Opinión /

Besos pintados para Oscar Wilde


Jueves, 11 de agosto de 2011
Lauri García Dueñas

Con el tiempo, he aprendido que las cosas que a uno le pasan en la vida tienen un sentido de interrelación. Los hechos aislados no existen. La sensibilidad que nos otorga la literatura consiste precisamente en aprender a leer esa conexión entre sucesos aparentemente alejados. Digo todo esto, por la implicación sentimental que me produjo releer este domingo “El Príncipe Feliz” de Oscar Wilde.

El espíritu humano es más consiente de sí mismo los domingos. Es una teoría que he venido desarrollando a través de los años y está reforzada por el comentario generalizado de que ese día una especie de certeza existencial se apodera de las personas.

Las lecturas dominicales y los pensamientos en general suelen ser más hondos el último día de la semana, justamente un día antes de que la vida vuelva a iniciar su rutina. Por eso los niños se ponen tristes los domingos.

Cuando era niña leí “El Príncipe Feliz” de Oscar Wilde y hoy por propia voluntad y azar volví a hacerlo. El libro estaba ahí, entre mis cosas. Acababa de leer un post de “El inútil de la familia” de Elmer Menjívar y tenía ganas de masticar lecturas hondas, dominicales.

La luz del día entraba por entre las cortinas rojizas de mi habitación e iluminaba mi lectura, al fondo oía los ruidos familiares, mi madre me llamaba a la mesa pero me tardé un poco más en llegar. Cuando terminé de leer el cuento, los ojos me quedaron acuosos como de caricatura japonesa y sentí verdaderos espasmos en el plexo solar.

El relato data del siglo XIX pero habla exactamente de lo que ahora vivimos como especie.  Cuenta la historia de un príncipe vuelto una estatua cubierta de oro y piedras preciosas que está emplazado sobre Londres. Lejos de su palacio, se da cuenta de las miserias del mundo.

Los personajes son una gaviota, inicialmente enamorada de un junco, un grupo de políticos vanidosos, un niño enfermo que pide naranjas, su madre costurera, un escritor hambriento,  una pareja de enamorados, un vestido de pasionarias, una chiquilla cuyos cerillos cayeron al río. Dios y un ángel.

Los hechos se desarrollan de tal forma que la gaviota muere a los pies del príncipe luego de besarlo en la boca, los pobres logran tener alimento y los políticos discuten en honor a quien erigir la siguiente estatua.

Mis lecturas de hoy me llevaron también a leer la bitácora de una hermosa viuda y la mala noticia de que el pintor y escultor Alfredo Catalán Medrano fue asesinado por pandilleros en San Jacinto sin que ningún sospechoso esté detenido. En estos momentos, una duda del sentido de la vida, sobre todo también, por la reciente vivencia de asuntos familiares que nunca esperé enfrentar.

Pero leo a Wilde, un hombre que vivió el éxito mundano y literario para luego conocer la cárcel y el exilio, por haber aceptado abiertamente su homosexualidad. Y recuerdo, aquel otoño en París cuando conocí su tumba y me sorprendió que la gente dejase encima marcas de besos con pinta labios y corazones dibujados.

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