Opinión /

Justificar la discriminación


Miércoles, 27 de julio de 2011
Laura Aguirre

Berlín en pleno verano es lo más cercano a la libertad que he conocido. Con el sol y el calor la gente parece revivir. Nadie quiere estar dentro: ni dentro de casa, ni dentro de la oficina, ni dentro de los restaurantes… todo pasa afuera. Y esta ciudad por fin se llena de colores, de música, de gente contenta.

En ese ambiente de verano, hace algunas semanas decidí con dos amigas ir a disfrutar el sol en Kiki Blofeld, una de las playas artificiales en Kreuzberg. Encontramos un lugar en la arena justo al lado de una pareja guapísima, que se hablaba muy cerquita y se miraban a los ojos como sin nada más existiera en el mundo. Las tres nos quedamos hipnotizadas, no podíamos dejar de verlos, y al final tuvimos que aceptar que sí, que el amor es hermoso. ¡Vaya que nos alegraron la tarde esos dos hombres!

Esta es una estampa de Kreuzberg, el mejor lugar de Berlín, donde por suerte vivo. Un barrio chic y muy popular porque es hermoso y porque en él se conjunta una gran diversidad de gente. Durante el verano, es todavía más evidente que en este espacio convivimos personas de muchas nacionalidades, edad, color, estilos de vida y gustos. La gente vive como turca, como alemana, como latina, como hombre, como mujer, como gay, como lesbiana, como atea, como religiosa, como solteros, como casados o como seres humanos híbridos en los que se conjuntan varias de estas características. En mi vida, las diferentes identidades sexuales que hay entre mis amigos, los de mi novio y los comunes son la expresión más fuerte de estas múltiples maneras de vivir ¡Y qué felices somos! Convivimos dentro de un grupo donde esas diferencias han dejado de ser importantes y no definen el valor de las personas. Así es mi Berlín, un lugar diverso donde cada quien puede vivir y convivir como quiera.

Pero Kreuzberg es una isla. Berlín no es igual en todas partes, y mucho menos toda Alemania. Lo descubrí la primera vez que escuché a un alemán decir que nunca viviría en Kreuzberg, sino en Prenzlauer Berg o Pankow (barrios más de alemanes) porque no quería que sus hijas se juntaran con turcos. Lo confirmé cuando me enteré que a pesar de todas las “libertades” para la convivencia, el estado alemán ha diseñado políticas que premian con menos impuestos solo y solo a aquellas parejas que deciden vivir bajo la figura del matrimonio (Menos mal que mi novio y yo tenemos becas exentas de impuestos).  Y me asusté cuando me contaron que en muchas ciudades y pueblos de Alemania los homosexuales corren serio peligro de ser golpeados y/o sufren abierta discriminación. Así que, después de todo, Alemania no es ese país “depravado y perdido” del primer mundo que algunos se imaginan en El Salvador; y tampoco es tan tolerante, abierto y progresista como otros piensan.

Me asusté todavía más cuando leí en la página web de la Prensa Gráfica algunos de los comentarios que recibieron las columnas de Mari Carmen Aponte titulada “Por la eliminación de prejuicios dondequiera que existan” y la de César Castro Fagoaga “Cuna de valores”. La Sra. Aponte osó opinar a favor de la no discriminación de los y las homosexuales, tomando como ejemplo la proclamación en E.E.U.U del mes de junio como mes del orgullo gay. Y César se atrevió a burlarse de algunos de los comentarios más “conservadores”. La ferocidad con la que alguna gente escribió en repudio a las personas homosexuales y en contra los supuestos “valores corrompidos del primer mundo” (aunque no es secreto que E.E.U.U es un país muy conservador) fueron como un balde de agua fría para mi, un recordatorio aún más chocante y triste de la discriminación e intolerancia que alimenta a una parte de nuestra sociedad. 

Y sí, ya sé que muchos van a sacar al sol “la moral y los valores basados en natura” y van correr a sacar su biblia para decir que Dios dice esto, que Dios dice lo otro ¡Pobrecito Dios! tan manipulado, tan moldeado y remoldeado a través de la historia a la imagen y semejanza de unos pocos. Todo para qué, para hacernos caber en una sola forma de vivir, de pensar y de actuar, como si fuera la “única, universal y por supuesto natural” manera de ser personas: hombres O mujeres, más todos los agregados que cada uno trae. Y solo hay que buscar un poco entre libros para darse cuenta de que esa “única” forma de vivir no es tan única, ni ha existido siempre, ni hemos vivido todos los seres humanos así desde el  inicio de los tiempos, y dentro de algunas culturas ni siquiera se han creado las categorías de hombre y mujer. Al final, más parece ser una forma de vivir hecha para justificar las discriminación, negar derechos y la dignidad a muchos.

Si miro con detenimiento esto, Alemania y El Salvador no son tan diferentes. Aquí ocupan discursos ecuánimes y políticamente correctos para defender esa “única” manera de vivir; en El Salvador todavía se utilizan los efectivos y agresivos discursos religiosos. Al final, incluyendo las diferencias que obviamente existen, ambos son para mi ejemplos perfectos y claros de una profunda incapacidad de ver a todas las personas como seres humanos que somos, porque eso somos todos, incluso antes de ser hombres y mujeres ¿o no?

logo-undefined
CAMINEMOS JUNTOS, OTROS 25 AÑOS
Si te parece valioso el trabajo de El Faro, apóyanos para seguir. Únete a nuestra comunidad de lectores y lectoras que con su membresía mensual, trimestral o anual garantizan nuestra sostenibilidad y hacen posible que nuestro equipo de periodistas continúen haciendo periodismo transparente, confiable y ético.
Apóyanos desde $3.75/mes. Cancela cuando quieras.

Edificio Centro Colón, 5to Piso, Oficina 5-7, San José, Costa Rica.
El Faro es apoyado por:
logo_footer
logo_footer
logo_footer
logo_footer
logo_footer
FUNDACIÓN PERIÓDICA (San José, Costa Rica). Todos los Derechos Reservados. Copyright© 1998 - 2023. Fundado el 25 de abril de 1998.