Opinión /

María no se detiene


Lunes, 7 de noviembre de 2011
Laura Aguirre

La primera vez que estuve en el albergue de migrantes de Arriaga, al sur de México, conocí a María, una migrante centroamericana, con un poco más de 30 años, que había dejado a cuatro hijos y un esposo en su tierra. Iba para “el norte” con una amiga. Les habían prometido trabajo en El Paso, Texas. Su guía: un coyote y un mapa de punto y raya dibujado en una página de papel blanco. Mi amiga y yo tratamos de convencerla de no seguir, le advertimos con ahínco de todas las cosas espantosas que estaban pasando a las migrantes en todo el camino por México.  Escuchó pacientemente nuestro discurso bien intencionado y luego nos dijo “Puesi, sí, yo quisiera quedarme con mis hijos, pero para qué me quedo si con eso no puedo darles de comer” ¿Qué hacer? ¿Seguir intentando detenerla? Desistimos. 

Todos los días cientos de hombres y mujeres, como María, emprenden el camino desde Centroamérica hacia “el norte” sin documentos. La mayoría no llega. Muchos desaparecen en el camino. Otros son devueltos a sus países.  Carne de cañón ¿Qué hacer para proteger los derechos y la dignidad de estas personas? 

Por un buen tiempo pensé que por lo menos El Salvador había hecho parte de la tarea al adscribirse al Protocolo de Palermo, tratado internacional diseñado por la Naciones Unidas, que previene y combate el tráfico y trata de personas. El único instrumento legal internacional, firmado también por los países desarrollados (de destino), que existe para la protección de todas las personas migrantes. Luego, y después de leer el protocolo, pasé a cuestionarme si este marco legal realmente protege los intereses y derechos de las personas migrantes ¿podríamos decirle a María y a todos nuestros hombres y mujeres migrantes que al menos hemos cumplido con la tarea de firmar estos protocolos que los protegen? Ahora creo que, en la forma que está redactado, este marco empeora la situación de los más vulnerables: los y las migrantes indocumentadas. 

Cuando quise leer por primera vez el protocolo, la lógica me llevó a buscarlo en los documentos de la Oficina de las Naciones Unidas del Alto Comisionado para los Derechos Humanos. Cero Protocolo de Palermo. Finalmente lo encontré en los documentos de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito ¿Cuál es el problema de esto?

Este protocolo hace dos ecuaciones que parecen incuestionables: toda migración irregular (indocumentada, ilegal, mojada) = delitos de tráfico y trata de personas y, por lo tanto,  combate al tráfico y trata de personas = protección de los migrantes. Lo grave de estas asociaciones es que, en letra escrita, no existe el reconocimiento de la migración como decisión, como estrategia de vida, de búsqueda de un mejor futuro, de oportunidades, etc. Y al no existir esta distinción, lo que se encuentra en el Protocolo es una mezcla de todo tipo de migración indocumentada con crimen organizado internacional y de todos los migrantes con víctimas del tráfico ilícito y trata. Cualquier persona que se mueva entre fronteras sin permisos pasa a ser reconocido, únicamente, como sujeto de derechos en su calidad de víctima a rescatar: o de traficantes de personas (de coyotes, carteles de droga, redes de explotación) o de tratantes, especialmente las mujeres y los niños. El reconocimiento de otros derechos (libertad de movimiento, trabajo, permanencia en el país de llegada, etc) queda a discrecionalidad de cada Estado. Y como consecuencia la protección de los migrantes indocumentados termina alejándose de la cuestión de derechos y se centra en combatir a las mafias. 

Pienso en María. Recuerdo que dijo que irse había sido una decisión de ella y su esposo. Lloró recordando a sus hijos, pero también se limpió las lágrimas. La imagino a ella y su amiga en la travesía, intentando llegar a EE.UU. Sin papeles, como transeúntes ilícitas en México, sabían que no podrían lograrlo solas. Por eso habían pagado a un coyote para que fuera su guía ¿cómo si no? ¿de qué manera podría María moverse lícitamente entre las fronteras? Pero esos detalles parecen no ser tan importantes. En el intento de llegar al otro lado, el Protocolo de Palermo considera que María es víctima, víctima de ese coyote y quizá de toda una red. Si en el camino la intercepta la policía, y si tiene suerte con la mexicana, la rescatará del coyote ¿para que pueda seguir su camino con seguridad y sin tener que darle todo su dinero? No, la rescatará para deportarla. 

Para el protocolo es de particular importancia el delito de trata de personas para la explotación, del cual las mujeres y los niños seremos especialmente vulnerables. Así que María, por ser mujer migrante e indocumentada, sería la víctima por antonomasia. Nuevamente el marco iguala toda la migración, esta vez femenina indocumentada, con la trata de mujeres. Da por hecho que todas las migrantes sin papeles han sido engañadas, abusadas, amenazadas o coaccionadas para migrar y para ser explotadas. ¿Estoy diciendo que no existen estas situaciones? No. Digo que la realidad ni es uniforme, ni es dicotómica. Digo que no estamos ante un universo de víctimas, ni ante uno de mujeres víctimas vrs. mujeres no víctimas. En una sola mujer migrante, y en hombres también, podemos encontrar muchas situaciones paradójicas que hacen imposible definir la explotación como blanco o negro.  

Cuántas historias conocemos de mujeres que, como María, son migrantes sin papeles legales que han conseguido trabajo en la industria textil, en los servicios domésticos, en el comercio sexual, con dobles jornadas de trabajo, sin acceso a prestaciones sociales y casi a ningún derecho. Cuántas conocemos que han tenido que pagar para tener documentos falsos, para usar el nombre de otra persona, para obtener un sello en el pasaporte y poder quedarse en esos trabajos. ¿Son explotadas? Sí ¿Quieren ser explotadas? No lo creo. Y si las escuchamos realmente no creo que sea tan difícil darse cuenta de que lo que necesitan estas mujeres no es ser “rescatadas” de su explotación para ser deportadas. Necesitan un marco de derechos amplio que realmente las proteja. ¿Acaso el combate a la explotación de las migrantes no sería más efectivo si los estados se comprometieran a reconocer otros derechos a estas mujeres como el de migrar, moverse, trabajar, permanecer en el país de destino? 

¿Y si María se negara a ser rescatada? ¿Si explicara con vehemencia una y otra vez que necesita seguir, que está migrando por su propia decisión, que la están esperando al otro lado en algún trabajo o que prefiere quedarse en el trabajo que ya tiene?  Deportación. ¿Debería extrañarnos, entonces, que muchas mujeres prefieran quedarse calladas y no denunciar a sus explotadores para aprovechar al menos algunos beneficios de su migración?

Y aquí aparece el gran problema de plantear la protección de migrantes indocumentados solo como el combate a las mafias de tráfico y trata de personas. Parece que en realidad es un problema exclusivo de nosotros, los países expulsores, que no hemos trabajado lo suficiente para procurarle a nuestra gente las condiciones necesarias para que puedan vivir. Y se desdibuja la otra cara de la moneda, una donde la migración (sobre todo la no regulada) se explica también dentro de un sistema de desigualdades sociales globales, dentro de un mundo que quiere rescatar a nuestros “pobres” migrantes, pero que al mismo tiempo los demanda.  

La estrategia de protección, entonces, se queda en un plano superficial en el que solo se ataca una de las expresiones de estas desigualdades y no las causas estructurales. Así, más parece que el protocolo está enfocado en detener la migración que en proteger los derechos de los migrantes. Esta contradicción revela la principal consecuencia negativa: al no hacer distinción entre migrantes y víctimas, entre derechos y rescate, no solo se hace más difícil el movimiento de personas entre las fronteras sino que también se hace más vulnerable a los que migran de convertirse en verdaderas víctimas. 

Al igual que María la migración no se detiene. La gente sigue queriendo o necesitando irse y lo hará. Y, por muy buenas intenciones que las Naciones Unidas tengan, con la criminalización de los flujos migratorios y la victimización de los migrantes solo se seguirá logrando cerrar todavía más las fronteras de los países de tránsito - destino y promover leyes anti-migratorias cada vez más duras, ofrecer “soluciones” irreales y simplistas, complejizar las formas de moverse y fortalecer las redes criminales de traficantes y explotadores que supuestamente combaten. 

En México, por ejemplo, parecen cada vez más escasos los coyotes de antaño, ahora son los carteles de droga los que controlan las rutas de tránsito de migrantes. Tardaron algún tiempo, pero finalmente descubrieron que el flujo constante de personas suponía acceso a muchísimo dinero “seguro”, entre otras cosas. Ya ni es nuevo que, en varios puntos del camino hacia EE.UU, hombres y mujeres migrantes son secuestrados y retenidos hasta que sus familias pagan un rescate. Solo así son liberados. Me imagino que María pudo haber sido secuestrada y quizá su esposo tuvo que pagar para que la soltaran ¿Denunciar a sus captores? Me la imagino respondiéndome igual: “Pues sí, si yo no quiero que me secuestren, pero para qué los denuncio si me van a deportar y con eso tampoco puedo darle de comer a mis hijos”. Y la gente seguirá pagando porque, hoy por hoy, es la única forma que tienen de seguir el camino.

logo-undefined
CAMINEMOS JUNTOS, OTROS 25 AÑOS
Si te parece valioso el trabajo de El Faro, apóyanos para seguir. Únete a nuestra comunidad de lectores y lectoras que con su membresía mensual, trimestral o anual garantizan nuestra sostenibilidad y hacen posible que nuestro equipo de periodistas continúen haciendo periodismo transparente, confiable y ético.
Apóyanos desde $3.75/mes. Cancela cuando quieras.

Edificio Centro Colón, 5to Piso, Oficina 5-7, San José, Costa Rica.
El Faro es apoyado por:
logo_footer
logo_footer
logo_footer
logo_footer
logo_footer
FUNDACIÓN PERIÓDICA (San José, Costa Rica). Todos los Derechos Reservados. Copyright© 1998 - 2023. Fundado el 25 de abril de 1998.