Opinión /

Una campaña para idiotas


Lunes, 13 de febrero de 2012
Ricardo Ribera

Idiota es la persona muy tonta. Técnicamente, la que no llega a cierto nivel en su coeficiente de inteligencia. Idiota es también, en la acepción antigua, quien no se interesa en la política. Es el significado que tenía la palabra entre los griegos, hace dos mil quinientos años. Los que inventaron la democracia veían mal a la persona que no quería participar de los asuntos públicos y le decían idiota. Con el tiempo este significado se fue perdiendo y sólo quedó la alusión despectiva al escaso intelecto

Aquí nos interesan ambas acepciones. Y es que en el país la campaña electoral se está haciendo a tan bajísimo nivel, que tal pareciera enfocada hacia los más estúpidos. O bien, según la otra versión, se trataría de un perverso plan de la totalidad de partidos para alejar de la política y de los asuntos públicos a la ciudadanía. Según esta doble hipótesis, o nos toman por idiotas o quieren volvernos idiotas. Es decir, ahuyentar a los votantes y acrecentar la masa de los que no se interesan por la política. 

Al final resultará que en El Salvador habremos invertido su sentido original para que se entienda que idiota es – contrario a lo que significaba en tiempos de Platón – aquel que participa y cree en la política. Me parece perverso. Si se llegase a eso fuera una muy mala noticia para la democracia. El problema es que los políticos, por lo general, no mucho ayudan.

He recopilado una primera lista (no exhaustiva) de indicios de que estamos ante una campaña electoral para idiotas. Un afiche del partido GANA (debiera ser GAUNA si la sigla respetara el nombre: Gran Alianza por la Unidad Nacional) ha sido muy comentado: “Dios, tú y yo haremos la diferiencia”. No se sabe si será estrategia publicitaria, para hacer “diferiente” el lema y que llame la atención, o si será reflejo del nivel “cuiltural” de la candidata, el error en la palabra diferencia llama la atención. A mí me parece también llamativa la inclusión de la divinidad en la consigna. Puede delatar exceso de beatería o, peor aun, inclinación a la blasfemia eso de mezclar a Dios en asuntos tan mundanos como la política doméstica partidaria. El mensaje oculto sería: gana Gana pues el Todopoderoso está de su parte.

Más inocuo el lema del candidato efemelenista para la ciudad capital: “San Salvador es de todas y todos”. Bueno, ¿y qué? No dice nada en absoluto. No ofende, tampoco. Me parece su única virtud. Pareciera una campaña a tono con la cara de “yo no fui” que pone en la foto el aspirante a alcalde capitalino.

En contraste, la campaña del desconocido candidato – Andrés Espinoza es su nombre– del poco relevante partido CD – “San Salvador, otra ciudad es posible”– tampoco dice nada, pero a cambio lo sugiere todo. No promete nada, mas invita a soñar. Deja en la mente del público la responsabilidad de llenar a su propio gusto el hueco de la posibilidad.

Magistral en su vacuidad la campaña del actual alcalde. Sólo ocupa tres elementos: San Salvador (letras en blanco), Norman (en amarillo) y la silueta blanca sobre fondo azul del Salvador del Mundo. No dice nada. Pero sugiere a nivel subliminal el nexo entre la ciudad, el actual alcalde y candidato, y un símbolo de la urbe y de las obras (remodelación y ornato) realizadas durante su gestión municipal. 

Lástima que tanta plata se vaya en unas campañas tan vacías de contenidos, hasta el punto que ni mentiras contienen, pues ni siquiera prometen algo concreto.

Unas señoritas de buen ver aparecen en una foto luciendo en sus camisetas la leyenda: “las más sexys estamos con Arena”. Por lo que veo en el facebook ha provocado múltiples críticas,  por ofensivo a la dignidad de las mujeres. De mi parte añadiría que puede ser ofensivo, incluso, para la dignidad del propio partido. Y es que traducido a buen salvadoreño el lema diría así: “en Arena tenemos los mejores culos” (con perdón). A lo que algún malintencionado podría darle por preguntar: “Y de cerebros, ¿cómo anda el partido?”

O bien, se podría complementar con otra consigna sexista: “los más ricos estamos con Arena”. El problema es que no deja claro si se trata de “los que estamos” más ricos o si estamos con Arena “los que somos” más ricos. La dichosa confusión entre el ser y el estar siempre hace de las suyas con el poder: hasta sus adversarios podrían coincidir en que los (que son) más ricos están con Arena y resultar una contrapropaganda.

Ya que la inspiración de tal campaña arenera pareciera sacada del arsenal de ideas de la agencia Ogilvy (la responsable de la publicidad de la marca de zapatos MD) se pudiera especular la posibilidad de otros lemas al estilo de la campaña publicitaria “lecciones para los hombres”. Probemos: “Arena te entiende”, “no nos gusta pagar la cuenta”, “nos gusta hacerte esperar” o “queremos verte suplicar”. Tal campaña bien podría llamarse  “lecciones para los ciudadanos”. Y sin la carga de estereotipos machistas y patriarcales generaría tal vez menos reacciones negativas que los mentados anuncios de calzado.

En conclusión: toda vez se decide manejar la política como un mercado, a los partidos considerarlos marcas, a los candidatos presentarlos como un producto, a los ciudadanos tratarlos cual público consumidor y a las campañas electorales ponerlas en manos de agencias publicitarias, está claro que la consecuencia es la estupidización de la política y la idiotización de la gente. 

Siempre que nos dejemos, claro. Como consumidores también podemos abstenernos de comprar. O exigir calidad y garantías de que el producto es “orgánico”: que el candidato está libre de químicos, que se ha criado de forma natural sin pesticidas ni fertilizantes industriales, que no tiene vencida la fecha de caducidad. Que no es dañino para la salud, en suma. Cuidado. Hay que tomar en cuenta que el mercado político no acepta devoluciones ni reclamos una vez hecha la transacción. No hay servicio al cliente, ni departamento de quejas.

Si después de hechas estas prevenciones usted decide ya no ir de compras para no hacer el idiota, tome en cuenta el riesgo de la idiotez en sentido griego. No vaya a ser que dejemos que la decisión finalmente la tomen los indecisos. Eso sí sería idiota.

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