Opinión /

La agonía de la ilusión


Lunes, 6 de febrero de 2012
Luis Fernando Valero

Dada la ola de frío siberiano que está azotando a Europa en estos días, también podría haber titulado el comentario como “el invierno del pavoroso miedo”, ello para definir la angustia que recorre a la sociedad europea al ver que, día a día, se van laminando cada vez más los derechos y las libertades que ha construido durante el siglo pasado.

Al finalizar la 2ª Guerra Mundial, los considerados padres de la Unión Europea,  Jean Monnet y Robert Schuman, pensaron que la única forma de evitar que los europeos no tuvieran más guerras sería teniendo intereses comunes transfronterizos, razón por la que en 1949 se creó el Consejo de Europa. Tras el Convenio Europeo de Derechos Humanos de 1950, en 1951 se firmó el Tratado de Paris, qse estableció la CECA, la Comunidad Europea del Carbón y del Acero. 

El 25 de marzo de 1957 se firmaron los Tratados de Roma, origen de la Comunidad Económica Europea (o Mercado Común, actual UE). Y así, Europa se ha ido construyendo, a base de tratados: Maastricht 1992, Amsterdam 1997, Niza 2001, Lisboa 2007.

Con todos ellos, se han ido remendando los diferentes rotos que la UE presentaba en su desenvolvimiento, cuyo origen, el económico, al final ha hecho estallar la propia UE. 

Lo dijo Monnet en sus memorias: “Si hubiera que empezar de nuevo a construir Europa comenzaría por la Cultura y no por lo económico”. Ese ha sido su “éxito”, que está siendo su cáncer, porque de no ponerse remedio urgente, veremos qué queda de Europa. De momento, los datos son pavorosos: tres países intervenidos, prácticamente sin soberanía: Grecia, Irlanda y Portugal; dos en la Unidad de Cuidados Intensivos: Italia y España, y ya veremos si salen de su colapso; otros dos practican el sálvese quién pueda: Reino Unido y Francia; y uno que no sabe qué hacer, pues todo el mundo le pide que vaya por allá, pero él desea caminar por ahí: Alemania.

¿Por qué este fracaso? En origen se pensó que se podría, hace cincuenta años, implantar un mercado común en el que las personas, los servicios, el capital y las mercancías circulasen libremente. La realidad es que sólo se ha conseguido para las mercancías.

Se implantó una unión económica y monetaria que ha fracasado debido a su planteamiento inicial erróneo, a la urgencia de su creación, por la ausencia de seguimientos y a la falta de un Superministro de Finanzas y una política fiscal común. Ello ha conllevado a un ¡sálvese quien pueda!, al renacimiento de los nacionalismos -o si se quiere decir más suave- a “La Europa de las patrias”.

Como consecuencia, se ha producido un distanciamiento de la clase política de la realidad salarial de los ciudadanos que los votan. Una prueba de ello, la impresionante estupidez del Primer Ministro italiano Mario Monti diciéndole a los jóvenes italianos: 'Que los jóvenes se acostumbren a no tener más un trabajo fijo para toda la vida. Digamos la verdad, ¡qué aburrido es tener un puesto fijo toda la vida! Es mucho más hermoso cambiar y aceptar desafíos'.  

Eso lo dice él, que tiene una pensión vitalicia por ser senador de 15.000 euros mensuales y eso se lo dice a unos jóvenes europeos cuya media de paro es del 36% y, en algunos países -como España, Grecia, Portugal- la cifra está entre el 50% y el 68%. Muchos de esos jóvenes no han podido trabajar, por más que lo desean, nunca.

El salario y las prebendas de los eurodiputados son astronómicas comparado con los sueldos que se están pagando ahora en algunos países de Europa, 600 y 700 euros mensuales, por jornadas de mucho más de 8 horas diarias.

No es de extrañar que se haya generado un inmenso desencanto en la sociedad europea, pues se observa que la solidaridad, la generosidad y la sociabilidad se han transformado en el más ramplón y desnudo egoísmo, un tremendo hedonismo y una ausencia de respeto hacia sus conciudadanos.

La sociedad europea vecómo se dilapidan miles y miles de millones de euros en gastos inútiles y absurdos que, con un poco de racionalidad, podrían emplearse en generar créditos a las pequeñas empresas y a no tener que cortar drásticamente camas en los hospitales, en ayudas sociales, en educación, en becas, en congelar, y en algunos casos rebajar, el salario de los empleados públicos, sobre todo en la sanidad y en la educación. 

Como muestra, mencionar que el Parlamento Europeo tiene tres sedes: Estrasburgo, Bruselas y Luxemburgo, y la estimación del coste anual que la dispersión geográfica del Parlamento produce en trasladarse a esos lugares cada equis meses, es de unos 160.000.000 de euros, lo que representa el 9% aproximadamente del presupuesto total del Parlamento. ¡Un absurdo!

Si a esto le añadimos que, frente a la globalización del mundo actual, la UE no tiene una política exterior común, el peso internacional de la zona ha disminuido fuertemente, como prueba la reacción tardía ante la llamada “primavera árabe” en el norte de África, una diplomacia fragmentada, un Berlusconi haciendo negocios con Gadafi (ya empezada la revuelta), un Sarkozy más preocupado por los intereses económicos franceses que por otra cosa y un Rodríguez Zapatero practicando el buenismo político social de corazón a corazón. Si a ello le añadimos la poca coordinación  con China y un papel subordinado a Estados Unidos, que no saben con quién dialogar, el fracaso estaba servido.

Ello ha generado en la sociedad europea una 'impotencia de la política',  pues se observa la laminación progresiva del Estado de Bienestar, de los sistemas de protección y de las políticas sociales, que no vienen emanadas de las decisiones tomadas por los representantes del pueblo sino de la coerción exógena que imponen a la democracia los mercados o el poder de las grandes empresas multinacionales así como fuerzas que no se sabe dónde están.

Frente a la globalización y la internacionalización de la economía, el mercado y las finanzas, se creyó que la dispersión nacional europea tenía que unirse en unos Estados Federales de Europa, creyendo que se iba con la Unión Europea, pero en realidad se ha demostrado que la UE o da un salto definitivo hacia esa realidad con un gobierno real y efectivo unificado europeo o la vieja Europa morirá y se creará una Europa a dos o tres velocidades, que estará al pairó de lo que decidan otras zonas del mundo.

Algunos señalan que la sociedad mundial no puede disfrutar simultáneamente de mercados totalmente integrados sin un Gobierno democrático global, que apoye las decisiones que se tomen en ese mercado mundial, si los que las toman son naciones particulares. Por tanto, o se va a estructuras mucho más globales y posiblemente a un gobierno mundial, o los pueblos estarán condenados sólo a poder elegir entre tomar coca cola o pepsi cola. Así lo ve entre otros Dani Rodrik, experto en Economía Política de Harvard, en su libro: “La paradoja de la globalización”.

Y eso los ciudadanos europeos lo están experimentando en propia carneviendo cómo, día a día, su Estado del Bienestar se desmonta. En estos cuatro años de dificultades y tensiones económicas no han cuajado las esperanzas que se decían de un mercado global, sino que, por el contrario, esos mercados han invadido sus derechos políticos y sociales y sus representantes elegidos han incumplido sus promesas políticas (por las que fueron electos) y se abrazan a esos mercados y no a sus pueblos. 

Conclusión: cada día más esa “clase política” se aleja de sus votantes, se atrinchera en sus privilegios y cambia de dueño y señor y por ello no es de extrañar que cada vez se extienda más entre la sociedad europea la sensación de que los líderes en Europa, los que se han elegido, no sean los que se necesitan en un momento de crisis como la que se está viviendo, y se está a la espera de que salga de nuevo algún Monnet, algún Schuman, algún Adenauer o algún Rocard para darle de nuevo –esta vez sí- su confianza y apoyo. 
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