'Quemar las naves” es una frase que se les atribuye a conquistadores tales como Alejandro Magno y Hernán Cortés, quienes la utilizaban para motivar a sus hombres a ganar las batallas. Ya que al incendiar o averiar sus barcos, la única forma posible de regresar a casa sería con las naves de sus enemigos.
Cerca del 30 % de salvadoreños vive en el norte y el 70 % en tierra cuzcatleca. Numerosos compatriotas (particularmente las primeras generaciones de emigrantes) no han “quemado las naves” y siguen añorando y planeando vivir sus últimos años en su lugar de origen. Muy diferente son los hijos de salvadoreños que nacieron en el norte, quienes se han ido integrando en una nueva sociedad y creando nuevos lazos familiares, afectivos y culturales.
La relación de las segundas y terceras generaciones de emigrantes con sus familiares cuzcatlecos se va modificando o desvaneciendo paulatinamente. Esto aún no se ve reflejado en el flujo de remesas porque miles de compatriotas continúan emigrando anualmente. No obstante, el monto de las remesas familiares tenderá a estancarse y luego a decrecer en relación al PIB.
Miles de compatriotas siguen tomando la dura decisión de alejarse de su lugar de origen. La hipótesis es que la divergencia entre los emigrantes salvadoreños del siglo XX y los del siglo XXI, es que muchos de los que se fueron en las décadas de los 80 y 90 tenían la idea de regresar algún día a su terruño; en cambio, una gran cantidad de los emigrantes del siglo XXI salen del país pensando en no regresar. Están “quemando las naves”. Es decir, El Salvador está “motivando” a su población a salir de su territorio para siempre. ¿Por qué se está produciendo este fenómeno y qué significa?
Hay varias posibles explicaciones. Una de ellas la dan los mismos compatriotas emigrantes, quienes con el pasar de los años han optado por quedarse definitivamente en el exterior: sus hijos tienen mejores oportunidades y futuro, lo cual los lleva a permanecer cerca de ellos. Otra razón que motiva a los emigrantes a quedarse en el exterior es la cruda realidad nacional: (1) pérdida de vegetación y urbanización desordenada; (2) suciedad (hay basura y paredes sucias en todas partes); (3) exclusión social (jóvenes sin estudiar, hogares en condición de hacinamiento y revendedores por doquier); (4) inseguridad que sufre la población en el transporte y los espacios públicos.
El Salvador está en apuros y los partidos políticos –por si solos- no pueden corregir el rumbo del país. Esto es delicado porque miles de salvadoreños están “quemando las naves” (emigrando para siempre). El costo social de esta decisión es alto: desintegración familiar, desarraigo y fuga de cerebros.
Al definirse así las cosas, se identifican tres tipos de conciudadanos: (1) los que viajan al exterior y no piensan regresar a su lugar de origen; (2) los que emigran previendo retornar a su país; y (3) los que han optado por seguir viviendo en suelo cuzcatleco. Estas tres formas de ver el mundo y su interacción están cambiando la manera de ser y pensar de los salvadoreños.
Una cosa es clara. La pérdida de identidad y del sentido de pertenencia en miles de compatriotas, los vuelve pasivos e indiferentes respecto a la realidad nacional. Es decir, los compatriotas que han optado por vivir en El Salvador también han “quemado las naves” (no van a emigrar), razón por la que deberían participar e incidir en las decisiones que les afectan sus vidas.
