Opinión /

Volver a El Mozote


Martes, 31 de enero de 2012
Álvaro Rivera Larios

A Luis Alvarenga

Por motivos legendarios, históricos y hasta religiosos ciertos lugares adquieren un aura sagrada, simbólica, para los habitantes de una región. Está la Troya de Homero y la Troya desenterrada por los arqueólogos, está ese sitio en el que la virgen María se apareció a dos muchachos, está ese lugar donde un batallón de soldados masacró a una multitud de mujeres, viejos y niños. Todos estos paisajes conforman una geografía especial, son el escenario donde la leyenda, el milagro o la historia irrumpieron en la vida y dejaron una huella profunda en la memoria.

El Mozote, como lugar simbólico, empezó a gestarse el 11 de diciembre de 1981. Una masacre lo fijó en el mapa de las tragedias que difícilmente se borran. Ahora ya no es una simple aldea campesina, es un cruce de caminos donde se juntan el pasado, el presente y el futuro de una todo un país, de toda una región.

Un intelectual de izquierda, valga el ejemplo, se sentiría incómodo si reconociera públicamente que ha peregrinado hasta El Mozote; más bien, hablaría de una visita a un lugar histórico. Pero esa es una apreciación incompleta. El Mozote es algo más que un lugar histórico, es uno esos lugares emblemáticos en los que arden los muñones de nuestra conciencia colectiva.

Al igual que los mitos, un lugar sagrado le habla al presente, es siempre actualidad, pero también nos remite al pasado y a lo que ese pasado implica para una conciencia que se proyecta hasta el futuro. Un mito, por lo tanto, es siempre una quemadura viva en la cual se cruzan varios caminos, fue encrucijada ayer y lo es hoy y lo será mañana. Sobre El Mozote se habló ayer, se habla hoy y se hablará mañana dentro de un siglo. Fue tal la magnitud del suceso que nunca podremos agotar su hondo significado.

Podría verse como un pequeño capítulo de las guerras del siglo XX. Franco y Hitler, por ejemplo, no solo destruían ejércitos, atacaban de forma sistemática a los núcleos de población que podían oponer resistencia civil. Dentro de esa trama se abren, como una sección especial, las guerras de contrainsurgencia. “Hay que quitarle el agua al pez, habrá que quitarle la vida a muchos civiles y habrá que hacerlo con un salvajismo que resulte ejemplar”.

El Mozote  no fue la acción de una tropa de psicópatas, fue más bien una barbarie fríamente pensada y planificada. Esa forma de horror tenía sus filósofos, sus estrategas y sus tácticos. Un día habrá que hacer una historia subterránea de la filosofía donde se incluya el pensamiento que propició una matanza bestial como la de El Mozote.

El Mozote podría ser la raíz, el tronco, las ramas de unas vidas humildes que fueron taladas sin misericordia. El Mozote podría ser esa tragedia para la que aun no poseemos dramaturgo, esa novela terrible para la que aun no poseemos un gran narrador, ese poema religioso para el que aun no tenemos un gran poeta. El Mozote es esa experiencia que aun se nos escapa. Y el caso es que su tragedia nos interpela y nos hace una gran pregunta.

Como las grandes tragedias humanas, El Mozote tiene muchas implicaciones y ramificaciones, no lo agotan un solo juicio y una sola actitud. Ese lugar proyecta una sombra en nuestra conciencia y reclama reconocimiento a las instituciones. Hasta hoy, las instituciones han optado por silenciar la masacre, con todo lo que ese silencio significa desde el punto de vista ético ¿Cómo se puede silenciar lo que no debe silenciarse? 

Domingo Monterrosa, el oficial que ordenó la matanza, es un héroe para grandes sectores del ejército y de la derecha.

Monterrosa fue un guerrero valeroso, inteligente y eficaz. El silencio institucional sobre El Mozote le da un extraño realce a la figura del militar. A esa figura llena de luces y sombras se le han extirpado las sombras. 

En nombre de la patria se olvida que, en El Mozote, Monterrosa ordenó la muerte de los niños. En nombre de la patria se olvida que ahí también se mató a los viejos. En nombre de la patria se olvida que las madres fueron apartadas de sus pequeños para luego asesinarlas. Solo una mujer sobrevivió y esa mujer, que presenció el asesinato de su marido y de sus hijos y de toda una comunidad, nunca fue reconocida por las instituciones del Estado. 

Hoy, el verdugo es un héroe y la victima es una sombra que oficialmente nunca existió. Pero Rufina Amaya logró sobrevivir a la matanza, al cerco militar, al olvido y a la muerte natural y ahora es una leyenda: ella fue la campesina que bajó al infierno y volvió sola de sus llamas más terribles para contarnos lo sucedido. 

Podríamos decir que el 11 de diciembre de 1981, en la zona nororiental del país, en una pequeña población rural, se materializó el averno: llegaron los novios de la muerte y acabaron con la vida. Ni siquiera hubo perdón para las caritas llorosas de los inocentes. La patria, la empresa privada y el destino de Occidente eran un dios sangriento que lo justificaba todo.

¿No merece todo eso una profunda reflexión colectiva e institucional? ¿Los admiradores de Monterrosa deben cerrar los ojos ante ese capitulo turbio de su trayectoria militar? ¿Pueden sostener dicha admiración negando las rotundas evidencias y el testimonio estremecedor de Rufina Amaya? ¿La paz solo puede apuntalarse a cambio de padecer una profunda ceguera histórica? ¿Para que exista la concordia se deben olvidar los hechos, se debe negar la verdad? ¿Qué paz sería esa en la cual se eleva a los altares de la patria al hombre que ordenó una matanza de inocentes? ¿Qué paz sería esa en la cual la víctima es institucionalmente invisible?

¿No merece todo esto una profunda reflexión colectiva e institucional? Hay que volver a El Mozote, no para oficiar la condena oportunista y maniquea. Hay que volver a El Mozote, como quien peregrina a un lugar sagrado, para enfrentarnos a todo lo que hicimos, para enfrentarnos sin falsas excusas a nuestra propia conciencia.

PD/ Hay hombres que luchan por una causa (sea noble, sea mala) y que por ella son capaces de sacrificarlo todo, hasta su propia conciencia. Deberían saber esos hombres que, aunque su causa se salve, ellos serán condenados. 

Esto que digo nos atañe a todos nosotros, seamos de izquierda o derecha.

PD2/Lo trágico es que el héroe puede ser un asesino. La tragedia dinamita las fronteras demasiado simples. Lo trágico es que a ese héroe hay que condenarlo porque más trágico sería perdonar sus crímenes.

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