Opinión /

Crónica de las fiestas del Centenario en 1911


Martes, 15 de noviembre de 2011
Carlos Gregorio López Bernal

Durante la primera semana de noviembre de 1911 se celebraron las “fiestas del Centenario”; las cuales englobaban un conjunto de actividades de diferente tipo, cuyo objetivo era conmemorar los cien años del movimiento de protesta en contra de las autoridades españolas acaecido en San Salvador un siglo antes. Sin lugar a dudas, estas son hasta hoy las más fastuosas fiestas cívicas organizadas en El Salvador en sus casi dos siglos de vida independiente. Ni las fiestas del centenario de la independencia, realizadas en septiembre de 1921, ni la celebración de los Acuerdos de Paz en 1992, fueron preparadas con tanto cuidado, ni tuvieron tanto esplendor.

Ese solo detalle vuelve interesante estudiarlas, pero estas celebraciones tuvieron un significado mayor en términos historiográficos y de construcción de memoria colectiva. Partiendo de un hecho histórico — entonces y hoy poco estudiado y menos comprendido — Estado, intelectuales y representantes de diferentes sectores sociales, organizaron una celebración que se prolongó por 5 días y que abarcó más de 56 actividades de diferente tipo, solo en San Salvador, logrando además contagiar su entusiasmo a pueblos y ciudades del interior que también celebraron en la medida de sus posibilidades.

En el marco de las fiestas se consagró el “monumento a los próceres” en la céntrica Plaza Libertad, hasta entonces conocida como Parque Dueñas, la cual sigue siendo el espacio público consagrado a la liturgia cívica independentista; se inauguraron estatuas de distinguidos personajes históricos, y se realizaron diferentes rituales cívicos, todos orientados a fomentar las virtudes cívicas de los salvadoreños y a fortalecer su patriotismo. Más importante aún, el centenario provocó una “reelaboración” de la historia nacional, cuyos productos, a pesar de carecer a menudo de sólidos fundamentos documentales y del rigor de la investigación histórica convencional, terminaron perfilando una interpretación de la independencia, en la cual se resaltó en sumo grado la precocidad de los movimientos independentistas sansalvadoreños, y la vocación libertaria y republicana de los próceres. Tal tendencia inició con la publicación de la Revista Próceres y el “Álbum del Centenario”, especie de memoria de las festividades, y se consolidó hacia la segunda mitad de la década de 1920 y es la que, con pequeños matices, se mantiene hasta hoy.

El programa oficial de los festejos, comprendía actividades a desarrollarse del 3 al 7 de noviembre, entre las cuales destacan: Congreso de Estudiantes, Congreso de Obreros, Juegos florales, Misas de acción de gracias, concursos, inauguración de monumentos, desfiles militares y de artesanos, conciertos, banquetes oficiales, bailes de gala, carreras, “noche veneciana” en la Finca Modelo, y otras. La cantidad y diversidad de actividades muestra el interés del gobierno salvadoreño por darle esplendor a la celebración, pero también la diligencia e imaginación de los organizadores, así como la receptividad de diferentes sectores sociales que vieron en las fiestas el espacio idóneo para manifestar su civismo y por qué no, una oportunidad para socializar y mostrarse ante los demás participantes. 

Al revisar el total de actividades realizadas, es evidente que estas concuerdan con los objetivos del gobierno en general y de la Junta en particular. La mayor parte de los actos realizados tienen un carácter cívico (29), es decir en ellas primaba el interés por inculcar y reforzar en los participantes sentimientos de patriotismo y nacionalismo, de regocijo por la efeméride celebrada y, más importante un compromiso ciudadano para contribuir al engrandecimiento de El Salvador.

Lógicamente, el grueso de las actividades fueron concebidas para expresar y fortalecer los sentimientos cívico-patrióticos, apelando más a la emotividad que al raciocinio y enmarcándose en lo Eric Hobsbawm llamó “invención de tradiciones”. Entre dichas actividades destacan: desfiles de carrozas alegóricas, arcos triunfales, ofrendas florales, cantos de himnos, repique de campanas, jura de la bandera y sobre todo la inauguración del monumento a los próceres. Sin embargo, otras se orientaron hacia la reflexión histórica y académica, por ejemplo, los discursos alusivos, los congresos de obreros, artesanos y médicos, los concursos de ensayos históricos y los juegos florales. 

Los días más importantes fueron el 4 y el 5. Para el día 4 hubo una misa solemne en el atrio de la iglesia de San José, en la que fue párroco el prócer José Matías Delgado, y se dio un banquete en la Finca Modelo ofrecido por el gobierno a los alumnos más distinguidos de las escuelas públicas de la capital. En plano cívico destacaron una ofrenda floral en las tumbas de los próceres Delgado, Arce y Aguilar; y la inauguración de las estatuas de Jorge de Viteri, Cristóbal Colón y fray Bartolomé de las Casas en el atrio de la Iglesia del Rosario. Por la noche, y con la ciudad profusamente iluminada, hubo conciertos en el Parque Dueñas, acompañados de fuegos artificiales, y simultáneamente una procesión de antorchas acompañó al carro alegórico del cuerpo militar en su recorrido por las principales calles. 

Con un carácter un tanto más exclusivo, en el Teatro Variedades se realizó una “velada patriótica” organizada por el Comité Central de Señoras, presidido por la esposa del presidente, doña María Peralta de Araujo. La organización artística estuvo en manos del maestro Juan Aberle, auxiliado por los profesores Camiciottoli y Pineda. El cronista dice el escenario había sido decorado con una artística alegoría en homenaje a los próceres, y en él desfilaron las damas de más renombre, como la señorita Margot Barón que recitó una poesía, o Regina Ferrer, que acompañada por la orquesta dirigida por Camiciottoli interpretó el aria del Trovador. Carolina Call, ejecutó al piano una fantasía de Rigoletto, acompañada del maestro Aberle. Por su parte, Leonor Trujillo dirigió a la orquesta cuando ejecutó un vals de su autoría, titulado “La primera flor”, el cual mereció nutridos aplausos. Victoria Bedoya “hizo prodigios en el piano” tocando una composición de Aberle. La velada continuó con otras interpretaciones, valses de Strauss, arias de la Traviata y “canzones provenzalles” que deleitaron a la concurrencia, confirmando lo afirmado por el entusiasta cronista, “el resultado tenía forzosamente que corresponder a los laudables propósitos de las iniciadoras de tan aristocrática fiesta.”

Obviamente el día más importante fue el 5 de noviembre, en el cual se realizaron las actividades más trascendentales, tanto en la capital como en el interior. La agenda de ese día era muy nutrida, por lo cual se reseñarán solo los actos de mayor significado, que en San Salvador iniciaron justo a las 12 am, con un acto pleno de simbolismo. A esa hora el Palacio Municipal (ubicado al costado sur de la Plaza Libertad), “resplandecía en un himno de luz y brillantes fulgores, pudiendo decirse que un raudal de claridades lo invadía: las banderas flameaban y en los pechos de palpitaban los más generosos y grandes entusiasmos.” Esa madrugada, la plaza y las calles adyacentes bullían de gente. A las doce de la noche el presidente Manuel Enrique Araujo “tocó la campana histórica que estaba pendiente de uno de los portales del corredor alto del Palacio Municipal; y un grito de júbilo, de alborozo inmenso pobló los aires, resonando su estruendo en el vacío.”

Para el cronista esos gritos de júbilo emulaban a los lanzados por los rebeldes sansalvadoreños cien años antes. Eran “la voz del patriotismo puro, abnegado y excelso, que hacía oír sus clamores sobre la muchedumbre delirante… Entonces retumbó el cañón, los silbidos de las locomotoras y fábricas hendieron los ámbitos de la capital cuscatleca; y las campanas de todas las iglesias echaron a volar la vocinglería de sus acentos sonoros, en una vibración gloriosa.” Pasado y presente, en diferentes y abigarradas manifestaciones, se mezclaban en la mente del cronista y de los concurrentes. Es seguro que este fue uno de los momentos más emotivos de la conmemoración, en donde monumentos, edificios, objetos, artilugios pirotécnicos y personas se fundían en sensaciones y emociones desbordadas. El programa establecía que simultáneamente se dispararían 101 salvas de artillería. 

Inmediatamente después, el presidente Araujo dirigió un mensaje que los cronistas registran en esta forma: 'El Primer Magistrado de la República, aclamado por las masas populares, poseído de inspiración, habló a su pueblo, al descendiente augusto de aquel mismo que lanzó el potente grito de rebelión del 5 de noviembre; y con palabra fluida, llena de unción y verdadero patriotismo, dignificó la empresa de nuestros Próceres, perdiéndose la voz de nuestro culto Gobernante entre un rumor entusiasta de aclamaciones y aplausos.' Lo más seguro es que el discurso de Araujo solo fue escuchado por quienes lo rodeaban; la masa de espectadores simplemente disfrutaba del espectáculo y aplaudía sin más. 

Las fuentes no informan sobre la hora en que finalizó este acto, pero seguramente hubo una pausa para reponer fuerzas, ya que a las 8 de la mañana iniciaba la parada militar en el Campo de Marte y, más importante, a las 10 se haría la entrega del monumento a los próceres en la que ya se daba en llamar “Plaza Libertad”. 

Lastimosamente las fuentes no son muy pródigas en la descripción del acto de entrega del monumento El Diario Oficial consigna: “Hoy a las diez y media de la mañana tuvo lugar la inauguración solemne del espléndido monumento que el pueblo salvadoreño ha levantado a la memoria de los próceres que en un día como este inmortal, dieron el primer grito de independencia para separarse para siempre del dominio de la madre España.” 

Cuando el doctor Rafael Castro, a nombre de la Junta Patriótica, hizo la entrega del monumento recalcó que solo cumplía la voluntad de sus conciudadanos quienes, “quisieron que en mármoles y bronces se perpetuara el recuerdo de aquel esfuerzo glorioso y encargaron a la Junta, que tengo el honor de presidir, para que llevará a feliz término lo que fue ardiente deseo de todo un pueblo y tiene hoy su hermosa y más espléndida realización.' Inmediatamente después el presidente Araujo develó el monumento “entre dianas, salvas y aplausos”, quien pronunció su segundo discurso en menos de doce horas.

Durante cinco días, los salvadoreños fueron testigos y partícipes de 59 actividades, algunas tan efímeras como el estampido de un cañón, otras perduraron durante algunos años, como por ejemplo, el juramento a la bandera. Pero otras, como el monumento a los próceres han desafiado el paso de los años y los eventos telúricos y hoy son parte del imaginario y la identidad nacional de los salvadoreños. 

Las fiestas de 1911 tuvieron todos los atributos de una celebración nacional que convocaba a la nación, como “comunidad política imaginada”, tal y como la concibe Benedict Anderson. Por lo tanto no es extraño que, desde el momento mismo de la inauguración, el monumento a los próceres se constituyera en uno de los más reconocidos y efectivos “lugares de memoria”, que desde entonces y hasta la actualidad es el espacio de las celebraciones oficiales, ya no del “primer grito”, sino de la independencia misma. En 1911, el monumento a los próceres unió en el recuerdo a todo el pueblo representado en las masas que presenciaron el acto de inauguración, pero aún hoy interpela a los habitantes cada vez que al pasar frente al obelisco evocan la gesta consagrada. Este se convierte entonces en una referencia espacial y simbólica, que genera a la vez emociones y sentido de identidad para los salvadoreños.

 

* Este texto es parte del libro “Mármoles, clarines y bronces. Fiestas cívico-religiosas en El Salvador, siglos XIX y XX”, próximo a publicarse. La mayor parte de citas provienen del Diario Oficial y “El álbum del Centenario”.
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