Opinión /

Crimen organizado y el delito no violento


Lunes, 28 de marzo de 2011
Luis Enrique Amaya

El 4 de febrero de 2011, en una nota calzada por El Diario de Hoy y la Agencia Efe, se reportaron los datos de un informe sobre seguridad que Genaro García Luna, titular de la Secretaría de Seguridad Pública de México, rindió ante la Cámara de Diputados de su país. En su presentación, García Luna identificó a El Salvador como el país latinoamericano que exhibe las mayores tasas de homicidios, lo que nos confirmaría como el país más violento del continente.

Según la nota de El Diario de Hoy y la Agencia Efe, el Secretario García Luna sostiene que en el año 2010 –uno de los más violentos en el pasado reciente– México registró una tasa de 18.4 homicidios por cada 100 mil habitantes. De esa manera, México estaría por debajo de países como Brasil (con una tasa de 25.3), Jamaica (con 32.4), Belice (con 32.7), Colombia (con 37.3), Venezuela (con 48.0) y El Salvador (con 61.0).

De acuerdo con la lectura de este funcionario mexicano, esas cifras respaldarían su versión de que México presenta resultados alentadores en materia de seguridad pública, a pesar de que su país pareciera atravesar por un aluvión de criminalidad reconocido en todo el mundo. Es decir que, según fuentes oficiales, ese México del narco, del “Chapo” Guzmán, de los Zetas, de la corrupción política abierta, tiene una tasa de homicidios mucho menor que la nuestra. ¿Cómo se puede interpretar este hecho? ¿Es que acaso estamos peor que México y no nos hemos dado cuenta?

Asumiendo que los datos mostrados por Genaro García Luna son válidos, sospecho que las cifras de homicidios no son el mejor indicador para tomarle el pulso a fenómenos delictivos como, por ejemplo, el del crimen organizado, que es al que se le atribuye la difícil situación de seguridad que vive México.

Las cifras de homicidios suelen emplearse como un indicador del estado de la seguridad bajo el supuesto de que se trata de un delito que tiene un reducido sub-registro (o “cifra negra”), lo que las vuelve más confiables. Sin embargo, estas reflejan una expresión particular de la criminalidad: el delito violento. Por lo tanto, las cifras de homicidios no pueden ser las únicas para evaluar el estado general de la seguridad de un país, ya que, entre otras cosas, hay una cantidad importante de actividades ilícitas que no ocurren con violencia.

Los grupos del crimen organizado son administrados del mismo modo que las empresas, con todo lo ilegal que sean. En este sentido, no es complicado imaginarse que muchas de las acciones que cometen son delitos no violentos. De hecho, entre las principales “herramientas de trabajo” del crimen organizado figuran la corrupción, la obstrucción de justicia y el blanqueo de capitales, los cuales son delitos que no necesariamente conllevan el uso de la violencia.

Por definición, el crimen organizado comete aquellos delitos violentos que son estrictamente necesarios para el buen funcionamiento de sus negocios. Jamás ha sido ni será conveniente para estos grupos que haya, por ejemplo, una elevada cantidad de homicidios en sus áreas de control, porque eso calienta las zonas, atrae la atención de las autoridades y de los medios de comunicación, y con ello se estropea el tranquilo y fluido trabajo de sus empresas.

Por esa razón, hay dos posibles explicaciones para el hecho de que se presenten bajas tasas de homicidios en una región: 1) Es un lugar seguro y libre de criminalidad, y 2) Es un lugar en donde el crimen organizado se ha desarrollado fuertemente. Es decir, es un lugar con pocos delitos o es un lugar con pocos delitos violentos.

Según el mismo informe del Secretario García Luna, Rusia tiene una tasa de 16.5 homicidios por cada 100 mil habitantes, mientras que el Reino Unido tiene una tasa de 1.6. Sabiendo que la mafia ruso-ucraniana es una de las mayores multinacionales del crimen en el mundo (junto con la Confederación de Sinaloa y las Tríadas chinas), uno puede pensar que las bajas tasas de homicidios en Rusia y en el Reino Unido tienen justificaciones diferentes.

El avance del crimen organizado requiere del contubernio con sectores estratégicos del Estado. Estudios realizados en decenas de países indican que las instituciones estatales que, por lo general, interesan al crimen organizado son: agencias de administración de justicia, instancias a cargo de flujos migratorios, antidrogas, aduanas y hacienda. Por ende, el desarrollo del crimen organizado implica garantizar que el Estado no se mueva en su contra a través de esas instancias.

Si de pronto hay un incremento en los homicidios en ciertas zonas de control del crimen organizado, se debe a que este ve amenazado por dos razones: 1) Reacomodos internos entre estos grupos, y 2) El Estado deja de facilitarle las cosas. Ahí es cuando el crimen organizado recurre a la violencia.

Acá se complejiza el escenario de México, puesto que se dice que ese país estaría como está en gran parte debido a la guerra entre grupos del crimen organizado, y entre estos y las fuerzas policial y militar del Gobierno Federal. Esto puede ser cierto, y hablaría bien de la buena voluntad del Gobierno Federal, pero no obsta para que el crimen organizado se siga desarrollando con apoyo en gobiernos o autoridades municipales o locales. Es a esos niveles donde más se ha expresado su poder de penetración del sector público.

¿Y El Salvador? De acuerdo con las estimaciones del Instituto de Medicina Legal, algunas de ellas publicadas en el texto Epidemiología de los homicidios en El Salvador. Período 2001-2008, el país ha registrado las siguientes tasas de homicidios en los últimos años: 2005, tasa de 55.4; 2006, tasa de 56.2; 2007, tasa de 60.9, y 2008, tasa de 55.3. Para el año 2009, el Instituto de Medicina Legal calcula que se obtuvo una tasa de 71.9, y en 2010 estima que se cometió un total de 4,004 homicidios a escala nacional, lo que rondaría una tasa de 64.8 homicidios por cada 100 mil habitantes.

De nuevo, a estas altas tasas de homicidios les pueden seguir dos posibles explicaciones, las cuales no se excluyen entre sí: 1) El Salvador es un lugar inseguro y con dura criminalidad, y 2) El Salvador es un lugar en donde el crimen organizado no se ha consolidado… todavía. En síntesis, mi hipótesis de fondo es que a más delitos violentos, menos desarrollo del crimen organizado (y no necesariamente a la inversa).

 

Si se acepta esta hipótesis, que por lo pronto es especulativa y habría que verificarla, ni México ni El Salvador, ni ningún otro país, deberían de dormirse en sus laureles si llegasen a bajar las tasas de homicidios, ya que eso podría significar que el crimen organizado y el delito no violento pudieran estar alcanzando etapas más avanzadas de desarrollo.

Por ello, para evaluar el estado de la seguridad es preciso ampliar los indicadores que se emplean. Por ejemplo, hay dos indicadores que son más interesantes para ponderar el progreso del crimen organizado: aumento en el blanqueo de capitales e incremento en la corrupción política. Si México usara estos indicadores para evaluar el estado de la seguridad en su territorio, muy probablemente se encontraría con un diagnóstico bien distinto al que hace en este momento a partir de los homicidios. Y quizás nosotros también.

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