Opinión /

La herencia de los acuerdos


Martes, 10 de enero de 2012
El Faro

Los acuerdos de paz de El Salvador siguen siendo el paradigma de finalización de conflictos. Las dos partes que durante más de una década se enfrentaron en una cruenta guerra terminaron negociando la paz. 

Los acuerdos de Chapultepec se constituyeron en varios grandes logros: el primero, el más evidente, fue finalizar el conflicto armado. Ese fue su gran mérito después de cien mil muertos, y ese era su principal objetivo. 

El segundo es histórico: en un país donde todos los conflictos se han solucionado por la vía de las armas, por primera vez uno se solucionaba en una mesa de negociaciones.

Hay que recordar que quienes firmaron la paz son los mismos que hicieron la guerra.  

Pero además los acuerdos de paz, al establecer las reglas de la participación política y garantizar esa participación a todas las corrientes de pensamiento, declaró firmemente que El Salvador sería un país democrático, sin espacios para las aventuras que anhelaban extremistas de izquierda y de derecha y que ya habían practicado durante décadas varios militares. 

Esos acuerdos incorporaron a la guerrilla a la vida política y marginaron al Ejército de la misma. En cambio, cancelaron la legitimidad de la fuerza armada a la guerrilla y la establecieron como monopolio del Ejército. 

Veinte años después, hay que reconocer el cumplimiento de los principios de ese acuerdo por parte de todos los que tuvieron algo que sacrificar. La guerrilla se adaptó al juego político y en 2009 consiguió en las urnas lo que no logró con las armas: alcanzar el poder. Pero el nuevo sistema surgido de esos acuerdos de 1992 demostró haber madurado tanto que la llegada del FMLN al gobierno no significó tampoco un rompimiento institucional en el Ejército (Por el contrario, en estas dos décadas nunca habían tenido los militares tanto poder como ahora; lo cual no vemos necesariamente como un hecho positivo). 

La libertad de expresión, ese derecho fundamental que nunca fue respetado antes, es otro de los triunfos de la paz; uno que nos permite a nosotros seguir practicando un periodismo crítico.  

Dos décadas después, es necesario decir que los grandes objetivos de los acuerdos de paz han sido cumplidos. Que ya no es necesario dedicarnos a vigilar su vigencia, porque se han establecido como base fundamental de la institucionalidad del país.

Es hora de pasar a otra etapa, a partir del reconocimiento y abordaje urgente de los problemas estructurales que esos acuerdos no resolvieron. Y que tampoco era su función. Lo que no hicieron los acuerdos de paz fuer rediseñar un nuevo país, con una nueva etructura económico y social, que permitiera avanzar hacia un modelo de desarrollo que permitiera mayor equidad, mayor participación ciudadana, un tejido social fuerte y mucha más movilidad social. 

Este año es oportuno para reflexionar ampliamente sobre eso y para encontrarnos todos, no solo las partes en conflicto. El país requiere un nuevo acuerdo, con la participación de todos. Un acuerdo para emprender una profunda reforma. Un acuerdo de nación. Un acuerdo de ciudadanos y no de guerreros. 

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