Opinión /

El milagro de Rávena


Miércoles, 14 de septiembre de 2011
El Faro
El Salvador entero celebra estos días la más grande alegría que un equipo nacional nos ha dado: el cuarto lugar en el mundial de fútbol playa Italia 2011.

La Selecta playera nos cautivó en cada encuentro disputado en la arena de Rávena, por su espíritu de resistencia y persistencia en juegos contra selecciones de mucho más peso histórico y mucha mejor preparación, como la de Argentina y la local Italia, ambas eliminadas por el equipo formado en La Pirrayita.

Justo en la semana de fiestas patrias, celebramos la hazaña de los pescadores y observamos cómo empresas y partidos políticos intentan capitalizar el histórico logro de unos muchachos que regresan vestidos de una gloria ganada a puro tesón y coraje. Y de un poco de buena fortuna.

El festejo es merecido. Se lo merecen ellos, porque lo han logrado contra todos los pronósticos y contra todos los recursos de las otras selecciones. Pero tenemos que estar claros de que la actuación de la selecta de playa no es representativa de nuestro deporte. Es casi un milagro que estos jóvenes hayan llegado hasta donde llegaron. Porque no son la consecuencia de un proceso de formación, de un sistema de juego, de un esfuerzo acuerpado por técnicos, empresarios, dirigentes deportivos, aficionados. Porque no son atletas profesionales ni deportistas sometidos a un sistema de entrenamiento, alimentación, descansos y cuidados dignos de una selección nacional. Ni siquiera de un equipo amateur.

Este país, al que han representado con grandeza memorable, apenas ahora que los ve volver triunfantes se decide a reconocerlos. Apenas ahora se habla de hacerles una cancha, de profesionalizarlos, de darles reconocimientos con honores de Estado.

En la Asamblea, desde donde han sido incapaces en dos décadas de cumplir con auditorías a la Corte de Cuentas que podrían haber frenado la corrupción y por tanto ofrecer vidas más dignas a estos jugadores y a todos los demás salvadoreños; desde donde se gastan millones en viajes que no sirven de nada y en sueldos a asesores fantasmas; donde algunos representantes se apropian de tierras que son para campesinos pobres; ahora se anuncian homenajes y los partidos políticos disputan el protagonismo de las iniciativas para reconocer a la selecta de playa.

Ciertamente los jugadores merecen el reconocimiento. Y este país, golpeado por la violencia, la pobreza, la corrupción y la falta de esperanzas, celebra en grande una alegría nacional. Esa es la más noble de las consecuencias de la actuación de la selecta playera en Rávena: darnos motivos de alegría.

El martes, cientos de salvadoreños hicieron la ruta hasta Comalapa para recibir a los héroes de un país al que representan con la camiseta, pero no con un juego que es suyo, solo suyo. Que no es representativo de nuestro nivel de futbol ni de nuestra institucionalidad deportiva ni nuestro desarrollo. Es, casi, una casualidad. Pero lograda con la pasión de los que, en Rávena, comenzaron a escribir su leyenda.

Bienvenidos a casa.

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