Opinión /

La tentación autoritaria


Martes, 15 de noviembre de 2011
Héctor Lindo

Nos debemos plantear un objetivo claro sin apartar un momento la mirada de la meta. Sea cual sea el partido en el poder, los ciudadanos debemos exigir, día con día, año con año, el respeto a los principios que deben fundamentar nuestra democracia. De otra forma abriremos la puerta al regreso de los días en que un estudiante tenía que escribir al Subsecretario de Gobernación para “pedir de la manera más atenta me sean entregados [los libros] … tomando en cuenta el interés puramente científico que me ha inducido a pedirlos hasta Chile. No dudo que, en atención a tal motivo, será favorablemente resuelta esta solicitud, y quedo del Sr. Subsecretario Atto. y S. S.”

“Con el debido respeto, tomo a usted unos minutos de su atención para exponer lo siguiente”, así empieza la carta de un universitario salvadoreño a un miembro del gabinete ministerial. “Hace algunos meses pedí a Chile, por medio de la casa Navas & Co., unos tomos de Derecho de Trabajo, los cuales necesito consultar, pues estoy haciendo sobre ese punto una tesis”. “Soy estudiante que no se dejará influenciar”, continuaba la solicitud para que el funcionario permitiera retirar los libros que estaban retenidos en la aduana de forma arbitraria. 

Me imagino al escritor, joven, de ojos intensos, narizón, alto, delgado. Ansioso por escribir su tesis. Seguramente revisó varias veces la carta para cerciorarse de que tuviera el tono adecuado, corregir cualquier falta gramatical y pulir el estilo. El estar escribiendo a un politicastro de mente estrecha no era excusa para descuidar la pureza del idioma. (Torpemente traté de corregir este artículo seguro de que él hubiera encontrado una falta, o dos, o tres). 

En el contexto de los tiempos en que escribió la misiva el derecho laboral parecía tema sospechoso que requería acción pronta de parte de la censura. Es fácil vislumbrar entre las líneas mecanografiadas la indignación del muchacho, su impaciencia con el atropello gubernamental y su explosión al sentirse impotente frente a autoridades implacables. 

Estudiante serio, el autor de la carta fechada el 11 de noviembre de 1938 era Hugo Lindo, un joven de veintiún años de edad recién cumplidos. Él había ahorrado lo suficiente para pedir seis libros a Chile. De tal manera buscaba suplir la escasa bibliografía que había encontrado en la biblioteca de la Universidad de El Salvador.  No se qué ocurrió, pero al final terminó escribiendo una tesis sobre el divorcio.

La correspondencia abre una ventana a la experiencia cotidiana durante el Martinato. Para esas fechas el régimen del General Martínez había consolidado un mundo de censura, espías, manipulación de la Constitución, control de las instituciones del Estado y excentricidades varias. Más allá de los prisioneros políticos, los perseguidos y los desaparecidos había un mundo de opresión cotidiana. Una realidad asfixiante donde un estudiante universitario desconocido tenía que obtener la venia de un miembro del gabinete ministerial antes de leer los libros más básicos de su disciplina. 

En 1938 El Salvador no era el único país bajo gobierno dictatorial. La gran depresión de 1929 había creado terreno fértil para la subida al poder de individuos como Rafael Leonidas Trujillo, Anastasio Somoza y Jorge Ubico.  La historia proporciona múltiples ejemplos de sociedades que, atemorizadas por un rápido deterioro económico u olas de crimen y descontento social, caen en la tentación autoritaria. Los alemanes aceptaron a Hitler y los italianos a Mussolini. Inclusive en Estados Unidos una de las consecuencias de la gran depresión fue el aumento de la popularidad de grupos antidemocráticos de izquierda y derecha. Los temores que se despertaron con la Segunda Guerra Mundial llevaron a la gran democracia norteamericana a tirar por la borda los principios legales más básicos. Con la creación de verdaderos campos de concentración para ciudadanos estadounidenses de origen japonés, Estados Unidos ignoró la presunción de inocencia y la igualdad ante la ley. El mero hecho de pertenecer a una categoría étnica era suficiente para perder derechos.

El resultado de los comicios guatemaltecos es un ejemplo más de la facilidad con la que las sociedades atemorizadas pueden caer en la tentación autoritaria. ¿Cómo explicar de otra manera la elección a la presidencia de un militar identificado con el período de más flagrante violación de los derechos humanos de los guatemaltecos? 

La única defensa que tenemos contra la tentación autoritaria es la consolidación de las instituciones básicas de la democracia para crear barreras contra nuestros peores instintos. La libertad de prensa, la independencia de los poderes del estado, el respeto a la letra y el espíritu de la Constitución, la lucha contra la corrupción y el respeto a las intenciones de voto de los ciudadanos son proyectos en los que debemos seguir trabajando con denuedo. Veamos como ejemplo uno de los pocos momentos esperanzadores que hemos tenido este año. En un ambiente de censura (o su versión blanda, el monopolio de los medios de comunicación de parte del grupo social en el poder), ¿hubiera sido posible que la opinión pública forzara la independencia de la Sala de lo Constitucional?

No pretendamos que los partidos políticos, del color que sean, van a hacer el trabajo sin presión social. Muchos que ayer se sentían a gusto con una Corte Suprema inepta y sumisa no comprendieron la importancia de su independencia sino hasta que cambió el partido en el poder. Otros que ayer criticaban a los gobernantes de turno hoy manejan una versión elástica de los principios democráticos. Fue necesaria la presión de amplios sectores para lograr la independencia de la Sala de lo Constitucional. 

 

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