Opinión /

Indignados, gamberros y resentidas


Lunes, 22 de agosto de 2011
Ricardo Ribera

Desde hace ratos hizo crisis el llamado Estado de bienestar. Es decir, claro,  en aquellos países donde funcionó, lo cual no es nuestro caso. Gobiernos socialdemócratas y partidos de centro-izquierda comenzaron a quejarse de que se había vuelto inviable.  “Se volvió incosteable”, decían. Lo que no decían era por qué, si había podido financiarse antes, por décadas, dejaba de ser posible justo después de la caída del llamado socialismo real. No era tanto cuestión económica o un problema técnico, sino más consecuencia de una lucha ideológica y que tras el triunfo de dicha postura estaban los ideólogos del capitalismo más salvaje. El socialismo que se derrumbaba, no importa la falta de atractivo de ese modelo o su poca viabilidad, al menos había servido para refrenar a los partidarios de esas tendencias extremas.

El Estado de bienestar, dictaminaron, estaba “pasado de moda”. Los “neocons” lanzaban su ofensiva ideológica tras la caída del muro de Berlín, atacando sus fundamentos de solidaridad y justicia redistributiva, insinuando que dichos valores resultaban injustos. A los triunfadores – decían–  se les carga con impuestos para ayudar a los pobres loosers, a los perdedores, lo cual estaría contra la filosofía básica del capitalismo. Incluso contra su ética, si es que el sistema tiene alguna, habría que añadir. Desde entonces se viene preconizando que el Estado no interfiera, que deje hundirse a los que fracasan, que las víctimas se arreglen solas. Es el precio a pagar para mantener la “buena salud” del sistema.

Pero ya metidos en el siglo XXI y con la tremenda crisis económica mundial están quedando claras las repercusiones nefastas de tales líneas neoconservadoras. La situación ya no es simplemente el debilitamiento o ausencia del Estado de bienestar pues se evidencia el vuelco al otro extremo: lo que impera, en todas partes, es el malestar. Son sociedades de malestar las del capitalismo de nuestro siglo. Las crisis aparecen cíclicas e inevitables, cada vez más devastadoras e ingobernables. Nos encuentran con escasas herramientas para atenuarlas y poder manejarlas debido a la debilidad en que se ha postrado al Estado. Ni el sistema goza de buena salud, ni está saludable la población que vive en su seno.

No es de extrañar, por tanto, el carácter generalizado de las protestas y de la inquietud social. Los disturbios estallaron con fuerza en 2008 en Grecia, después de la muerte a tiros de un joven por disparos de la policía. Algo semejante ya se había producido en 2005 en la periferia de París, con un componente racial en este caso, tras morir electrocutados dos jóvenes de color a quienes perseguía la fuerza pública. En ambos países la agitación se torna violenta, de carácter político aunque carezca de objetivos definidos, determinada por sus posturas “anti”, la denuncia de la violencia policial en su centro y su núcleo más activo la juventud marginada.

En el presente año 2011 se desata en España el movimiento de “los indignados”. A partir de la iniciativa “Democracia Real Ya” previo a la convocatoria electoral del 15 de mayo se toman la Plaza del Sol, en el centro de Madrid, y de igual forma en otras ciudades españolas, exigen soluciones reales a la crisis y critican con dureza a todos los políticos. Las redes sociales amplifican la convocatoria, la marcha de protesta se convierte en acampada y deriva en movimiento de asambleas, que después se ha ido a los barrios. Un fuerte componente antisistema prevalece entre “los indignados”, castigados por el desempleo y el alto costo de la vivienda, enardecidos ante el desahucio de familias desempleadas, que no pueden seguir pagando sus hipotecas a los bancos. Para esos casos, se denuncia, no hay acciones de salvataje como sí las hubo con entidades financieras, en gran medida responsables de la crisis.

Inspirado en el libro “Indignaos”, que denuncia los excesos del capitalismo salvaje en la crisis, el movimiento español le copió a movimientos precedentes en Islandia e Irlanda y ha encontrado sus imitadores en diversos países. El último, Israel, donde 300 mil jóvenes se han movilizado contra la política oficial. En una forma menos novedosa y más tradicional las valientes manifestaciones en Chile, de más de cien mil estudiantes, contra el alto costo de la educación y su privatización. Tampoco los denominados “indignados” en El Salvador reflejaron planteamientos semejantes a los del movimiento español que dicen emular, cuando frente al decreto 743 hicieron distintas acciones de repudio al mismo y contra el conjunto de la clase política, sin mayor distingo entre la izquierda y la derecha. Más fueron instrumento de ciertas instituciones e iniciativas de carácter conservador y muy poco expresión genuina de la juventud convocándose a sí misma y gestando sus propias consignas, sus formas de movilización, sus reivindicaciones y sus alternativas. Imitar casi nunca es crear. No se trata sólo de indignarse: hay que ver contra qué y a favor de qué.

Diferente ha sido también la revuelta generalizada en Gran Bretaña, que entre el 6 y el 10 de agosto estalló en Londres y otra media docena de ciudades inglesas. Si bien inició por un motivo similar a las algaradas en otros países – la muerte a tiros por la policía de Mark Duggan, un joven de color, que estaba desarmado – pronto reflejó características de gamberrismo alejadas de cualquier pretension política. Los saqueos y robos, la destrucción de propiedad privada y la violencia gratuita, más reflejan una conducta delictiva o pandilleril que poco tiene que ver con la conciencia política o social. Grupos de jóvenes que aprovecharon la confusión para dar rienda suelta a su agresividad, gozando de ejercer violencia sobre los más débiles, divirtiéndose con ello y en acciones masivas de saqueo de tiendas, robando objetos de consumo de lujo como televisores de pantalla plana, joyas y perfumes. No son revueltas por hambre, explosiones desde la pobreza, sino motivadas por la riqueza y el consumismo, para hacerse de cosas fuera de su alcance o sencillamente darse el gusto de obtenerlas de gratis. Reflejan una anomia o pérdida de valores muy preocupante, que es síntoma no sólo del malestar, asimismo de la crisis moral del sistema.

El pueblo británico y sus autoridades tratan de entender lo que acaba de pasar, atónitos ante la gravedad y masividad de los desórdenes. Han muerto cinco personas, las pérdidas se elevan a 230 millones de euros, hay más de 2 mil 800 detenidos. Uno de los fallecidos, Richard Mannington, un jubilado de 68 años, murió víctima de una brutal paliza al intentar apagar el fuego provocado por los alborotadores. Éstos no permitieron a los cuerpos de socorro auxiliarlo y falleció en el hospital después de tres días en coma. Está acusado del golpe mortal que lo tiró al pavimento y le fracturó el cráneo un muchachito de 16 años, al que no se podrá aplicar todo el rigor de la ley por ser menor de edad.

Muchos de estos chicos violentos no pertenecen a gangs o pandillas, algunos son de barrios obreros donde cunde el desempleo. Su comportamiento recuerda a los hooligans: la violencia y destrucción como una forma de divertirse. Los hay que provienen de la clase media y es incomprensible su participación en los hechos. Muchos fueron grabados por las cámaras de vigilancia y ahora son arrestados y tendrán antecedentes policiales de por vida, por haber robado cosas que hubieran podido perfectamente comprar con su propio dinero. ¿Por qué lo hicieron? Ni ellos mismos son capaces de responder a esta pregunta. Vieron que otros lo hacían y se sumaron, les pareció divertido, así de sencillo. Nunca se detuvieron a pensar en el carácter moral de sus acciones, si eran buenas o malas, si estaban o no justificadas.

Tampoco parecen preguntarse sobre la bondad o maldad de su actuar, suyo y de sus familiares, las salvadoreñas que El Faro calificó como “damas de blanco”. También reflejan un malestar, pero no de toda la sociedad salvadoreña, sino sólo de un sector muy específico. No están “indignadas”, están, al decir de doña Ana Virginia de Bustillo, “resentidas”. En su visión su esposo, el general Rafael Bustillo, quien fue el jefe de la Fuerza Aérea a lo largo de todo el conflicto, está injustamente acusado – y acosado – por la justicia española de participar en el crimen de los jesuitas, siendo que al contrario debería ser considerado como un héroe. Todo el alto mando de la época, hoy tratando de evadir las órdenes internacionales de captura, serían héroes, por haber salvado al país del comunismo.

Unas cincuenta esposas y familiares de los nueve militares resguardados-retenidos-arrestados (nadie sabe bien en qué calidad están en el antiguo cuartel de la Guardia Nacional) hicieron una manifestación hacia la embajada de España. A algunos medios les pareció ver quinientos manifestantes, lo cual demuestra su poco disimulada simpatía con la protesta. Acompañaban a las damas de blanco algunos caballeros: el coronel Sigifredo Ochoa Pérez, quien fue íntimo del mayor d´Aubuisson y militante arenero destacado, el cafetalero y miembro del Coena, Mario Acosta Oertel, y el diputado de Arena, hijo del fundador, Roberto d´Aubuisson. Con tal acompañamiento, que se haya gritado frente a la sede diplomática la consigna arenera “patria sí, comunismo no” no debería extrañar, aun cuando haya estado fuera de lugar.

Al fin y al cabo, todo transcurrió de manera pacífica y civilizada. Muy diferente a los gamberros ingleses o a los indignados españoles. Al grupo de resentidas y compañía les conviene dejar una buena imagen si quieren convencer a las autoridades hispanas de la inocencia de sus defendidos. Lástima que al coronel se le ocurrió la gracia de comparar al juez Eloy Velasco, de la Audiencia Nacional de España, con un juez medieval, es más, con un “verdugo medieval”. También fue lamentable que al siguiente día que dicho juez abriera el proceso de instrucción contra veinte militares salvadoreños, el exterior de la residencia del embajador español haya sido tiroteado por desconocidos. No hubo periódico en el país que informase del hecho, pero sí salió la noticia en España. Seguro que es del conocimiento del juez Velasco. No abona a la presunción de inocencia de los imputados. El “Movimiento por la Paz, la Dignidad y la Soberanía Nacional”, que convocó a la marcha de protesta, bien haría en meditarlo.

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