Opinión /

Torpe miopía


Lunes, 20 de junio de 2011
Jaime López

En las últimas semanas hemos presenciado un amargo espectáculo. El liderazgo político ha desvariado, rebotando de un lado a otro. Eso incluye a los partidos tradicionales, algo que a nadie extraña. También, a los profetas del cambio, es decir, a nuestro ególatra presidente y a los inquebrantables antiderechistas dirigentes del FMLN.

Primero, fue el decreto 743 que, además de ser un adefesio jurídico, sirve de argumento falaz para que los diputados y el presidente se erijan como justicieros por encima de los jueces legítimos. Siguió con lo que parece ser el matrimonio entre el FMLN y GANA, consagrado en los designados presidenciales. Reiteró con la variopinta reforma electoral que defiende las banderas, con las cuales, talvez, actuales diputados podrán mantener sus privilegios. Y concluyó con la reproducción del reparto prebendario de la Corte de Cuentas.

En los intermedios tuvimos palabras del primer mandatario: sosteniendo verdades cuyo único sustento es su ahora gastada palabra; reclamando lealtad personal, como diciendo “el gobierno soy yo y yo soy el gobierno”; y jugando a la campaña sucia en contra de los magistrados constitucionalistas. El hombre que conquistó los votos siendo sugerente en sus argumentos, ahora desluce como un debatiente acorralado. Él que no se podía equivocar, se equivocó.

No es malo que los políticos se entiendan, hagan pactos y comprometan votos. De hecho, ese es un oficio diario en la democracia. El problema radica en la dirección y alcance de sus acuerdos. Apuntar en el sentido correcto requiere aguda visión, una brújula en buen estado y la fuerza que da la legitimidad. Al contrario, basta con un poco de arrogancia y de intereses estrechos para tropezar en el primer paso. Esto último es lo que ocurre con casi todos nuestros líderes políticos.

No comprenden que al salvadoreño promedio poco le importa la épica de la izquierda o la derecha. Este salvadoreño no está interesado en ir detrás de quienes creen ser héroes, pues sabe que los héroes solo alcanzan tal pedestal con el sacrificio de su seguidores. La idea de justicia social del salvadoreño es sencilla: la oportunidad de tener un empleo o negocio, por pequeño que sea, para ganarse la vida de forma digna, sin humillarse ni ser maltratado por otros.

Nuestros políticos tampoco están conscientes de sus limitaciones. No conciben que el credo de la patria ideal o la profecía histórica son quimeras cuya única función es activar al cerebro viejo, útil cuando preferimos no asumir las responsabilidades del presente. Necesitan comprender que el esencialismo del que hacen gala – que también nosotros ostentamos – es banal. Lo que podemos captar son las relaciones del grupo al que pertenecemos; de ahí la importancia de tratar que nuestro grupo sea lo más amplio posible. La lucidez es apenas un archipiélago de diminutos puntos y navegarlo requiere de un carácter humilde.

La mayoría de ellos no reparan en que sus juicios quedan nublados, igual como ocurre con nosotros, por las necesidades tan humanas de supervivencia, reconocimiento y autorealización. No está mal en que sueñen con tener una oficina con aire acondicionado, recibir un sueldo abundante, contar con ayudantes fieles, ser alabados en las reuniones sociales, conducir lujosos autos o viajar en jets privados. Pero no pueden obtener esas cosas abusando de los cargos y socavando el interés público. Nuestros líderes no discurren en que somos un mar lleno de conflictos de interés, que se acrecientan en relación con el poder que ejercemos.

Y aquí seguimos en este espectáculo, doblegados por un liderazgo miope. Los enemigos no son los que arropan una ideología distinta, los del discurso disidente, ni la sociedad indignada. En realidad, los adversarios son la ignorancia funcional y los dilemas irresueltos. Es la borrosidad con que nos vemos a nosotros, a la realidad y a nuestra historia. Son las reglas torcidas con las que nos relacionamos, que se caracterizan por el desprecio, la trampa y el atropello. Por eso, gracias señor presidente, gracias señores diputados, por mostrarnos lo que no queremos seguir siendo.

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