Opinión /

Los retos de Guatemala


Lunes, 7 de noviembre de 2011
Edgar Gutiérrez*

Ayer elegimos Presidente. El séptimo en lo que va de la era democrática, la más extensa de Guatemala en su vida republicana. En cada elección suele trazarse el horizonte de retos del nuevo gobernante. Vinicio Cerezo enfrentó el desafío de sentar las bases de la democracia política. Jorge Serrano tenía que ampliar los márgenes del poder político para emprender cambios de fondo, pero se desesperó y cayó; esa caída fue una regresión en términos de la democratización del poder. Álvaro Arzú firmó los Acuerdos de Paz. Alfonso Portillo continuó con el pulso de dilatar los márgenes del mercado, y salió vapuleado. Óscar Berger inauguró el primer gobierno cuasi puro empresarial, y la aplicación del viejo molde de seguridad resultó un desastre. Álvaro Colom raspó la veta de la política social.

El nuevo Presidente tendrá el reto de la reforma política. El sistema tiene graves fallas y distorsiones que nos llevan a un fracaso histórico. El pacto político que se tradujo en la Constitución de 1985 cumplió con sacarnos del trance autoritario y de la confrontación armada, pero ya no refleja el reparto del poder actual en la sociedad, y el sacrificio institucional del Estado resulta suicida.

Los graves problemas de la seguridad y la pobreza son inatajables con las actuales reglas. Los discursos de políticos, empresarios y sociedad civil son de inconformidad, pero ya suenan vacíos por retóricos, inconsecuentes. ¿A quién le interesa mantener el status? Hay quienes medran de las debilidades del sistema, pero al revisar quién gana y quién pierde, no aparece el que se parte el brazo defendiendo lo que hoy tenemos.

Algunos quieren cambios sin perder lo que tienen. Lógico. Es el único pero crucial pulso. Empero hablamos de una reforma y de un pacto. El sentido de la reforma es ampliar la base de la sociedad civil, entendida como sociedad del capital y la ciudadanía. Nos han dicho que desde la estructura actual del sistema se debe ampliar la base, pero la lección de los últimos 25 años es que el estribillo es frustrante e ineficiente. Vale la pena ensayar otra estructura. Esa nueva estructura está hace ratos en la teoría, pero es como la ley que nunca la cumplimos. 

La fórmula es liberar la economía, a la vez que se instala un Estado con autoridad. Ese es el equilibrio a encontrar, mediante un pacto, no una imposición. Un presidente se vuelve estadista cuando interpreta lo estratégico y no se contenta con lo táctico. Aunque ya sabemos que su primer día hábil de gobierno consistirá, otra vez, en lo elemental:buscar dinero, como el papá sin ahorros que no llega a fin de mes.

*Esta columna fue publicada originalmente en elPeriódico de Guatemala

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