Opinión /

¿Qué significa la visita de Obama?


Domingo, 20 de marzo de 2011
Peter Hakim*

Los salvadoreños deberían estar complacidos de que el Presidente Obama visite su país. Los pone en buena compañía. Brasil y Chile, las historias de éxito más prominentes de América Latina, son las otras escalas del viaje presidencial, su primero a la región desde 2009. En El Salvador, Obama reafirmará la cercana relación bilateral y reconocerá las sólidas credenciales democráticas del país. Aunque, sin ser exagerados, El Salvador puede también obtener beneficios más concretos de esta visita.

Es importante, sin embargo, reconocer que la visita de Obama a El Salvador ha sido motivada principalmente por la creciente preocupación de Washington sobre la deteriorada situación de seguridad en América Central y los retrocesos democráticos de los últimos años.  De hecho, estos problemas limitaron severamente las opciones presidenciales de un destino en la región.

Nicaragua está claramente fuera de toda consideración. Ningún líder estadounidense quiere estrechar la mano del Presidente Ortega, que sistemáticamente ha manipulado las instituciones democráticas de su país para aferrarse al poder y, recientemente, provocar una innecesaria confrontación fronteriza con Costa Rica.

Casi dos años después del golpe de Estado de 2009, Honduras continúa demasiado inestable como para ser un cómodo anfitrión del presidente Obama.

En Guatemala, si este año las elecciones presidenciales no hubieran dejado a este país fuera del itinerario, probablemente el estado de emergencia o la constitucionalmente cuestionable carrera presidencial de la Primera Dama habrían provocado el mismo resultado.

Costa Rica sería una escala atractiva, pero su comparada prosperidad y la calidad de su democracia lo hacen muy poco representativo de América Central.

Las buenas noticias de la región son escasas estos días –incluso desde El Salvador, que, a pesar de sus avances políticos y económicos en las dos décadas desde el fin de su guerra civil, continúa siendo un país pobre en un vecindario muy tenso. Y como sus vecinos, quiere y necesita en gran medida la asistencia de E.U.A. para lidiar con los múltiples problemas que no puede solucionar por cuenta propia.

El Presidente Obama y el Presidente Funes tienen ya una agenda para la visita. Anunciarán nuevos apoyos de E.U.A. para atender el problema más urgente en Centroamérica: la creciente impunidad y violencia que amenaza la seguridad pública en toda la región, minando la credibilidad del ejército, la policía y los sistemas judiciales y, en algunos lugares, poniendo en riesgo a frágiles gobiernos democráticos.

Incluso Costa Rica, con las instituciones públicas más fuertes y la mejor calidad de gobierno en la región, está siendo rápidamente desbordada por la actividad criminal. Estados Unidos ha proporcionado alguna ayuda contra el crimen en América Central como parte del Plan Mérida para México. Ahora hay planes para que la región cuente con más atención, más recursos y asistencia técnica.

Sabiamente, los dos presidentes también están llamando a un apoyo más extenso para el desarrollo económico y social en El Salvador, para complementar los fondos de seguridad. Esto es necesario con urgencia. El comportamiento económico del país (y el de Centroamérica en general) está por debajo del de la mayoría de los otros países de Latinoamérica.

Centroamérica fue más duramente golpeada pr la crisis económica mundial, y su recuperación ha sido más lenta, una consecuencia de sus vínculos con la economía estadounidense y su dependencia en las importaciones para gran parte de su combustible y sus alimentos.

Las propuestas son promisorias, pero es muy temprano como para aplaudir. Los específicos – incluyendo la cantidad de recursos que estarán disponibles para El Salvador y el resto de América Central—no han sido aún revelados.

Además, el récord de América Latina no es muy gratificante en materia de combate al crimen organizado, narcotráfico o reformas en los sistemas judiciales o las fuerzas policiales. Ciertamente Colombia ha logrado impresionantes triunfos en la batalla contra el narcotráfico, pero eso es más la excepción que la regla. Después de cuatro años, no hay evidencia sustancial de que el apoyo técnico y financiero de Estados Unidos ha mejorado las fuerzas de seguridad de México o mejorado el nivel de coordinación entre E.U.A. y las agencias mexicanas anticrimen.

A pesar de su compromiso con la “responsabilidad compartida”, Washington no ha logrado ni disminuir el consumo de drogas ilegales en Estados Unidos ni cortar el flujo de armas y dinero estadounidense a las bandas criminales mexicanas.

Con más de un millón y medio de salvadoreños viviendo en Estados Unidos, la mayoría sin un estatus legal o con uno temporal, ningún tema en la agenda bilateral es más importante o más frustrante para El Salvador (y para Guatemala y para Honduras también) que la política migratoria de E.U.A. 

El Presidente Funes sabe que virtualmente no hay ningún prospecto de una amplia y necesaria reforma migratoria en el corto plazo. Pero puede y debería urgir a Obama a buscar cambios legislativos más modestos y menos controversiales que, por ejemplo, pudieran ofrecer a unos 220 mil salvadoreños, actualmente protegidos de deportaciones por el TPS, un camino  hacia la residencia permanente; o permitir a millones de niños provenientes de todo el mundo obtener una condición legal.

Pero las expectativas sobre la visita de Obama deberían ser modestas. Puede ser suficiente que la visita le ofrezca a El Salvador la extraña oportunidad de lucir algunos de sus logros y obtener la atención de Washington para algunas de sus preocupaciones críticas. No son mucos los países que tienen esa oportunidad. 

*El autor es Presidente Emérito de Inter American Dialogue, una organización con sede en Washington D.C.

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, Obama reafirmará la cercana relación bilateral y reconocerá las sólidas credenciales democráticas del país. Aunque, sin ser exagerados, El Salvador puede también obtener beneficios más concretos de esta visita.

Es importante, sin embargo, reconocer que la visita de Obama a El Salvador ha sido motivada principalmente por la creciente preocupación de Washington sobre la deteriorada situación de seguridad en América Central y los retrocesos democráticos de los últimos años.  De hecho, estos problemas limitaron severamente las opciones presidenciales de un destino en la región.

Nicaragua está claramente fuera de toda consideración. Ningún líder estadounidense quiere estrechar la mano del Presidente Ortega, que sistemáticamente ha manipulado las instituciones democráticas de su país para aferrarse al poder y, recientemente, provocar una innecesaria confrontación fronteriza con Costa Rica.

Casi dos años después del golpe de Estado de 2009, Honduras continúa demasiado inestable como para ser un cómodo anfitrión del presidente Obama.

En Guatemala, si este año las elecciones presidenciales no hubieran dejado a este país fuera del itinerario, probablemente el estado de emergencia o la constitucionalmente cuestionable carrera presidencial de la Primera Dama habrían provocado el mismo resultado.

Costa Rica sería una escala atractiva, pero su comparada prosperidad y la calidad de su democracia lo hacen muy poco representativo de América Central.

Las buenas noticias de la región son escasas estos días –incluso desde El Salvador, que, a pesar de sus avances políticos y económicos en las dos décadas desde el fin de su guerra civil, continúa siendo un país pobre en un vecindario muy tenso. Y como sus vecinos, quiere y necesita en gran medida la asistencia de E.U.A. para lidiar con los múltiples problemas que no puede solucionar por cuenta propia.

El Presidente Obama y el Presidente Funes tienen ya una agenda para la visita. Anunciarán nuevos apoyos de E.U.A. para atender el problema más urgente en Centroamérica: la creciente impunidad y violencia que amenaza la seguridad pública en toda la región, minando la credibilidad del ejército, la policía y los sistemas judiciales y, en algunos lugares, poniendo en riesgo a frágiles gobiernos democráticos.

Incluso Costa Rica, con las instituciones públicas más fuertes y la mejor calidad de gobierno en la región, está siendo rápidamente desbordada por la actividad criminal. Estados Unidos ha proporcionado alguna ayuda contra el crimen en América Central como parte del Plan Mérida para México. Ahora hay planes para que la región cuente con más atención, más recursos y asistencia técnica.

Sabiamente, los dos presidentes también están llamando a un apoyo más extenso para el desarrollo económico y social en El Salvador, para complementar los fondos de seguridad. Esto es necesario con urgencia. El comportamiento económico del país (y el de Centroamérica en general) está por debajo del de la mayoría de los otros países de Latinoamérica.

Centroamérica fue más duramente golpeada pr la crisis económica mundial, y su recuperación ha sido más lenta, una consecuencia de sus vínculos con la economía estadounidense y su dependencia en las importaciones para gran parte de su combustible y sus alimentos.

Las propuestas son promisorias, pero es muy temprano como para aplaudir. Los específicos – incluyendo la cantidad de recursos que estarán disponibles para El Salvador y el resto de América Central—no han sido aún revelados.

Además, el récord de América Latina no es muy gratificante en materia de combate al crimen organizado, narcotráfico o reformas en los sistemas judiciales o las fuerzas policiales. Ciertamente Colombia ha logrado impresionantes triunfos en la batalla contra el narcotráfico, pero eso es más la excepción que la regla. Después de cuatro años, no hay evidencia sustancial de que el apoyo técnico y financiero de Estados Unidos ha mejorado las fuerzas de seguridad de México o mejorado el nivel de coordinación entre E.U.A. y las agencias mexicanas anticrimen.

A pesar de su compromiso con la “responsabilidad compartida”, Washington no ha logrado ni disminuir el consumo de drogas ilegales en Estados Unidos ni cortar el flujo de armas y dinero estadounidense a las bandas criminales mexicanas.

Con más de un millón y medio de salvadoreños viviendo en Estados Unidos, la mayoría sin un estatus legal o con uno temporal, ningún tema en la agenda bilateral es más importante o más frustrante para El Salvador (y para Guatemala y para Honduras también) que la política migratoria de E.U.A. 

El Presidente Funes sabe que virtualmente no hay ningún prospecto de una amplia y necesaria reforma migratoria en el corto plazo. Pero puede y debería urgir a Obama a buscar cambios legislativos más modestos y menos controversiales que, por ejemplo, pudieran ofrecer a unos 220 mil salvadoreños, actualmente protegidos de deportaciones por el TPS, un camino  hacia la residencia permanente; o permitir a millones de niños provenientes de todo el mundo obtener una condición legal.

Pero las expectativas sobre la visita de Obama deberían ser modestas. Puede ser suficiente que la visita le ofrezca a El Salvador la extraña oportunidad de lucir algunos de sus logros y obtener la atención de Washington para algunas de sus preocupaciones críticas. No son mucos los países que tienen esa oportunidad. 

*El autor es Presidente Emérito de Inter American Dialogue, una organización con sede en Washington D.C.

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