Opinión /

Matonismo político


Lunes, 27 de junio de 2011
Jaime López

¿Y qué? Esa la expresión que en estos días percibo, una y otra vez, cuando oigo o veo a algunos dirigentes políticos. Matón es un hombre (o una mujer) jactancioso y pendenciero, que procura intimidar a los demás. Y ese es el comportamiento que observo en varios diputados y en el presidente, por sus poses desafiantes y por los argumentos falaces que usan.

Al usar la expresión “matonismo político” no pretendo sumar otro calificativo, menos aun subir el volumen a la discusión. Más bien quiero expresar la sensación de amenaza que me provoca ese comportamiento. Nuestro país está lleno de matones, eso ya no extraña. Por ejemplo, basta con salir a la calle para sufrir la prepotencia de muchos conductores de vehículos. Pero el problema es que la función de los servidores públicos no es hacernos sentir amenazados, sino todo lo contrario: su misión es proteger nuestros derechos.

Hay personas que creen que los ataques del Legislativo, Ejecutivo y partidos en contra de la Sala de lo Constitucional constituyen un pleito de personas que ocupan altos puestos y que, en consecuencia, eso nada tiene que ver con nosotros. Otros lo reducen a un conflicto entre poderes del Estado y por eso creen que se resuelve con una negociación. Pero lo que en realidad ocurre es que las personas que consideremos que una ley es inconstitucional ahora tenemos menos posibilidad de encontrar justicia, pues el tribunal correspondiente está sitiado.

El conflicto que estamos viviendo trata por un lado de una Constitución que reconoce la expansión de los derechos individuales y un tribunal constitucional que así lo está interpretando; y en la otra parte, cúpulas de partidos y funcionarios de alto rango que gozan de excesivo poder en la intermediación de los intereses políticos, quienes se niegan a limitar su dominio. Las reformas electorales son un buen ejemplo: la Sala de lo Constitucional ha dicho que la votación por banderas afecta el derecho de la población de elegir a sus diputados, pero los partidos se niegan a dar plena libertad a los ciudadanos para que estos puedan votar directamente por personas.

Acá es donde entra en juego el matonismo. Al no querer obedecer las resoluciones del tribunal constitucional y carecer de argumentos válidos para sostener su posición, varios dirigentes políticos recurren al abuso y a la demagogia. Al abuso porque han aprovechado sus facultades para conspirar en contra del orden constitucional, y a la  demagogia porque no escatiman en su intención de manipular a su militancia y a la opinión pública.

A diferencia de otros conflictos vividos por las generaciones presentes, este no es sobre qué grupo debe alcanzar hegemonía, ni es la búsqueda de un acuerdo entre grupos cuando ninguno puede someter al otro. Por eso algunos líderes políticos se equivocan al intentar asociar las protestas con determinados grupos, o se asustan al ver a personas de diferente pensamiento y condición haciendo una defensa común de sus derechos. Nuestro reclamo no es en favor de uno u otro bando, sino por la vigencia de reglas mínimas fundamentales que sean de aplicación general, como lo es la Constitución.

Desde luego, estos dirigentes se sienten amenazados y eso explica, en parte, su agresiva reacción. Algunos concentran las posiciones de dirigentes partidarios y de diputados, más uno que otro negocio que ha prosperado al amparo del Estado. Hicieron de la política su modo de vida y por eso luchan período tras período por lograr su reelección. O creen ser los elegidos por la historia para hacer las transformaciones que, según ellos, este país necesita. No conciben cómo la sociedad podrá avanzar sin ellos al frente. O consideran que están gozando de un justo premio por las carencias que sufrieron cuando eran jóvenes. O creen que las demás personas son peores que ellos y por lo tanto, concluyen, no hay razón para dejar libres los puestos. Y otros simplemente buscan impunidad, pues viven asustados ante la posibilidad de ser juzgados por su vinculación con actos criminales.

Cuando uno comete un error y no lo repara, lo más seguro es que termine hundido en un problema mayor y que de paso, afecte a más personas. Mi temor es que los dirigentes políticos a quienes hago referencia, en su obstinación no comprendan el daño que están haciendo y que, en su desesperación, terminen creyendo que su matonismo es legítimo. Entonces los ciudadanos no seremos para ellos solo las personas de quienes abusan, como lo creen ahora, sino que empezarán a vernos como enemigos a los cuales doblegar. Quiero pensar que estamos a tiempo de desarmar esta vorágine y de retomar las reglas del juego democrático.

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