Opinión /

Acertijos humanos


Miércoles, 29 de junio de 2011
Carlos Calles

Es muy estimulante la presencia de diversas y múltiples expresiones de preocupación por los destinos políticos de nuestro país, preocupación motivada por ese deseo de transitar lo más rápido posible hacia condiciones convenientes de convivencia. Es correcto y, además, lógico que deseemos que ese tránsito ya hubiera ocurrido o que, al menos, los visos anuncien su pronta realización; esto constituye los objetivos máximos  a lograr del ejercicio político para nuestro país.

Para no caer en desesperaciones inhabiltantes o en exigencias que rebasen las posibilidades debemos poner en escena, por un lado, que la construcción de la sociedad que requerimos, la que dé respuesta al régimen “de gerencia militar”, es de facturación por entregas y a plazos, es para largo rato. Por otro lado, debemos estar alertas del ¿cuál sociedad queremos? para no caer en derivaciones tautológicas que guíen el accionar político; evitar discursos grandilocuentes dirigidos al orador y no al auditorio. Por otro lado más, no olvidar, principalmente, que todavía es esa inercia del régimen de “gerencia militar” el que nos condiciona, prevalecen expresiones de lo que Weber denominó sultanato como producto de “la larga práctica de las distorsiones históricas”. Así, el marco de referencia y las velocidades del accionar político pueden ser regidos por la razón y no por el deseo. Una racionalidad que imbuirá a la sociedad política -de los gobernados y los gobernantes- a tener la seguridad de que los logros obtenidos son puntal para los subsiguientes, a garantizar su irreversibilidad, a poner el carácter de sustentabilidad a lo logrado.

Esta última aseveración está al tenor de lo expresado meridianamente por el Presidente Funes en la entrevista sostenida con  La Jornada de México, “Lo que queda dentro de mis posibilidades es trabajar para que esa decepción no lleve a la gente a perder la esperanza; que se entienda que hemos iniciado una etapa de transformación que no tiene vuelta atrás. Pero las demandas más sentidas será un próximo presidente quien pueda materializarlas. Por eso trabajo... para garantizar continuidad del proyecto.” Es la fijación de los objetivos mínimos del presente ejercicio político; es el establecimiento de los mojones de lo posible.

Perfilar los futuros de nuestro país no es cuestión de predestinación, astrología, oráculos, prestidigitación, quiromancia, nigromancia, o, incluso, si se quiere, de tauromaquia; ese futuro proviene del actuar consiente de gobernados y gobernantes a través del “pacto social” al que, también, hace alusión el Presidente Funes.

Ese “pacto social” es de composición variada por sus sujetos, por sus intereses, intereses que sustentan el tipo de sociedad requerida; es de accionar local y nacional; que muta condicionado por los objetivos y las temporalidades; es un pacto de pactos, es una forma de gobernar que enriquece pedagógicamente el involucramiento de los sectores hasta ahora excluidos, marginados e inhabilitados. Es esta la demanda más sentida que debe resolverse, la demanda de ser ciudadano con el disfrute pleno de sus deberes y de sus derechos, es una demanda permanente, inacabada, pues no existe la condición final que permita sentenciar lo hemos logrado. El devenir exitoso, o al menos satisfactorio, de este “pacto social’ puede medirse, entre otras, por la reducción de la brecha entre las agendas pública e institucional, por la reducción de la brecha en el disfrute de la riqueza producida, por los niveles de participación popular en los designios que definan la sociedad política.

Ese “pacto social’ es el sujeto y objeto del proceso de desconstrucción-construcción en el que estamos. Es un proceso constituido por una sola acción, no son dos acciones separadas, no tienen preeminencia; el carácter y la calidad de ese proceso depende de los actos democráticos que se realicen, la permanencia en el tiempo y su evolución dependen directamente del accionar de la población.         

No hay objeción a que las condiciones materiales de existencia permiten mejores niveles de calidad de vida,  por ello el Presidente Funes expone en la misma entrevista que “Lo que he logrado en dos años –me quedan tres– es ordenar la casa. Es obvio que el movimiento social se siente insatisfecho porque sus necesidades no están atendidas. Pero la economía no da para más. Necesitamos por lo menos dos periodos presidenciales, construir una plataforma de desarrollo para satisfacer esas demandas más sentidas”. Pero la calidad de esas condiciones materiales, condiciones económicas, está determinada por las condiciones subliminales y sublimes de existencia de las personas, son esas condiciones que dan la categoría de vida digna.

Este escenario de debates, de acusaciones y contra-acusaciones, de certezas pregonadas por las partes, de delimitaciones de los fueros ajenos –y ojala que de los propios- es efecto y condición de que estamos en el proceso de conjurar ese régimen autocrático militar-empresarial. La defensa del “ordenamiento de la casa”, la garantía de  “que hemos iniciado una etapa de transformación que no tiene vuelta atrás” y la convicción de que la esperanza se mantendrá y aumentara están en relación directa a que el constituyente primario haga suyos los logros de este primer gobierno y su continuidad.

Estos actuales acontecimientos están, también; propiciando la materialización de soberanía popular, la que se está construyendo con el chisporroteo de los yunques y el surgimiento de las bellezas del arte. Es el actuar político de los grandes contingentes de población los que –al igual que con los Acuerdos de Paz- impregnara del carácter estratégico a las negociaciones y concertaciones que requiere el momento.

Estamos encaminados hacia donde la templanza en las esferas de decisión y la eclosión del accionar popular resolverán estos acertijos propios del presente deambular político.  

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