Opinión /

Las preguntas del cambio


Lunes, 18 de julio de 2011
El Faro

Las encuestas casi siempre expresan el descontento de la ciudadanía con la situación del momento. Es normal que esto suceda en un país con las condiciones del nuestro: violento, pobre, con mayúscula desigualdad y vulnerable.

Por eso fue tan efectiva la promesa de cambio que hizo la fórmula Funes-Sánchez Cerén para terminar con dos décadas de gobiernos de ARENA. Detrás de la campaña, y detrás de los discursos, parecía vislumbrarse un proyecto de gobierno que se basaba, más que en respuestas concretas, en las preguntas correctas:  ¿Cómo creamos una sociedad más justa? ¿Cómo eliminamos la corrupción? ¿Cómo hacemos lo correcto? ¿,Cómo elevamos la calidad de vida de todos los salvadoreños? ¿Cómo propiciamos una vida digna para todos?

Con este cuestionario se dio fin a cuatro gobiernos en los que el beneficio económico de los principales productores y comerciantes, justificado con las leyes del mercado y las privatizaciones, se impuso sobre cualquier otra consideración argumentando que así se producía empleo y crecía la economía nacional. En el camino se demonizó al Estado y se emprendieron varias privatizaciones.

Dos años después de su triunfo, el presidente Funes se ha aliado con la derecha. En una reciente entrevista para un periódico mexicano, Funes explicó que había tenido que pactar por pragmatismo, para conseguir gobernabilidad mediante la aprobación de proyectos en la Asamblea. Y el pragmatismo, en política, es necesario. Y pactar con la derecha o con la izquierda debería ser algo tan natural en política que solo los más radicales izquierdistas o derechistas lo verían mal en cualquier caso.

Pero un presidente solo pacta para conseguir sus propios objetivos, aunque en el caso de Funes estos ya no son tan claros como parecían durante su campaña. Todas las preguntas arriba expuestas ya no le parecen tan importantes, al menos a juzgar por sus acciones.

Al contrario, ha pretendido mediante sus “desautorizaciones” ante quien quisiera tener alguna iniciativa reforzar un sistema presidencialista a costa de la consolidación institucional del Estado y ha llegado a extremos como nombrar a una líder de GANA como designada presidencial y a un hombre de Saca al frente de la CEL.

Es cierto que parece seguir firme en su posición ante un empresariado que solo parece interesado en seguir rindiendo culto a la riqueza y a la producción de la misma a cualquier costo (de la propia, eso es); y no en encontrar un camino que permita elevar la calidad de vida de la mayoría de la población, como correspondería a ciudadanos solidarios y comprometidos con su país.

Pero también es cierto que esta firmeza no va acompañada por suficiente transparencia en el ejercicio de la administración pública ni por un verdadero viraje político hacia una socialdemocracia, como prometió, que permita llevar a buen puerto programas sociales que podrían ser verdaderamente reformistas e históricos.

Las respuestas a aquellas preguntas implican, necesariamente, cambios estructurales y no medidas provisionales. Requieren valor, compromiso con el país y sentido de la oportunidad para aprovechar un momento único que le llevó al poder en circunstancias históricas.

Tampoco parece el partido que llegó al poder, el FMLN, recordar estas preguntas. Acomodados con su nuevo estatus en el sistema político salvadoreño, los antiguos guerrilleros representan hoy un conservadurismo y una defensa de sistema del que tanto se quejaron en el que es difícil distinguirlos de la ARENA que copaba todos los espacios. El Frente se ha convertido en un partido prepotente, incapaz de ver en el poder una oportunidad de cambio y muy capaz de ver el oportunismo de los privilegios.

El país no tiene hoy futuro, porque las nuevas generaciones piensan en irse a forjar una vida más decente en otros países. Y no estamos propiciando, como debería ser, un debate público abierto entre todos. Ni siquiera hay representatividad. La Asamblea se ha convertido en un microcosmos elitista en el que los diputados solo ven para sus partidos y su permanencia, y poco o nada representan a sus votantes. Tenemos un sistema de seguridad y justicia de los más deficientes del mundo, a juzgar por las elevadas tasas de homicidios, de violencia y de impunidad; y aún así el conformismo y la resignación parecen imponerse en la sociedad, porque la respuesta no la buscan en el país ni de manera colectiva, sino en la opción individual, y legítima, de irse.

Las ideologías no pueden ya ayudar mucho: ni la adoración al mercado que aún profesan las gremiales empresariales y ARENA ni la revolución del Siglo XXI que quieren varios efemelenistas podrán resolver el problema de fondo: necesitamos volver a las preguntas originales y exigir al presidente, y a su gobierno, y a su partido, que rescaten el proyecto que ofrecieron.  Por esto les votaron. 

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