Opinión /

El legado de Saúl Solórzano


Martes, 20 de septiembre de 2011
Mauricio Alarcón*

Saúl Solorzano, activista salvadoreño, falleció el 17 de agosto pasado en Washington D.C. Para evitar que el olvido colectivo se devore este hecho y para que mis hijos tengan registro de la importancia de la vida de mi querido amigo y hermano Saúl, escribo este artículo. Me he concentrado deliberadamente en la vida política de Saúl, ya que su existencia logró exitosamente compactar dos dimensiones que parecían incompatibles. Por un lado, el compromiso por la justicia social y el fin de la represión y la guerra en El Salvador y, por el otro, la defensa de los derechos de los migrantes en Estados Unidos.

La vida política de Saúl  empieza desde muy joven. Participó en la búsqueda de la democracia en El Salvador junto a otros jóvenes, muchos de cuales no sobrevivieron.  Además de participar en el Movimiento Estudiantil Revolucionario de Secundaria, (MERS), perteneció a las Comunidades Cristianas de Base, desde donde descubrió que el cristianismo tiene un rol liberador.  Rebelarse contra la injusticia y la indiferencia de los poderosos lo llevó a ganarse el exilio en 1980, meses antes de que cumpliera la mayoría de edad.

A su llegada a Los Ángeles, California, se incorporó al Comité de Solidaridad Farabundo Martí, que, dicho sea de paso, adoptó su nombre antes del nacimiento del FMLN en El Salvador.  Al ver que su trayectoria de catequista lo había preparado para trabajar dentro de la estructura eclesiástica, Saúl, junto a otros jóvenes salvadoreños, fundó COSIES, Comité de Solidaridad con la Iglesia en El Salvador. COSIES participó de la concientización de la iglesia angelina y  sirvió de  inspiración para líderes religiosos como el padre Olivares, párroco de la Misión de Nuestra Señora de los Ángeles, quienes lucharon por los derechos humanos de los salvadoreños en Estados Unidos y contra la represión de nuestros hermanos en El Salvador. En febrero de 1980, COSIES reproduce la carta que Monseñor Oscar Romero envió al Presidente de Estados Unidos, Jimmy Carter, pidiéndole que cesara la ayudada militar a El Salvador. COSIES consiguió que se distribuyera esta carta en 127 iglesias en los condados de Los Ángeles, San Bernardino, Orange y Riverside. Durante una década, el comité de Solidaridad realizó demostraciones semanalmente en el parque angelino de MacArthur Park contra las violaciones de derechos humanos en El Salvador.  Este comité costeó su labor vendiendo pupusas, tamales, quesadilla, horchata y solicitando donaciones en los vecindarios.

A pesar de haber llegado a Estados Unidos joven e indocumentado, su compromiso con la solidaridad llevó a Saúl a participar en actividades que impactaron a la conciencia y activismo de muchos  estadounidenses que después se volvieron más sensibles y solidarios con el pueblo salvadoreño durante la guerra civil.  Saúl pertenece a un grupo de salvadoreños que se lanzaron a educar al pueblo norteamericano y penetraron el corazón de esta sociedad cuando relataron el dolor que atravesaba el alma de nuestro país. De esta manera, Saúl y otros visitaron con su mensaje de solidaridad escuelas, iglesias, universidades, auditorios municipales, parques, calles y hasta en reservas indígenas. Como parte de este trabajo, Saúl y otros compañeros y compañeras fueron directamente al Congreso de los Estado Unidos, donde se escuchó muchas veces su clamor para detener los abusos de derechos humanos en El Salvador.

Los salvadoreños de Los Angeles junto a otros hermanos y hermanas radicados en San Francisco, California, empezaron la construcción de un movimiento de solidaridad en Estas Unidos como nunca antes ningún pueblo exiliado en tan corto tiempo lo había hecho. A través de los años, este movimiento de solidaridad creó muchas organizaciones comunitarias en las ciudades más importantes de Estados Unidos y envió portavoces a otros cientos de ciudades de la Unión Americana. Estos portavoces testificaban las masacres, las desapariciones, las torturas y otras atrocidades que escuadrones de la muerte y militares inescrupulosos realizaban en El Salvador con el dinero que enviaban los gobiernos de los presidentes Ronald Reagan y George H. Bush.

Además de la creación de instituciones de ayuda legal a los inmigrantes como era CARECEN (Centro de Refugiados Centroamericanos por sus siglas en inglés) en Washington, New York, San Francisco, Houston y Los Angeles, el movimiento de solidaridad con el pueblo de El Salvador fundó clínicas y organizaciones de ayuda médica y centros de información e investigación en Philadelphia, Boston y otras ciudades.

Fueron los testimonios de lucha y sufrimiento de activistas, como Saúl Solórzano, los que inspiraron al pueblo norteamericano para que organizara más de 370 Comités de Solidaridad con El Pueblo Salvadoreño, CISPES, y que religiosos del Movimiento de Santuario desafiaran la política migratoria de la administración Reagan, cuando casi un millar de iglesias se declararon santuario-albergue de refugiados salvadoreños y guatemaltecos.  Cientos de ciudades y hasta estados como Nuevo México y Wisconsin se declararon santuario de refugiados salvadoreños en abierta confrontación con el gobierno federal en los años ochentas.

Sin el acompañamiento del pueblo norteamericano y la labor de dirigentes como Saúl Solórzano, la guerra hubiera sido mucho más sangrienta y la paz hubiese llegado más tarde. Muchas de las operaciones “embolo y pistón”  y “yunque y martillo” fueron monitoreadas por personas del movimiento de solidaridad desde dentro de los mismos cuarteles donde se realizaban los operativos o en los improvisados cementerios y hospitales donde se acumularon las víctimas de estas tácticas de guerra.

La decisión de que el Congreso de los Estados Unidos haya limitado a 55 asesores militares al año en El Salvador y que no haya tenido participación directa de tropas estadounidenses en El Salvador no fue algo que se dio por voluntad del Comando Sur y el Pentágono. Esta opción fue motivada, en parte, porque individuos como Saúl y miles de norteamericanos organizados en mas de 370 comités de solidaridad y en cientos de congregaciones religiosas de muchas denominaciones en toda la Unión Americana acompañaron al pueblo salvadoreño en la búsqueda de la paz. Al igual que la guerra en Vietnam, la paz en El Salvador no se consiguió únicamente por un empate en el campo de batalla, cientos de  miles de personas de todas las procedencias étnicas apoyaron una salida negociada a la guerra. 

En 1982, Saúl, junto a otros compatriotas, organizaron huelgas de hambre en Los Ángeles, San Francisco, Nueva York, Washington D.C. para denunciar las atrocidades realizadas por paramilitares y Fuerza Armada, exigir el cese a la ayuda militar a El Salvador y el alto a las deportaciones de nuestros connacionales. En 1983, por sugerencia del Gran Jefe Indio-Americano Bill Wapapa, 183 Salvadoreños y estadounidenses solidarios, emprendieron una caminata desde la ciudad de Nueva York hacia Washington, D.C. protestando la violación a los derechos humanos y las deportaciones. Después de 17 días de caminar bajo temperaturas por encima de los 30 grados centígrados, los salvadoreños lograron que más de una veintena de congresistas los recibieran en sus oficinas y escucharan su versión del conflicto. Fue así como se inició la iniciativa de ley Extended Voluntary Departure (Extensión de Salida Voluntaria), similar al actual Estatus de Protección Temporal (TPS por sus siglas en inglés), la cual fue introducida por el Senador Dennis deConcini, de Arizona y el Representante Joe Moackley, de Massachussetts.

Aunque la legalización de los más de 200 mil salvadoreños con TPS y la lucha por una reforma a la ley de inmigración nacional en Estados Unidos fue la gesta que mantuvo a Saúl Solorzano ocupado los últimos años de su vida, su participación en la Campaña “Going Home” de SHARE Foundation fue la más peligrosa y en la que hizo grandes contribuciones al proceso de paz en El Salvador.   Miles de Salvadoreños sobrevivientes de la masacre del Río Sumpul y otros bombardeos en caseríos fronterizos, que se refugiaron en los Campos de Refugiados de Mesa Grande en Honduras, volvieron a sus hogares en Cabañas y Chalatenango, en parte gracias a esta campaña. Saúl participó en varias delegaciones que cruzaron la frontera El Salvador-Honduras y sus respectivos cercos militares entre 1987 y 1990, tal como recuerda José Artiga, Director Ejecutivo de SHARE Foundation. Aunque años después del fin del conflicto y en una realidad en la que los ex alzados en armas son ahora gobierno, las repoblaciones de Cabañas, Chalatenango y Morazán no aparecen en las anotaciones de historiadores, ni en las cuentas de los mismos negociadores de la guerra. Hay que recordar que cruzar la frontera con cientos de refugiados destinados a las zonas en conflicto era un verdadero acto de guerra y, aún más, juntar los recursos para hacer estas jornadas y reclutar voluntarios.  Organizaciones como Voices of the Border y otras de carácter internacional también participaron en la repatriación de salvadoreños de Colomoncagua, Honduras.

Si bien su última trinchera como Presidente de CARECEN, organización que ha servido de socorro jurídico para los salvadoreños en los últimos treinta años,  parecía estable y bien remunerada, la jornada no fue fácil. Monitorear al congreso y demás legislaturas estatales y municipales, en donde más y más políticos proponen cientos de leyes punitivas en contra de los indocumentados, no era para empleados con un horario estricto de  8 de la mañana a 5 de la tarde.  Cientos de madrugadas hallaron a Saúl Solorzano en conferencias telefónicas coordinando el trabajo con activistas de otras ciudades donde se lanzan agendas punitivas contra los inmigrantes. Hay que recordar que las mejores estrategias, de las que no se habla públicamente por que pierden su efectividad, siempre se hacen a altas horas de la noche, tras interpretar las voces de individuos que no están en la palestra. Así se redactaron propuestas y se planificaron marchas, huelgas de hambre, piquetes, caminatas y visitas al Congreso, durante los años de solidaridad con El Salvador.

Lo especial de Saúl, entre los miles de luchadores por la justicia en El Salvador y Estados Unidos, es que él fue un cuadro integral. Dentro su jornada en CARECEN, Saúl encontró tiempo para estudiar una licenciatura en gerencia empresarial en la University of the District of Columbia y una maestría en Administración Pública en American University. No fue sino hasta hace unos pocos años que decidió casarse y tener una hija, Joan Camila, a quien deja al cuidado de su madre.

Yo tuve el honor de ser amigo de Saúl  por más de 30 años de lucha, en los que más de una década compartimos bajo un mismo techo.  El último mensaje que dejó Saúl en mi celular antes de su muerte fue sobre los arreglos de la visita del magistrado de la Corte Suprema, Sydney Blanco a la ciudad de Washington, D.C.  Si bien es cierto CARECEN en vida de Saúl nunca tuvo padrinazgo gubernamental ni con ARENA, ni el FMLN, nunca le dejó de preocupar la democracia en El Salvador.  Era muy cuidadoso en afiliarse a entidades políticas. Le tomó más de 25 años incorporarse al Partido Demócrata en Estados Unidos y lanzar su candidatura para un escaño en el Concejo Municipal del Distrito de Columbia. Pero en los últimos años, había llegado a la conclusión de que había que ser parte de los organismos desde donde se legisla. Esto con la finalidad de cambiar su actitud hacia los marginados.

Lograr la justicia social tanto en El Salvador como en Estados Unidos está mucho más lejos de lo que pensábamos cuando se inició la negociación de la paz.  La globalización empobrece cada vez más a nuestros países y genera una lucha por la supervivencia entre los más pobres, que se baten entre el destierro forzado o la deportación tras este destierro. La lucha contra la discriminación y el irrespeto a los derechos civiles en Washington D.C. y muchas otras ciudades de Estados Unidos va demandar la presencia de muchos Saúles. También  la búsqueda de un país más justo y democrático en El Salvador.

*Salvadoreño radicado desde hace muchos años en Estados Unidos, donde fue vicepresidente de CARECEN. Es profesor en Arlington, Texas.

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