Opinión /

Basta de discriminación


Martes, 24 de abril de 2012
Mauricio Silva

Durante mi vida he presenciado varias formas de discriminación en el país. En El Salvador se ha tratado desfavorablemente a personas por su religión, clase social, etnia, afiliación política o preferencia sexual, entre otras. Algunos ejemplos, hace solo unas cuatro décadas - sino menos, los de procedencia árabe no eran admitidos en ciertos lugares o asociaciones, los “izquierdistas” eran considerados peligrosos y perseguidos por las autoridades, no ser católico era “visto raro”, invertir en la educación de mujeres no era rentable según muchos, y la clase social era muy importante para el desarrollo de la vida social e incluso económica en el país.

Mucho se ha avanzado en esos campos, aunque aún queda bastante discriminación; los izquierdistas ya no son perseguidos, de hecho son la mayoría política; árabes han ocupado todo tipo de cargo en la vida política y social del país haciendo aportes muy valiosos; otras religiones que no sea la católica, son mayoría, los evangelistas son casi tantos como los católicos; en la mayoría de casos la capacidad y preparación de una persona es lo más importante para obtener un empleo, y las mujeres nos han demostrado que somos iguales y el país se ha beneficiado de sus aportes en todas las etapas del desarrollo.

La apertura en todos esos campos ha sido positiva para el país, todos nos hemos enriquecido con los distintos puntos de vista, de las creencias y tradiciones de otros. La competitividad de El Salvador ha aumentado por esa apertura y menor discriminación. Hemos tenido que aprender a debatir, a defender nuestros puntos de vista sobre la base de argumentos, ya no se puede asumir que soy bueno porque pertenezco a tal grupo, o que el otro no es bueno por ser de tal otro grupo, sexo o religión. La democracia se va fortaleciendo, imponemos límites en lo que como sociedad no permitimos y dejamos el resto a la decisión individual. Esa apertura a otros mundos y culturas nos enriquece política cultural  y socialmente.

Sin embargo, aún falta mucho por caminar, para ello tenemos que convencernos de lo que dijo Benito Juárez: “El respeto al derecho ajeno es la paz”. En gran medida no hemos logrado la paz porque seguimos discriminado contra los pobres negándoles sus derechos más básicos y porque se sigue imponiendo la voluntad de unos pocos sobre la de las mayorías, como en los casos de los últimos arreglos políticos. Es difícil, como país, identificar costos que una mayor apertura haya tenido, si podemos identificar muchos beneficios como los ya señalados. Tratar de imponer puntos de vista y preferencias religiosas, étnicas, sociales o políticas, tiene costos altos y nos impone limitaciones innecesarias.


En un área el país no ha avanzado como en las otras, la intolerancia por la preferencia sexual de las personas homosexuales sigue siendo muy alta. Ellos todavía sufren maltrato en muchos campos. Como dijo Vargas Llosa en su artículo “La caza del gay”, ellos “son objeto de escarnio, represión, marginación, persecución y campañas de descredito que, por lo general, cuentan con el apoyo…del grueso de la opinión pública.” La homosexualidad es algo “de lo que no se habla” en mucho círculos. Sin embargo, sus derechos son iguales a los de los heterosexuales. Según las Naciones Unidas los derechos humanos son para todos, independiente de la preferencia sexual. Los homosexuales son parte de nuestra sociedad y tienen igual derecho a ser reconocidos como tal, igual que lo son los árabes y judíos, los católicos y evangelistas, los de izquierda y derecha, etc. Su preferencia sexual es una decisión personal. Los aportes que muchos homosexuales han hecho a la sociedad son varios y valiosos en casi todos los campos. Reconocerlos y respetar sus derechos es también paso necesario para la paz.

La discriminación tan fuerte hacia los homosexuales en nuestro país tiene varias razones, dos importantes son la cultural y su baja autoestima. En muchas ocasiones cuando se refieren a los gay o lesbianas se hace con desprecio o mofa. Muchos de ellos sufren de exclusión e incluso de violencia hasta a nivel familiar, por su preferencia sexual. Estas y varias otras razones hacen que los mismos homosexuales o sus familias, en muchas ocasiones, no se reconozcan como tales. Cito nuevamente a Vargas Llosa cuando habla de “una cultura de antigua tradición que presenta al gay y a la lesbiana como enfermos o depravados.. idea (que) se enseña en las escuelas, se contagia en el seno de las familias, se predica en los pulpitos, se difunde en los medios de comunicación, aparece en los discursos políticos, en las comedias teatrales..”.

Dado lo anterior, es importante continuar defendiendo los derechos de los homosexuales, exigiendo respeto hacia ellos, cambiando cultura, incluso el lenguaje. Ellos tienen también que hacer valer más sus derechos; ello les puede ser duro en algunos casos, como dice Vargas Llosa “liberar a America Latina de esa tara inveterada que son el machismo y la homofobia será largo y difícil. El asunto no es político, sino religiosos y cultural”. Sera duro, así como fue duro para los que sufrieron los otros tipos de discriminación, para los que mataron por ser de un bando u otro, para los que no consiguen empleo porque no tiene el conecte, para los que fueron maltratados por ser de uno u otro grupo o religión. Pero así como en esos otros casos, acabar con esa discriminación es un paso que significará un avance importante para los homosexuales y uno necesario para nuestra sociedad; un paso que es tarea de todos.



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