Opinión /

Héctor Silva, mi hermano


Lunes, 19 de diciembre de 2011
José Mauricio Silva

El Salvador rindió homenaje esta semana a Héctor Silva reconociéndolo como un demócrata, concertador, un hombre bueno y honesto. Héctor fue también mi hermano, mi mejor amigo y un líder nacional. Con esta columna comparto y añado a ese homenaje nacional relatando algunas experiencias y lecciones que él me dejo.

Ante todo Héctor trasmitió su prioridad por la vida de familia. Cuando empezó su carrera profesional tenía un poster en su oficina con la foto de sus hijos y debajo de ella estaban sus nombres y la siguiente frase: “Héctor Ricardo y Claudia Marina, dos niños sanos, lo único realmente importante”; ese poster lo siguió en varias otras etapas de su vida profesional. Aunque siendo diputado, alcalde, candidato presidencial o miembro de gabinete, su tiempo era muy limitado, pocas veces faltó a las reuniones de familia que tenemos una vez por semana, “son las cosas que valen la pena, hermano”, me decía.

Más allá de hermanos, empezamos en la juventud una profunda amistad con las aventuras de fiestas y novias, pero pronto nos entró la inquietud por el país y los pobres. Ello nos llevó a decisiones duras y difíciles. En el medio altamente represivo de los sesentas y setentas, en el cual se suponía los profesionales, y peor los profesionales burgueses, “no se metían en política” o si lo hacían era para reforzar el status quo, nosotros decidimos apoyar “la causa revolucionaria”. Ello nos trajo amenazas e intentos de muerte y diez años de duro exilio. A finales de los ochenta, Héctor fue de los primeros exiliados en regresar abiertamente al país, lo que le renovó las amenazas e intentos de muerte.

Luego empezó la batalla por desarrollar la lucha de la izquierda desde la democracia lo que le llevó a negociar con el FMLN la candidatura a la alcaldía de San Salvador como parte, por primera vez en esa historia reciente del país, de una coalición de fuerzas políticas y con un concejo municipal pluripartidista y obtener, contra cualquier pronóstico, la victoria. Allí empezó el largo camino que se abrió haciendo, a gobernar desde la izquierda, en democracia y con una opción preferencial por los pobres. Camino que todavía se sigue definiendo, que no es fácil, pero que le dejó a Héctor lecciones claves que habrían de guiar su accionar futuro y que él promulgaría hasta su muerte.

Esas lecciones, que él practicó en su vida pública, son la necesidad de fortalecer la democracia a través del diálogo y la concertación, de buscar consensos; de que para hacer patria todos debemos poner, pero no poner todos por igual, sino cada quien de acuerdo a sus medios; que el buen gobernar implica honestidad y exige resultados; que no se puede justificar los medios por el fin pues ello acaba torciendo el rumbo; pero sobre todo, que el país no es viable si no se reduce sustancialmente la pobreza. Tanto creyó Héctor en esos principios que murió implementando programas de lucha contra la pobreza, hablando en un seminario sobre transparencia y exponiendo el día antes de su muerte, en un programa de televisión, los resultados de los programas que él lideraba, los cuales tenían como objetivo fundamental la lucha contra la pobreza, los que se han ejecutado en municipios de todas las banderas políticas y para los cuales montó una oficina de transparencia dentro del FISDL que los monitoree. 

Esa su vida y su ejemplo como gobernante, hombre de familia y amigo, le permiten, al igual que a nuestra madre, despedirse citando aquel poema que dice “al final de mi largo camino reconozco, vida, que he sido el arquitecto de mi propio destino; vida nada te debo, vida estamos en paz”.

Es esa historia, esa su vida, esos principios con los cuales gobernó, los que le permitieron ser el líder nacional que al momento de su muerte es reconocido por todas las fuerzas políticas del país, al cual las dirigencias del FMLN y Arena por igual le rinden tributo, y al cual acompañan y lloran los más diversos segmentos de la población, pero sobre todo los más humildes. Por esa vida, y en su nombre, les ruego que pongamos todos un poco de sacrificio para construir un mejor El Salvador; que, siguiendo su ejemplo, los gobernantes y empresarios sean honrados y solidarios en su quehacer; que hagamos de la lucha contra la pobreza una prioridad nacional, y que en ese camino sepamos oír y respetar opiniones contrarias y el derecho ajeno.

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