Opinión /

Mujeres frente a la violencia (de todos)


Lunes, 5 de septiembre de 2011
Laura Aguirre

Me preocupa la violencia contra las mujeres. Me preocupa que desde el 2003 los registros muestren un incremento constante en la tasa de asesinatos de mujeres. Ellas representan el 14.3% de las muertes violentas. Sí, la mujeres sufren violencia en El Salvador. No reconocerlo sería miope. Pero también me preocupa la violencia contra los hombres. Me desconcierta que El Salvador sea uno de los países predilectos para la muerte de jóvenes entre 15 y 24 años. Ellos representan el 85.6% de las muertes violentas. No reconocerlo y omitirlo sería ceguera de mi parte.

Como se ha repetido hasta la saciedad, la violencia en El Salvador es un fenómeno complejo. Quiere decir que no responde a una sola causa, que no va en una sola dirección, que no se manifiesta de una sola manera, que no afecta a un solo tipo de personas y que nos atañe a todos y todas. Entonces, nuestro compromiso como sociedad civil debería estar enfocado en tratar entendernos dentro de esa complejidad y en un exigir solidario de explicaciones y soluciones integrales para todo El Salvador.

En mi opinión el feminismo podría ser una buena plataforma para lograr ese entendimiento y solidaridad en contra de la violencia, porque en su origen subyace la búsqueda de la justicia y la eliminación del sexismo en todas sus formas para lograr sociedades más igualitarias y democráticas. En El Salvador, sin embargo, no logro ver con claridad este objetivo dentro del movimiento feminista. Me preocupa que frente a un problema de tal magnitud como es la violencia, el compromiso parezca estar volcado hacia una sola de sus expresiones: la violencia de género y, dentro de este tipo de violencia, solo aquella perpetrada por hombres contra mujeres.

¿Es de esta manera que las mujeres deberíamos unirnos en contra de la violencia? ¿Qué problemas son los que veo en este uso confuso del feminismo como sinónimo de solidaridad solo para la mujer?

Primero, existe un enorme peligro de generar una percepción de la realidad de la violencia en El Salvador descontextualizada y parcial. No pretendo restar importancia a la violencia que algunos hombres ejercen sobre algunas mujeres, hay que denunciarla fuerte y claro. Pero al enfocar los esfuerzos contra la violencia como si ésta solo fuera violencia de género (ejercida por hombres hacia mujeres), se está oscureciendo una gran parte del escenario ¿De verdad podemos entender y exigir soluciones a la violencia en nuestro país sin hacer referencia a la que sufren los hombres? No, no lo creo. El Salvador es un país donde la violencia se inscribe en el cuerpo de las mujeres, pero también en el de nuestros padres, esposos, hermanos, hijos, nietos. El compromiso como feministas también debe ser con esas víctimas reales de la violencia a las cuales les tocó nacer 'hombres'. Los números los están gritando frente a nuestras narices. Bien lo ha dicho la feminista Raquel Osborne ' (...) mencionarlos y tener en cuenta la violencia perpetrada contra los hombres no tiene por qué rebajar un ápice la gravedad de la violencia de hombres a mujeres'.

Desde mi punto de vista, producir un discurso inclusivo, generaría un entendimiento más integral de la violencia, a partir de las diferentes formas en que se expresa para hombres y mujeres, ubicadas desde nuestro contexto y sin dar la impresión de otorgar más valor a las unas que a los otros o de estar respondido más a las agendas de las agencias financiadoras que a nuestra propia realidad. Pero ante todo podría generar efectos positivos sobre otros dos problemas que generan los discursos exclusivos y que me parecen cruciales dentro del pensamiento feminista en relación a la violencia: los análisis solo en términos binarios y sexistas: víctimas (mujeres, casi siempre pasivas, calladas y sumisas)/ victimarios (hombres), y la generación de solidaridad no solo entre mujeres feministas, sino también con otros sectores de la sociedad, incluídos los hombres.

La utilización de las palabras víctima/victimario tienen una fuerte presencia en los discursos feministas más conocidos, no solo en El Salvador, sino también a nivel mundial. Tengo la impresión que su uso y aceptación entre algunos grupos feministas ha llegado a tal punto que ahora se usa casi como un relación incuestionable y natural donde se sobreentiende que los hombres son los únicos victimarios y que las mujeres sólo pueden ser víctimas. Y si no lo han sido, ellas son siempre víctimas potenciales y ellos son siempre victimarios potenciales.

Creo comprender el atractivo de este binarismo. Como dice una de mis feministas preferidas, Gabriela Castellanos: 'el pensamiento binario atrae, ofrece una sencillez y sentido valorativo inmediato y (...) desprende teorías que se propagan fácilmente y que suelen prender en el público'. Para mi las consecuencias más importante de seguir pensando como feministas en esto términos es que se está reforzando las distancias entre'ellos' (malos) y 'nosotras' (buenas). Al convertirnos en las eternas víctimas se está simplificando las relaciones entre hombres y mujeres; y se oculta, entre otras cosas, distintos tipo de violencias en las que la misoginia o el deseo de dominación resultan insuficientes para explicarlas. Por ejemplo, la violencia ejercida de hombres contra hombres, de mujeres contra niños(as), de mujeres contra otras mujeres, de hombres homosexuales contra hombres homosexuales, etc.; y que hoy por hoy resultan urgentes de tener presentes para comprender la violencia desde su complejidad. Pero lo más importante es que al pensarnos como pares opuestos solo entorpecemos o imposibilitamos la construcción de una solidaridad real entre iguales.

¿De qué solidaridad estoy hablando? De una solidaridad que no se base en la falsa percepción de que todas las mujeres, por el simple hecho de haber nacido mujeres, compartimos 'un algo' que nos inclina a esa solidaridad entre nosotras. Hablo de una solidaridad en los términos que plantea el filósofo Richard Rorty, la cual consiste en la capacidad de identificarse con el sufrimiento, el dolor y la humillación de otros, por lograr imaginarse los detalles de sus vidas. El compromiso entonces debe ser con todas esas otras personas, sin que el género se vuelva un elemento de discriminación más.

Por lo tanto si se siguen lanzando mensajes, desde el feminismo, que una sociedad más justa, igual y sin violencia para las mujeres, se va a lograr solo evidenciando el sufrimiento de mujeres en manos de hombres; y se siguen omitiendo las situaciones de injusticia social y violencia que viven los hombres, entonces como dice la feminista francesa Elisabeth Badinter, se está cerrando la puerta a toda esperanza de comprender su influencia recíproca y de medir su común pertenencia a la humanidad y su común responsabilidad en la búsqueda de soluciones.

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