultan interesantes los cables de WikiLeaks que demuestran como el gobierno libio y el británico negociaron la liberación de Abdelbaset Al-Megrahi. Este fue el libio que fue sentenciado a prisión de por vida en 2001, por la bomba de Lockerbie. En septiembre de 2009, una serie de intelectuales y personajes reconocidos enviaron una carta al secretario general de la ONU, para pedir que se reabriera el caso de del vuelo 103 de Pan Am y se efectuaran investigaciones necesarias. Recientemente también se ha estado presentando una obra de teatro en el Reino Unido que problematiza el tratamiento que las autoridades dieron al caso de Lockerbie. El título de la obra es “Lockerbie: Asuntos pendientes”, por David Benson.

 

Además, si bien es cierto el gobierno de Gaddafi pagó compensaciones a la comunidad internacional (por el atentado de Lockerbie, la bomba en la discoteca de Berlín de 1986, el atentado al vuelo 772 de UTA y los bombardeos a las ciudades de Tripoli y Benghazi por los Estados Unidos en Libia), nunca asumió responsabilidad directa por estos hechos. Más bien asumió 'responsabilidad por los actos de sus oficiales'.

 

¿Podrá tratarse entonces de una estrategia de relaciones internacionales, para que el país fuera removido de las listas de países terroristas? Este fue de hecho el argumento sugerido por Shukri Ghanem, quien fungía como primer ministro de Libia cuando se envió la carta al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, asumiendo responsabilidad por 'las acciones de los oficiales libios'.

 

Tampoco hay que olvidar que esta carta se envió en el contexto de la reciente invasión a Irak, qué llevó a Gaddafi a tomar medidas inteligentes para evitar correr el mismo riesgo que Saddam Hussein. Fueron estas medidas las que propiciaron el acercamiento al Reino Unido y al primer ministro británico Tony Blair.  Este acercamiento llevó a las reuniones del período 2003 y 2004 entre Gaddafi y Blair, que produjeron las fotos entre estos dos líderes que tanto se han publicado recientemente. Posteriormente Estados Unidos restablecería relaciones con Libia en el período 2004 - 2006.

 

Dado que el tema de los ataques de Libia a Estados Unidos y sus aliados es tan difícil de probar convincentemente, podría entonces concluirse que la actitud de Estados Unidos hacia Libia se debe a los reportes sobre violaciones a los de derechos humanos provenientes de ese país. Pero el problema es que en la política internacional de Estados Unidos, nunca ha habido una correlación entre el nivel profeso de amistad hacia el gobierno de un país y el record de derechos humanos del régimen en cuestión. Es más, las guerras recientes en Irak y Afganistán, así como la misma reanudación de relaciones con Libia en 2006, dejan claro una vez más, que el record de derechos humanos de los Estados Unidos en su política exterior es una prioridad secundaria a sus intereses nacionales. Los derechos humanos no son importantes, siempre y cuando las violaciones a estos derechos no generen 'inestabilidad', que se traduce en 'amenazas a los intereses estadounidenses'. ¿Por qué entonces debiéramos esperar que el gobierno de Estados Unidos establezca su política en Libia en base al desempeño interno de su gobierno en materia de derechos humanos?

 

De igual forma, se ha escrito mucho sobre el rol liberador de Egipto en Libia en la situación actual. Por un lado se reporta sobre hechos espontáneos de solidaridad entre las 'revoluciones' de ambos países. Pero hay que recordar que los intentos de Egipto por derrocar a un gobierno en Libia (o viceversa), no son nada nuevo. Las relaciones entre Libia y Egipto no siempre han sido fáciles. De hecho, los países tuvieron una corta guerra en 1977. Aunque esta guerra suele explicarse por los acuerdos de paz entre Egipto e Israel, que el gobierno de Libia desaprobaba; suelen ignorarse las disputas limítrofes y el contexto de Guerra Fría. De hecho, el embajador de Estados Unidos en Cairo, Hermann Eilts, reportaba al Departamento de Estado en 1976 que el entonces vicepresidente Hosni Mubarak, informaba de planes del gobierno de Egipto para aprovechar la inestabilidad en Libia, y promover acciones contra el país. ¿Si ese era el caso en 1976, podrá haber actores aprovechando inestabilidad en 2011, esta vez quizá de una manera más sofisticada?

 

Liderazgo estadounidense mundial: control geopolítico y acceso a recursos

Un argumento que resulta más difícil de refutar es que la postura estadounidense hostil hacia el gobierno de Libia (y otros del área) se debe a las mismas razones históricas que otros gobiernos estadounidenses han tenido para calificar a ciertos países como Estados-bandidos (“rogue states”). El gobierno de Libia ha nacionalizado recursos naturales, como el petróleo, promoviendo al menos formalmente la democracia-directa (a través de la noción de Yamahiriya). Esto dificulta el acceso a los recursos y las ganancias provenientes de estos recursos. El gobierno de Obama puede haberse cansado de tener que hacer tratos con un líder opresor, que no solo profesa otro tipo de democracia, si no también otra manera de hacer negocios que no es compatible con los intereses estadounidenses. Al mismo tiempo es importante para el liderazgo de los Estados Unidos en el área, tener presencia en estos territorios en el Medio Oriente y África del Norte, preferiblemente a través de gobiernos serviles, pero aceptados por las mayorías. De esta manera, Gaddafi, como algunos otros líderes del área, pueden haberse convertido en inconvenientes para la estrategia de 'atraer a las poblaciones internacionales al lado(estadounidense), ayudándoles a construir estados capaces y democráticos'. De acuerdo a las definiciones del gobierno estadounidense de estos conceptos, cabe resaltar. Por eso Estados Unidos ha apoyado su derrocamiento, y este apoyo incluye seguramente mucho más que declaraciones oficiales en los medios o intervenciones en la ONU. En unos países, los cambios apoyados por Estados Unidos podrán ser relativamente superficiales y de fachada, pero en otros, las modificaciones podrán desencadenar en convulsiones sociales profundas.

 

De acuerdo a esta visión, no es que el gobierno de los Estados Unidos haya creado las condiciones objetivas para los cambios que se están dando en el mundo árabe. Pero probablemente, el gobierno estadounidense ha sabido movilizar sus recursos para capitalizar sobre estas condiciones objetivas, y hacer reconfiguraciones que son necesarias para su nueva estrategia de relaciones internacionales. De igual forma, seguramente hay elementos de riesgo con los que el departamento de Estado no contaba, y tal vez países en donde no esperaban ver levantamientos. Si este es el caso, la pregunta entonces es si la política de Estados Unidos podrá controlar estas aguas agitadas para que no se salgan del huacal de su estrategia. Podría convertirse entonces en una lucha por el poder entre la inteligencia estatal y el olvido, contra la inteligencia popular y la memoria.

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