Opinión /

Magaly, impunidad e impotencia


Miércoles, 27 de julio de 2011
Carlos Gregorio López Bernal

De los reportajes que El Faro ha publicado sobre el tema de la violencia, dos me han impactado sobre manera. Hace unos meses, “El criminalista de las últimas cosas”; sórdido, casi espeluznante, pero profundamente humano. Este nos muestra la cotidianeidad de un hombre, cuya vida transcurre entre los muertos, corrijo, entre asesinados. Un hombre que ha conocido con la fría mirada del científico las formas más atroces para asesinar y hacer sufrir a un ser humano. Pero que a pesar de todo, sigue cumpliendo su trabajo con la única ilusión de darle a algún familiar el alivio de encontrar los restos de sus parientes desaparecidos.

El otro es el publicado la semana pasada sobre Magaly, seudónimo de una chica cuya vida resume el drama diario de las colonias y pueblos de nuestro país sometidos al imperio de la irracionalidad y el terror de las pandillas. No es posible leer esos reportajes y salir a la calle tranquilamente; no es posible conocer esa realidad y despedirse cada mañana a la esposa, de los hijos, de cualquier ser querido sin tener la horrible sospecha de que esa podría ser la última vez que los miras.

Y lo peor de todo es no poder explicar el por qué de tales actos. Durante la guerra civil, vimos hechos horribles, muertes con lujo de barbarie, desaparecidos, torturados, etc. Parecía la locura, y ciertamente lo era; pero aún así había una razón no justificable, pero al menos entendible: se trataba de contener la revolución, pero desgraciadamente también de hacer la revolución. Y los involucrados — al menos quiero creerlo — tenían una convicción, en algunos casos incluso un ideal que seguir.

Nada de eso existe hoy. Puedo entender al que roba, al que secuestra y pide un rescate, al que asesina en el transcurso de un asalto. Pero no al que asesina, y viola, y tortura porque “sospecha” que su víctima lo traicionó; peor aún, porque sospecha que su víctima sabe algo de sus fechorías. Por esa simple sospecha, Magaly, una niña que simboliza nuestra degradación social, fue violada por quince bestias, varios de ellos “compañeritos” de grado.

¿Y qué le queda a Magaly? Una terrible convicción de impunidad e impotencia. Sabe quiénes la violaron y no se atreve a denunciarlos porque no confía en las autoridades, ni en el sistema de justicia. No es la primera víctima de esos pandilleros, y desgraciadamente no será la última. También se sabe impotente; sabe que está sola y desamparada. Y no le importa el Ministerio de Justicia y Seguridad Pública, ni la PNC, ni la fiscalía, mucho menos la Procuraduría de Derechos Humanos, porque todas le fallaron. Ninguna estuvo junto a ella en las horas terribles que vivió al ser violada y que seguramente sigue viviendo al recordar.

Tiene razón Carlos Dada, cualquier acción, cualquier obra que este y otros gobiernos hagan, no significará nada para ella. Su vida fue truncada, y sobrevive sola a su tragedia. Porque no tiene fe, porque no tiene confianza; ni en su familia, mucho menos en las instituciones del Estado que deben protegerla.

Hace casi ochenta años, cuando el país vivía una las peores crisis económicas y sociales, el maestro Alberto Masferrer cuestionaba el sentido, la validez de los atributos y símbolos nacionales liberales:

“Al universitario, al artista, al escritor, al sacerdote, a cuantos, en más o menos tenemos asegurado el pan, bien se nos puede servir de postres autonomía, soberanía próceres, conservatorios, aviación y otros confites y emparedados semejantes. Mas por lo que hace al pueblo, al mayor número, si no se le asegura o facilita el maíz, los frijoles, la sal, el azúcar —SU MINIMUN VITAL— no quiere, no le importan las sutilezas y los refinamientos que a los demás nos llenan y nos satisfacen. Y tiene mucha razón de pensarlo y de sentirlo así porque nada, ni gobierno, ni ciencia, ni religión, ni patria, le quitan el hambre al que tiene hambre, ni la sed al que tiene sed. La sed se apacigua con agua, y el hambre con pan.”

El gran problema de entonces era el hambre. Muchos salvadoreños la sufrían, y vino el levantamiento de 1932, en buena medida una revuelta de hambrientos. Esa hambre no ha desaparecido; pero hoy tenemos otra quizá peor: hambre de justicia. Justicia para todos los asesinados que el “criminalista de las últimas cosas” ha desenterrado y seguirá desenterrando, justicia para Magaly y todas las víctimas de las pandillas.

Hoy estamos en vísperas de celebrar el bicentenario de lo que en 1911 se dio en llamar “El primer grito de independencia”. Como historiador, sé que las efemérides y los símbolos nacionales son importantes. Le dan a los pueblos cohesión y sentido de identidad; pero como ciudadano pregunto ¿Vale la pena celebrar el Bicentenario?, ¿servirá de algo? ¿le dirá algo esta celebración a Magaly y muchas otras mujeres violadazas y asesinadas por las pandillas? Como diría Masferrer, a esas víctimas, “ni gobierno, ni ciencia, ni religión, ni patria” les quitarán el hambre; esa hambre inmensa de justicia que hoy padecen.

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